Termino esta serie de comentarios, en los que pretendí ofrecer una visión personal aunque no mediatizada por nada ni por nadie, de la grave situación que se ha generado en Catalunya. Pongo punto final, no porque se haya llegado a una solución ni porque se atisbe ésta siquiera. Lo hago porque, sencillamente, no quiero aparecer involucrado en la escalada de desencuentros y descalificaciones que, lejos de utilizar pasarelas ideológicas que posibiliten diálogo y acuerdos, se empecina en profundizar en irrelevantes diferencias, y estériles, por inapropiados a este momento, enfoques de la cuestión.
Qué situación de charanga y pandereta en un contexto que demanda tanta seriedad y solvencia. El ex president Puigdemont, y cuatro de los ex consellers de su Gobierno, fugados a Bélgica, se encontraban, al principio del día de hoy, 5 de noviembre de 2017, en busca y captura. A esta hora de la tarde, circulaba el rumor (convertido luego en realidad) de que se habían presentado ante un juez de guardia belga, dispuestos a empezar la resistencia procesal a la extradición para ser juzgados en España, lo que podría dilatarse varios meses.
El magistrado belga los dejó en libertad, con la única imposición de que deben permanecer en el territorio belga. Un galimatías procesal, una increíble internalización de un conflicto nacional en el que tantas empresas y familias están perdiendo poder adquisitivo y esperanza de futuro. Puigdemont anunció, desde su refugio, que se propone presentarse a las elecciones del 21 de diciembre, convocadas como parte de la aplicación del art. 155 por el gobierno central. Mientras no se encuentre inhabilitado, podría, formalmente, aspirar a President. Cabe preguntarse: ¿Con un programa separatista, y para proclamación de una República catalana, aprovechando nuevamente una democracia en grado sumo tolerante y no inclusiva?
En prisión provisional se mantiene a los ocho consellers a los que el juzgado de instrucción de la Audiencia Nacional considera con riesgo de fuga y con suficientes indicios de haber cometido delitos de sedición, malversación y rebelión, habiendo actuado, según todos los datos de que disponemos jueces y resto de la ciudadanía, de forma coordinada y premeditada, es decir, con dolo.
La perspectiva penal para estos encausados, los ahora aún prófugos o sustraídos a la acción de la justicia española y los miembros del Parlament que están llamados a declarar el próximo jueves, 9 de noviembre, es muy gris: en el más favorable de los casos, de confirmarse la imputación, estarán quince años en la cárcel. El futuro penal de los responsables de las Asociaciones populares ya encarcelados preventivamente, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, no tiene mejor cariz. Los partidarios que se movilizan en la calle pidiendo su liberación parecen estar deseando una amnistía, lo que es, además de improcedente, legalmente imposible, pues el Gobierno no puede interferir en las decisiones de la Justicia, sin quiebra del estado de Derecho.
Leo la opinión de algunos comentaristas que abogan por la salida del galimatías con base en la revisión constitucional, luego de un período de negociación y análisis entre los partidos, y siguiendo los trámites que prevé la actual Norma Suprema para su modificación, en el supuesto agravado de su modificación sustancial. No creo que esto sea la solución al problema que se ha creado en Catalunya, como no me parece admisible que el Estado de Derecho se doblegue ante la clara infracción de sus normas penales en la que han incurrido, a sabiendas, y con consciencia de los efectos que podrían causar con su actitud, los representantes de los partidos separatistas.
Estamos, pues, en una encrucijada de la que solo se podrá salir con serenidad, tiempo, y con el fortalecimiento de los cauces de representación de la sociedad civil pacífica, constructiva, seria. En este país que ha sido modelo en tantas ocasiones de tolerancia, de solidaridad, no debería ser difícil si se encontraran -y han de surgir, y lo antes posible- líderes convincentes. Porque solo los intolerantes, los fanáticos, los inconscientes, pueden tener interés en reabrir heridas por las que surgiría, como un fantasma redivivo, el espectro de la guerra civil y el desentendimiento entre españoles.
He escrito estas notas desde el inconmovible afecto a la unidad de España, con la convicción de que el mapa regional está confeccionado con grandes desequilibrios que imposibilitan la consecución de la igualdad en los parámetros de gestión de los servicios y, por tanto, sus resultados. Lo suscribo desde la constatación de graves despilfarros en nuestra Historia reciente, en infraestructuras. en subvenciones y en la ejecución de los programas educativos, sobre todo. No es este, desde mi propia perspectiva, un análisis acabado y, muy seguramente, adolece de errores patentes a terceros.
Soy firme partidario del diálogo, del uso de la capacidad de convicción y de la prudencia en la toma de decisiones que no se sustenten en el conocimiento y, en su caso, no cuenten con el apoyo de las inmensas mayorías. El gobierno de Catalunya nos ha dado recientemente, ejemplo lamentable de lo contrario. No me duelen prendas en admitir que el gobierno de España no ha estado, en la tolerancia por el avance del proceso secesionista sin tomar medidas de contención, a la altura que demandaban las circunstancias.
Tiempo para restaurar la convivencia y hacer balance de los platos rotos. Urge cambiar los interlocutores por nuevos representantes que no estén ni cansados ni condicionados por sus actuaciones precedentes. La sociedad española, en la que está integrada la catalana, y la vasca, y la andaluza, y la gallega, y todas las ascendencias regionales que conforman la nación integradora de diferencias que es España, tiene ante sí un nuevo reto. En un momento económicamente delicado.
El bloque que pretende lograr la independencia para Cataluña agrupa a la burguesía y a la izquierda revolucionaria. Una combinación contra natura cuya solidaridad ocasional trae males presagios. La superación del dislate sin más daño abrirá la puerta a un futuro mejor, a otro período de paz social y desarrollo concertado. Apliquémonos al objetivo. Si alguien quiere quedar fuera, solo suya sea la culpa y no espere de nosotros el perdón.
FIN