No había sido fácil reunirlos, pero allí estaban. La élite de los expertos valgamediosinos en el sexo femenino. Doctores en ginecología y obstetricia, analistas laureados en el carácter y sicología de la mujer, letrados constitucionalistas y abogados penalistas, sociólogos e historiadores, obispos y chamanes de las principales religiones, políticos tanto de las regiones más desarrolladas como de los más miserables,…
La convocatoria había sido realizada a iniciativa de un grupo de expertos multidisciplinar que había conseguido, tras largos y trabajosos estudios, terminar su investigación, co-financiada por la Organización Por la Desigualdad sexual, sobre un tema apasionante: “Análisis de los fundamentos científicos de la inferioridad de las mujeres”.
Entre los convocados no había ninguna mujer. Alguno de los asistentes había hecho notar, tímidamente, lo que le parecía una paradoja.
-No encuentro de recibo que en una Asamblea de este tipo, en el que el tema central, por no decir, único, sea la mujer, no se haya invitado, al menos como oyente, a alguna representante femenina, cuya bella presencia, por otra parte, alegraría los debates.
Quien así hablaba era el respetado Dr. Pelele, que había estudiado Técnicas de Reproducción Asistida en el Reino Unido, y tenía un próspero Laboratorio de Inseminación Artificial. Aunque estaba a punto de cumplir los sesenta años, aparentaba algunos menos, gracias a su cuidado acicalamiento y al gusto por llevar trajes de marca demasiado ajustados.
-Obviemos una discusión vacía -cortó el Presidente de la reunión, elegido por ser el de mayor edad, propuesto varias veces, aunque sin haber superado nunca la primera criba, al Premio Nobel de Biología, Dr. Bacon-Ham, que era experto en trasplantar órganos de todo tipo-. Ninguna mujer ha sido invitada para que las conclusiones no se vean mediatizadas. Así podremos discutir más libremente, sin ningún tipo de coacción o presión.
El Informe, que expuso -en Resumen Ejecutivo- el Dr. Florinata, como portavoz del equipo que lo había elaborado, tenía dos mil quinientas páginas y, según se anunciaba en la primera de ellas, resultaba demoledor en sus conclusiones. El Dr. Florinata llevaba el pelo algo engominado, y lucía un bigote que parecía delineado con tiralíneas. Se ajustó el nudo de su corbata de colorines antes de hablar así:
-Los trabajos se han desarrollado en tres contextos. El histórico-sociológico, que analiza las consecuencias de la división consuetudinaria del trabajo entre varones y hembras de la colectividad humana, atendiendo a las cualidades físicas de unos y otras. El sicológico, que profundiza en la práctica incapacidad de la mujer para entender las cuestiones abstractas, ya sean mapas, cuentas bancarias o grifos que gotean. Y finalmente, el fisiológico, por el que se descubre que la razón de que la mujer sea más resistente al dolor y aguante sin desmayarse ni siquiera palidecer que le extraigan sangre o le pongan una inyección, es, justamente, síntoma de su debilidad.
El obispo Dr. Kienleve -orondo bajo la sotana, con un rostro carnal que revelaba sus aficiones mundanas, y que estaba sentado junto al imán Joquechimin, con el que había comentado previamente algún aspecto, interrumpió el discurso, expresándose con su voz engolada:
-Debo denunciar la falta de espiritualidad que se infiere del análisis efectuado. ¿Dónde queda la divinidad? ¿Por qué no se ha tenido en cuenta que la mujer humana es inferior por designio divino? Eso habría acortado notablemente la investigación. Dios creó a la mujer inferior al hombre, para proporcionarle apoyo, gozo y darle realce con su grácil presencia.
El presidente aconsejó que no se cortara la intervención del ponente, y que se aguardara al debate para aportar las opiniones. Habría tiempo y lugar para todos.
-Pues bien -dijo Florinata, que se creyó obligado a abreviar su intervención-, las investigaciones avalan que la diferencia sustancial entre el hombre y la mujer, que señala definitivamente su inferioridad, es que la hembra humana se enamora. Mientras se encuentra en ese estado de enajenación, no es capaz de tomar decisiones cabales.
Se produjo un silencio en la sala, antes de que empezaran a elevarse murmullos, que derivaron en aplausos y gritos de complacencia. Un tipo de barba más bien rala y aspecto enérgico, como de profesor universitario, que, según comentaban en la mesa presidencia, no constaba como invitado, avanzó por el pasillo, hacia el estrado.
-¿Qué tontería es esa? ¡Los hombres también se enamoran! ¡Hay millones de ejemplos en la historia de la Humanidad de varones que han estado perdidamente enamorados de sus mujeres!
Los servicios de seguridad aparecieron de inmediato y llevaron al alborotador fuera del recinto.
El Presidente, restablecido el orden, tomó la palabra:
-Tengo una primera pregunta para abrir el debate. Una vez que hemos admitido como premisa la inferioridad de la mujer, ¿cómo habríamos consentir que la continuidad de nuestra especie esté en sus manos?. Propongo que votemos que los hombres, ya que somos los que tomamos las decisiones, tengamos, en adelante, la descendencia en nuestro propio vientre. Así se podrá decir que “nosotros decidimos, nosotros parimos”.
No me quedé al resto de la asamblea, por lo que no estuve presente en la votación. Tampoco estoy seguro de que se haya votado. Los periódicos del día siguiente no recogieron el tema.
FIN