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Identidades al descubierto

21 octubre, 2016 By amarias 1 comentario

carbonero volando

Recibimos continuas advertencias sobre la necesidad de preservar nuestra identidad -de la policía como de amigos-, pero, como seguramente no sabemos en qué tipo de piltrafa expuesta a la observación pública se ha convertido la referencia a lo que nos identifica públicamente, no hacemos mucho caso.

Estaríamos en lo cierto si sospecháramos que en los inmensos bancos de datos que Google pone a disposición de quien quiera pagar por la información o introducirse subrepticiamente en el fangal, está prácticamente todo de lo que nos concierne, y una buena parte de lo que ignoramos de nosotros mismos.

Otros cazadores de identidad no son tan sutiles ni usan medios sofisticados. No será la primera vez que increpo a un fulano que, con pinzas manejadas hábilmente, detecto buscando documentos bancarios en los colectores de papel: es una labor más selectiva, y supongo que fructífera, que la de los que revientan sin más los contenedores: me imagino que algún capitán de mafias bien pertrechadas para sacar partido a esos datos les pagará por el trabajo.

El 20 de octubre de 2016 los media nos recordaron (por si hacía falta) que hace cinco años que ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada, y celebramos, en efecto, que desde entonces, no mata a nadie. Es un torpe alivio, que no puede borrar la memoria de los 829 asesinados en el holocausto de una causa demencial. Que la comunicación de esa descarada indulgencia fuera realizada por tres encapuchados, que pretendían darnos por enterados de que nos perdonaban la vida, la angustia y el sufrimiento, me hace recoger sus palabras con la escobilla del desprecio hacia la forma en que los asesinos y sus cómplices escogieron defender sus razones, a las que convirtieron en inaceptables, sin necesidad de entrar a considerar su fondo.

Están proliferando los portadores de identidades ocultas, que tiran piedras sobre los valores comunes y esconden sus identidades. Grafiteros , estafadores, corruptores y corruptos, ladrones de guante blanco y al descuido, vándalos que se ocultan entre la multitud aprovechando congregaciones culturales o deportivas, incluso universitarios a los que se debe exigir más formación y mejor criterio, junto con otras muchas categorías de tipos sin identificar, que nos hacen daño. Unos se divierten con ello, otros se aprovechan de nuestra confianza, los más se mueven a hurtadillas por la propiedad común y la propia, para quitarnos lo que no les pertenece.

No creo que el diagnóstico certero, ante tantas identidades falseadas o enmascaradas, sea que nuestra sociedad está enferma. Me parece más bien que, amparados por nuestra parte en la esperanza de que no nos afectarán, nos hemos convertido en débiles y apetitosos objetivos.


P.S. Es fácil distinguir entre el herrerillo común (parus caeruleus) y el carbonero común (parus major). El primero, bastante más pequeño, tiene la coronilla azul y el segundo, negra. La foto con la que decoro este Comentario es la de un carbonero garrapinos (parus ater), tan pequeño como el herrerillo, que tiene la coronilla y la pechera negras y una mancha blanca en la nuca.

Otros muchos tipos del pájaro carbonero son más propios de otras latitudes, salvo el herrerillo capuchino, que lleva una cresta que, en la mayoría de los casos, lo hace inconfundible. Identificar aves es una actividad apasionante, y si se pretende fotografiarlas en vuelo, además de un buen objetivo, son precisas mucha paciencia y la voluntad de pasar desapercibido.

Archivado en:Actualidad, Sociedad Etiquetado con:aves, capuchino, carbonero, corrupción, ETA, garrapinos, herrerillo, identidad, policía, robo

Cuento de primavera: Seducido

26 abril, 2014 By amarias Dejar un comentario

Sí, los tiempos han cambiado y ahora se es más tolerante respecto al comportamiento en público de los demás. Hacemos como que no vemos; nos hemos acostumbrado a disimular nuestra curiosidad, aparentando indiferencia.

Sigfrido Mortizado acababa de terminar su jornada laboral y, como hacía todos los días, entró en la estación de metro de Tribunal-Nestlé, llevando en la cartera algunos escritos que, si le daba tiempo, confiaba poder leer en casa. No estaba seguro, puesto que su madre, octogenaria, estaba pasando por su fase de demanda de atención exclusiva, típica ya de cada final de primavera.

Mortizado se fijó inmediatamente en aquella pareja, que, sentada en uno de los bancos metálicos de la estación, estaban besándose con despreocupación. Se habían abstraído del mundo circundante y, como si acabaran de conocerse y hubieran caído en las redes de su recíproca capacidad de seducción, se entregaban a carantoñas, intercambio apasionado de salivas, toqueteos, que a Sigfrido le parecieron fuera de lugar.

Le atrajeron.

Como el letrero luminoso de la estación anunciaba que el tren tardaría aún cuatro minutos, fingiendo que estaba abstraído leyendo uno de los escritos que sacó con rapidez de la cartera de mano (era una demanda de medidas cautelares), se acercó al banco en donde los dos enamorados se entregaban a sus manifestaciones de ardor primaveral.

-Eres muy guapo. Es una lástima que estés casado -oyó decir, o así lo entendió, a la mujer, mientras tocaba el rostro del hombre, deslizando sobre  él, con parsimonia sensual, una mano con uñas pintadas de color carmín intenso.

El otro la besaba en el cuello y en el oído, musitando frases que Mortizado, por más que aguzaba la atención no pudo oir. Ella sonreía, a veces, incluso, reía, y volvía la cabeza hacia atrás, enseñando un cuello blanco y hermoso, rodeado por una cadena con su cruz.

Se fijó mejor en ambos y reconstruyó su historia, sin dudar. Era un buen fisionomista, cualidad natural exacerbada por su trabajo de muchos años como Magistrado. Con seguridad, el hombre, casado, había venido a la ciudad por trabajo de un par de días, y la mujer… era una chica de alterne, con la que habría pasado la noche y toda la mañana.

Llegó el tren, y, como atraído por un imán, Mortizado siguió a la pareja al mismo vagón y, aparentando seguir enfrascado en sus papeles, procuró mantenerse cerca. Escuchaba, miraba, deducía.

No cabía duda: la mujer, más joven de lo que había creído a primera vista, era extranjera, a pesar de su buen dominio del español. Percibía, en algunas inflexiones, un acento peculiar. El hombre, que llevaba unos vaqueros ajustados y camisa a cuadros, encajaba perfectamente con el tipo de provinciano con poco mundo que estaba disfrutando de unos días de libertad, alegrándose los sentidos a cambio de dineros.

-¡Sepárate de tu mujer y prometo que te haré sentir en el cielo! -decía, entre lengüeteos y caricias, la muchacha; tenía una mirada dulce, extraviada, azul. Era, definitivamente, extranjera; y, podía poner la mano en el fuego, provenía de algún país del este de Europa. ¿Y él? Aunque ahora solo lo veía de espaldas, Mortizado dedujo, por lo alborotado del poco pelo que le quedaba en torno a la calvicie de su coronilla y los negros zapatos puntiagudos manchados de barro en el tacón, que era un hortera cuarentón; un simple.

Apostaría incluso que era un informático, un técnico de sistemas, como llaman a esos tipos a los que te ves obligado a acudir para que te saquen los virus de los ordenadores. Mortizado era reacio a utilizar las nuevas tecnologías, por previsión, no por resistencia al cambio. Estaba seguro de que, cualquier día, el mundo sufriría un colapso informático.

Tuvo que cambiar de línea, y sus espiados se quedaron en el mismo vagón, acariciándose. Mortizado volvió a meter los papeles en el maletín. Al poco, de manera mecánica, buscó en la chaqueta las gafas que, en su fingimiento, no había utilizado.  Présbita avanzado, le resultaban imprescindibles para ver de cerca. No las encontró en el bolso derecho, pero sí en el izquierdo. No pensaba leer, no las necesitaba.

Lo que no estaba en la chaqueta era la cartera, en donde guardaba el dinero, las tarjetas de crédito, la identificación de Magistrado. Se atoró. El trayecto hasta la siguiente estación le pareció interminable.

Bajó apresuradamente y buscó algún encargado de seguridad. No lo encontró. Salió al vestíbulo, y se dirigió a la taquillera, saltándose la cola de quienes aguardaban para cambiar el billete, porque, al parecer, la máquina automática no conseguía leer la banda metálica:

-¿Lo ha tenido junto al móvil? -estaba preguntando al tipo que atendía. Mortizado asomó la cabeza por la ventanilla.

-Me falta la cartera. Creo que ha sido una pareja que estaban besándose aparatosamente y me distrajeron -explicó, alterado.

La señorita, que estaba ocupada contando los viajes que aún tenía pendientes de utilización el billete que sostenía en la mano, dijo con tono mecánico, sin prestarle atención:

-Presente su denuncia en la policía. Yo no puedo ayudarle.

FIN

 

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:beso, cartera, cuento, cuento de primavera, distracción, estación, robo, seducido

Mi Diccionario desvegonzado (34): barro, peligro, mancha, instalar, robo, cuadro

11 julio, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

barro: 1. Material con el que, según la tradición judaica, Jahvé ocupaba sus ratos de ocio modelando figuritas, de la que el hombre sería su pieza más lograda, siendo la mujer una consecuencia derivada de su capacidad para modelar apetitosas piezas de carne a partir de una costilla. 2. Lugar en donde suelen encontrarse los que necesitan ayuda exterior para clarificar sus ideas. 3. Tierra resbaladiza que puede provocar caídas muy molestas a los que se dan un paseo por lugares pintorescos con zapatos de los llamados de suela.

peligro. 1. Señal de advertencia junto a una instalación eléctrica abandonada hace años. 2. En caso de ser acompañada con las palabras, “Cuidado con el perro”, indicación inequívoca de que no seremos bien recibidos en una casa de recreo. 3. Estado permanente de riesgo de desmoronamiento de la economía. 4. Cualquier situación de la que se desconoce su final, en especial cuando el guía nos advierte de que está todo controlado.

mancha: 1. Nombre que recibe una tremenda grieta natural, situada entre el continente europeo y una isla atiborrada con los británicos que no emigraron a Estados Unidos. 2. Descubrimiento molesto en la corbata o en el traje, realizado por una persona a la que tenemos poca simpatía. 3. Deterioro permanente en los manteles y sábanas de hilo heredados de nuestros antepasados más inmediatos, que ha resistido estoicamente todas las pruebas.

instalar: 1. Decisión, tomada sin análisis, necesaria para poder disfrutar de un programa informático del que, con suerte, solo sabremos utilizar una décima parte y que, en caso de haber sido bajado de internet, podrá significar entablar relación con el experto que se encargue posteriormente de reformatear el disco duro del ordenador. 2. Acción por la que dos desconocidos provistos de mono y caja de herramientas -uno de ellos, con aspecto de jubilado y el otro, con el de estar en libertad condicional-, abandonan a su suerte el aparato electrodoméstico que se ha adquirido hace unos días, horas antes de que se produzca la inundación de la cocina o el cuarto de baño, o un cortocircuito deje la casa sin corriente eléctrica.

robo: 1. Expresión educada con la que se expresa haberse dado cuenta tardíamente de que nos han cobrado dos veces el mismo plato en el restaurante o bar de carretera. 2. Operación delicada con la que se han conseguido, en su momento, la mayoría de las fortunas actuales. 3. Delito muy grave cometido por un drogadicto con síndrome de abstinencia que consiste, típicamente, en arrebatar de un tirón el bolso a una anciana solitaria, para extraerle el dinero del monedero, con el que pensaba comprar el pan de cada día.

cuadro: 1. Escena desoladora a la que convendría no mirar, para que no afectar la facultad natural de ignorar las desgracias ajenas. 2. Pieza de tela colgada en un museo, cuya reproducción, incluso con colores más vivos, se puede comprar por muy poco dinero en la Tienda del mismo. 3. En una casa particular, nombre que recibe cada una de las consecuencias enmarcadas de la común situación por la que uno de los propietarios, llegada la edad de jubilación, decide seguir la llamada de su vocación artística, hasta entonces, felizmente oculta, siguiendo clases de pintura en una academia abierta por un vecino.

Archivado en:Actualidad, Arte, Cultura, Diccionario desvergonzado, Literatura, Sociedad Etiquetado con:barro, cuadro, diccionario desvergonzado, instalar, mancha, peligro, robo

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