“Por Dios, por la Patria y el Rey”, han sido históricamente los tres conceptos sublimes por los que merecía la pena luchar y morir, al menos en las cristianas belicosidades que formaban el mosaico europeo de nacionalidades.
Ese mensaje trascendente fue recogido, de una u otra forma, en no pocos himnos y cánticos, pero pocos alcanzaron la rotundidad con la que se recogió el patriotismo, la religiosidad y la devoción al monarca que creían más legitimado para gobernarlos, con los que los carlistas festejaban la victoria de Oriamendi 1837) sobre los cristinos. Por esa triada superior “lucharon” (en otras versiones, incluso se dice, “murieron”) “nuestros padres/ por Dios”, y “por la Patria y el Rey/lucharemos nosotros también”. (1)
Hasta en la guerra incivil española de 1936, un siglo más tarde, la arenga fue incorporada sin reparos por el bando sublevado -luego triunfador-, y luego sería cantado, no solo como himno de los requetés, en institutos y colegios de la postguerra por inocentes criaturas dirigidas sus voces por otras adultas nada inocuas (“Cueste lo que cueste/ se ha de conseguir/ que los boinas rojas/ entren en Madrid”… “defendiendo todos juntos la bandera de la santa Tradición”).
Tiene que ser decepcionante, si queda en nuestro convulso país alguien idealista, que esos tres conceptos no solo hayan caído en desuso como elemento inspirador de los ánimos y los cánticos, sino que hayan sido sustituidos por otros sin el menor misterio. Porque ni “la roja”, ni “Ronaldo”, ni “Shakira” ni “Beyoncé” (cito al azar) o cualquiera de esos ídolos de carnes y huesos que mueven el fervor de los jóvenes, tienen el encanto poético de un Dios omnipotente, una Patria ahíta de hazañas bélicas contra pérfidas albiones, califas malandrines o caudillos impíos.
Por no decir de un Rey, al que Dios salve, que represente el aglutinante, el liante pegamento que relacione las dos esencias anteriores, conectando la vulgaridad doliente con lo que es inalcanzable, abstracto, metafísico, poniendo poesía y magia de la buena a la monotonía de nuestras vidas.
Un grupo de jóvenes universitarios parece haber encontrado una vía de ilusión en las elecciones europeas de mayo de 2014. El análisis serio y ponderado, realizado por mentes sesudas, de lo que pretenden, ha revelado que su programa -o lo que fuera- es irrealizable, por costoso y por utópico.
No se han dado cuenta estos sensatos, que los símbolos que han movido a la humanidad son, justamente, intangibles, etéreos, inextricables. Lo que necesitamos es algo por lo que ilusionarnos. Cuanto más incomprensible e inexplicable, mejor.
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(1) Pertenecí durante cierto tiempo al grupo de chavales incompetentes (para entender de tradiciones) que creían incluso que ese era también el himno de las “tropas rojas” que querían volver a entrar en Madrid, después de haberlo perdido para la República, pues hasta tan punto se nos había teñido de rojo todo lo que no era franquista.