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Vergüenza

1 diciembre, 2017 By amarias 2 comentarios

Al margen de la calificación penal que su actuación merezca a los Tribunales de Justicia, el juicio moral, y social, que cabe hacer a los cinco miembros de un grupo de humanos del sexo masculino que se confabularon bajo el nombre indiciario de sus intenciones de La Manada para tener relaciones sexuales colectivas con una joven a la que acababan de conocer, y filmar el hecho para difundirlo posteriormente en las redes sociales, es el de abominar de su miseria personal.

El proceso penal al que han sido sometidos ha permitido comprobar lo garantista que es nuestro sistema penal para los investigados, la variedad de argumentos que pueden ser utilizados por sus abogados defensores para tratar de justificar las actuaciones de sus clientes.

Pudo no haber sido violación, sino relación consentida. La película del acto criminal (un corto de 92 segundos filmado por uno de los acusados), sirve como elemento de convicción de que la joven disfrutaba con la agresión, pues mantenía los ojos cerrados mientras realizaba la felación a uno de los asaltantes. El comportamiento posterior de la agredida -seguido con discreción por un detective contratado por la defensa- revelaría su conformidad con los actos y su tendencia disoluta, pues, en lugar de haberse encerrado en un convento para expiar su culpa, quitarse la vida o padecer desde el asalto el síndrome incurable de su vergüenza, ha sido el normal de una joven universitaria de su edad…

Pero el largo proceso, lo morboso de los hechos, la pertenencia profesional y social de los acusados y su víctima, el exceso de información y de datos sobre los hechos, sus antecedentes y consecuentes, ha abierto con estridencias la grave cuestión de la persistencia de un tipo de machismo especialmente oscuro, obsceno, insoportable, que es el que considera a la mujer como objeto sexual. Lo tenemos incrustado en España y, como todas las enfermedades sociales graves, está ampliamente difundida en el mundo.

No somos el único país que sufre esta lacra. La sociedad sigue mayoritariamente interpretando que ser varón constituye un plus,  y esta elucubración apriorística ha obtenido y obtiene el respaldo de religiones, Estados, empresas, círculos de opinión.

Circunscribiéndome a la perniciosa línea distorsionadora que conduce, in extremis, a situaciones abominables, objetivamente aberrantes que pretenden justificarse desde el menosprecio a la actitud a la mujer, que se presupone sumisa y a la que se imagina por naturaleza proclive a aceptar el papel de objeto sexual, su punto de partida es que ser varón constituye una ventaja, un mérito de la naturaleza. Desde ese pedestal de autoridad intrínseca, se ofrece la opción especial de disponer del privilegio de sojuzgar sexualmente a la hembra.

Tal inconcebible premisa está incrustada con fuerza en la cultura social. Sin necesidad de explicitarlo, como un fondo argumental, se entiende que sucede en la nuestra como en otras especies, en los que la cópula se lleva a cabo con sometimiento forzado del sexo débil a la potencia del macho.

Basta ya. Borremos definitivamente esa lacra. No se conseguirá de inmediato, pero hay que trabajar intensamente y en todos los órdenes para liquidar el menor vestigio de vejación a la mujer. No a los chistes obscenos en los que se ensalza (ridículamente) la potencia del varón, se presenta a la mujer como objeto, se hace del acto sexual una exhibición de sometimiento y desprecio al amor recíproco. No a los anuncios y argumentos publicitarios en los que la imagen de una mujer se utiliza para atraer la atención con  base en su desnudez. No a las agresiones verbales (no digamos ya, las físicas) en los espacios públicos como en los entornos sociales privados en donde se pretende menoscabar la inteligencia, o la actuación de la mujer.

Vigilemos y atajemos el nacimiento de ese mal de subordinación de la hembra humana al macho: en las escuelas, en los lugares de diversión de los niños y jóvenes, en los comportamientos, consejos y modelos de los adultos.

Y, como máxima expresión del machismo social, abortemos ya ese mal que estamos tolerando con el estúpido argumento de que se trata de la profesión más antigua del mundo: el sexo mediante pago, la prostitución. Afecta fundamentalmente a componentes del sexo femenino y todos sabemos, porque nos lo han dicho muchas veces y hasta lo hemos podido comprobar si hubiéramos querido, que detrás de quienes hacen la calle, de quienes ofrecen sexo por dinero, están siempre (casi siempre, admito como reserva) hombres: chulos, proxenetas, explotadores, delincuentes que fuerzan la voluntad de otros.

No a la prostitución, ni a los prostíbulos, ni a los clubs de alterne. No a sus usuarios y a los sostenedores de esa miseria. Urge una ley que introduzca la penalización del cliente de los prostíbulos como soporte consciente de actuaciones delictivas de terceros.  Introdúzcase sin fisuras el claro rechazo social a la prostitución, tanto de quienes la ofrecen como de quienes la usan. No debemos admitir ni que el sexo mediante pago es una profesión como otras, o que se puede decidir libremente dedicarse a esa actividad.

Se precisa una mano justiciera implacable contra quienes regentan lugares de lenocinio, obligan a otros a prostituirse y,,, contra quienes, admitiendo que hay mujeres (u hombres) que son inferiores, pueden ponerlas al servicio de su lujuria por dinero.

—-

La foto es de una agachadiza común (gallinago gallinago), tomada en uno de los observatorios (hide, decimos los aficionados a la ornitología) de l`Albufera des  Grau, en Menorca. No es fácil de encontrar en descubierta, pues es tímida y espantadiza. Su vientre blanco la diferencia de otras agachadizas y, especialmente, de la agachadiza real, que lo tiene barrado. Al levantar el vuelo, deja ver manchas blancas en los laterales de la cola.

Archivado en:Actualidad Etiquetado con:agachadiza, detective, hembras, La Manada, Menorca, mujeres, proceso, prostitución, sexo, vergüenza, violación

Cuento de primavera: Algo de picante

26 mayo, 2014 By amarias Dejar un comentario

-Me gustaría romper el hielo. Como creo que soy la más joven, admito que tengo menos experiencia -comenzó la hermosa Susiela, enrojeciendo a medida que advertía la intensidad de las miradas puestas sobre ella-. Estoy segura de que cada uno de nosotros tendrá una idea del amor diferente. Deberíamos ponernos de acuerdo previamente sobre qué es el amor. Yo…creo que es… algo muy bonito.

La joven se dio cuenta de que había dilapidado la atención con su final edulcorado. Notó las mejillas ardientes y se calló, bebiendo el último contenido de su copa de espumoso.

-Podemos ir caminando de pregunta en pregunta, o de definición en definición, hasta la ignorancia absoluta -intervino, terca, Covelanta, con su voz templada de soprano-.  A veces es preferible delimitar lo que algo no es, lo que nos devuelve al contrarecíproco. El amor, para mí, es lo que nos perdemos cuando no amamos a nadie. No está en la soledad, sino en la compañía. No se encuentra en lo que disfrutamos a solas, sino en lo que compartimos.

-Dale con el contrarecíproco. ¿No podíamos ser más normales?. Porque esto no es un examen, supongo. Hemos venido a un cumpleaños, no a un interrogatorio -dijo Urgiondo, con la boca ocupada por un canapé demasiado grande, que acababa de coger de la bandeja que le ofrecía el camarero. “No debería haber hablado con la boca llena”, pensó primero; y luego: “Tal vez no debería haberme mostrado desagradable con Covelanta”.

Urgiondo sospechaba que Carminolina estaba detrás de la insólita propuesta de Balisondo. Sacarindo creía que Maicosenda había invitado a Covelanta -de lo que no le había avisado- para ridiculizar su relación con Susiela, a la que, con un gesto que confiaba no habría sido visto, creyéndola dispuesta a volver a intervenir, recomendó calma; situado entre Welory y Peronicia, acostumbrado a lidiar en ruedos difíciles, sabía que había que esperar a que la bestia cuadrase antes de entrar a matar.

Pero, ¿por qué se le había ocurrido tal cosa?

Consciente de que los asistentes no estaban aún dispuestos para disquisiciones elaboradas, Balisondo quiso aportar nueva munición, utilizando lo que creía su autoridad dentro del grupo. En su cumpleaños, mantener la dinámica de forma pacífica era su responsabilidad.

-Estoy muy de acuerdo con lo que indica Susiela de que evolucionamos a medida que nos hacemos mayores. Pero estoy convencido de que eso no tiene que ver con el amor, sino con el instinto de supervivencia. Y por ello, no es ni feo ni bonito, sino imprescindible. Necesitamos la protección de los otros, y ese escudo puede ser más o menos numeroso según el tipo de peligro que nos acecha. El grupo, la manada, la secta, nos sirve en la mayoría de las ocasiones, siempre que evitemos los laterales. Pero en las cuestiones trascendentes, preferimos seleccionar la compañía, intimar con ella.

Todos le escuchaban atentamente, pues concedían a Balisondo una capacidad de análisis especial, no exenta de un cierto dogmatismo. El camarero volvió a pasar entre los asistentes, llenando las copas con la bebida que habían elegido antes. “No, gracias, yo no beberé más”, rechazó Peronicia, cuyo rostro era de una palidez marmórea. Urgiondo se quedó mirándola, absorto. Le recordaba a alguien.

Balisondo guardó silencio mientras el camarero cumplía con su trabajo, por lo que la continuación de su exposición apareció aún más enfática (“No te enrolles, maestro”, se oyó decir a Sacarindo):

-El sexo cumple una función importante de catalizador momentáneo del interés por el otro, aunque no tiene nada, o muy poco, que ver con el amor. Cuando somos  jóvenes, dejamos que predomine la pasión, ya que no concedemos importancia a nuestra temporalidad. Incluso solemos confundir el “nosotros” de la lujuria, con el “yo” del egoísmo, que es el verdadero y único destinatario de la búsqueda de satisfacción. En esa época, al menos los hombres, antes que compartir lo que sentimos con una sola persona, buscamos la protección genérica del grupo, diluyendo nuestra individualidad en él. Es la consciencia de nuestro envejecimiento, y, en especial, de la realidad de la muerte,  de la muerte concreta, que es la nuestra, nos empuja a apoyarnos en un “otro” concreto. Nos preguntamos entonces, qué es lo que puede aportarnos esa relación.

Como casi siempre que Balisondo exponía una idea, pocos de sus amigos la entendían a la primera, pero tenía la virtud de que los motivaba para hablar.

Juripando y Welory, que habían permanecido en silencio, abrieron la boca para intervenir al mismo tiempo. Welory era extranjera, pero hablaba perfectamente nuestro idioma, gracias no solo a Juripando, sino a otras parejas anteriores, que la habían introducido en los modismos de esta complicada lengua. No estaban casados, ni se lo planteaban. Hacía más de quince años que vivían juntos. Era curioso: se habían conocido en el funeral de la esposa de Juripando, fallecida de un cáncer.

-Teng…había dicho Welory, que se calló para dejar la palabra a Juripando. Este, que era ingeniero nuclear, sonrió, y se levantó del asiento, siguiendo un impulso.

-Perdonad que trate de poner algo de orden al debate, para no perdernos. El amor puede que no exista, pero da sentido a la vida. Puede que sea un espejismo, pero nos concede esperanza. Puede que esté -¡o no!- contaminado con el sexo, pero es placentero en sí mismo.  No necesitamos inventarlo,  advertimos su presencia, como un estímulo especial del resto de los sentidos -la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato,…-, cuando nos encontramos al lado de muy concretas personas.

Maicosenda no tenía el don de la palabra, por lo que prefería servir de enlace a otras intervenciones:

-Tal vez Sacarindo pueda ilustrarnos sobre esa sutil diferencia entre el amor y el sexo… -sugirió, sabiendo que el interpelado no lo tomaría como algo ofensivo.

-Perdón, estaba distraído -disimuló Sacarindo, que estaba sintiéndose incómodo, sin comprender la razón-. ¿De qué va el tema? ¿De sexo, de amor?…Si este selecto auditorio pretende que cuente mis experiencias, necesitaré más vino. Al fin y al cabo, esto era una cena, no un estriptís.

Y se levantó para coger de la bandeja que sostenía el camarero, de pie, con cara de póker, una copa de vino.

Urgiondo había creído detectar un fondo de simpatía en Peronicia y estaba preparado para prospectar la profundidad de aquella insinuación. Con un tono que fue consolidándose mientras hablaba, trató de desplegar, como acostumbraba cuando se encontraba ante una mujer interesante, su capacidad de seducción.

-Confirmo que las relaciones que se construyen en la madurez son más sólidas que las que se empiezan en la adolescencia. El proyecto común es fundamental. Pero lo paradójico es que los hijos vienen, al menos -se corrigió- así era en mi época, cuando aún no se está preparado para una relación duradera. Los hijos se convierten en la trampa de la naturaleza para ligarnos a una relación cuya viabilidad está por comprobar. Deberíamos hacer como los leones, que dejan la educación de sus crías en manos de las hembras. Verdad, ¿Peronicia?

No sabría explicar por qué interpeló a Peronicia, que se sobresaltó. Cuando terminó de hablar, dudando aún de haber sido lo brillante que hubiera deseado, sintió el pellizco doloroso de Carminolina, que estaba a su lado. “Se te ha visto el plumero”, le comentó al oído, lo que, pronunciado en aquel preciso momento, le intrigó.

Peronicia, dejó su copa en el suelo y se dispuso a hablar. No había sido presentada a todos los asistentes por Covelanta, por lo que se creyó en la necesidad de hacer una pequeña introducción de sí misma.

-Yo no tengo hijos -explicó-. Ni pienso tenerlos. Tengo voto de castidad. Soy monja tremolina. Lo cual…no quiere decir que no entienda lo que es la sexualidad. Pero, sobre todo, me parece que puedo expresar lo que, para mí, es el amor. No es lo que se comparte, sino que está en lo que se da. Hay un amor grande, que es el amor a Dios, y otro más pequeño, que se tiene a uno mismo. La religión nos dice que hay que amar a los demás como a uno mismo, porque hay que darles tanto como nos damos a nosotros. El amor es sacrificio, y en el mismo sacrificio encontrará el que lo da, su mejor recompensa. En este mundo, pero, sobre todo, allí donde está puesta nuestra esperanza, en el otro, en el Paraíso. Un amor sin sacrificio no es amor, sino interés. En el Paraíso solo habrá Amor, y ya no será necesario el sacrificio, porque en ese Amor estará la recompensa eterna.

Posiblemente fue Urgiondo el que convirtió en especialmente espeso, casi impenetrable, el silencio que siguió a estas palabras. Por fortuna, fue Welory la que encontró la forma de seguir adelante, con una curiosidad:

-¿Monjas tremolinas? Nunca había oído hablar de esa orden.

(continuará)

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Cuento de invierno: Razones de sexo

17 enero, 2014 By amarias2013 Dejar un comentario

No había sido fácil reunirlos, pero allí estaban. La élite de los expertos valgamediosinos en el sexo femenino. Doctores en ginecología y obstetricia, analistas laureados en el carácter y sicología de la mujer, letrados constitucionalistas y abogados penalistas, sociólogos e historiadores, obispos y chamanes de las principales religiones, políticos tanto de las regiones más desarrolladas como de los más miserables,…

La convocatoria había sido realizada a iniciativa de un grupo de expertos multidisciplinar que había conseguido, tras largos y trabajosos estudios, terminar su investigación, co-financiada por la Organización Por la Desigualdad sexual, sobre un tema apasionante: “Análisis de los fundamentos científicos de la inferioridad de las mujeres”.

Entre los convocados no había ninguna mujer. Alguno de los asistentes había hecho notar, tímidamente, lo que le parecía una paradoja.

-No encuentro de recibo que en una Asamblea de este tipo, en el que el tema central, por no decir, único, sea la mujer, no se haya invitado, al menos como oyente, a alguna representante femenina, cuya bella presencia, por otra parte, alegraría los debates.

Quien así hablaba era el respetado Dr. Pelele, que había estudiado Técnicas de Reproducción Asistida en el Reino Unido, y tenía un próspero Laboratorio de Inseminación Artificial. Aunque estaba a punto de cumplir los sesenta años, aparentaba algunos menos, gracias a su cuidado acicalamiento y al gusto por llevar trajes de marca demasiado ajustados.

-Obviemos una discusión vacía -cortó el Presidente de la reunión, elegido por ser el de mayor edad, propuesto varias veces, aunque sin haber superado nunca la primera criba, al Premio Nobel de Biología, Dr. Bacon-Ham, que era experto en trasplantar órganos de todo tipo-. Ninguna mujer ha sido invitada para que las conclusiones no se vean mediatizadas. Así podremos discutir más libremente, sin ningún tipo de coacción o presión.

El Informe, que expuso -en Resumen Ejecutivo- el Dr. Florinata, como portavoz del equipo que lo había elaborado, tenía dos mil quinientas páginas y, según se anunciaba en la primera de ellas, resultaba demoledor en sus conclusiones. El Dr. Florinata llevaba el pelo algo engominado, y lucía un bigote que parecía delineado con tiralíneas. Se ajustó el nudo de su corbata de colorines antes de hablar así:

-Los trabajos se han desarrollado en tres contextos. El histórico-sociológico, que analiza las consecuencias de la división consuetudinaria del trabajo entre varones y hembras de la colectividad humana, atendiendo a las cualidades físicas de unos y otras. El sicológico, que profundiza en la práctica incapacidad de la mujer para entender las cuestiones abstractas, ya sean mapas, cuentas bancarias o grifos que gotean. Y finalmente, el fisiológico, por el que se descubre que la razón de que la mujer sea más resistente al dolor y aguante sin desmayarse ni siquiera palidecer que le extraigan sangre o le pongan una inyección, es, justamente, síntoma de su debilidad.

El obispo Dr. Kienleve -orondo bajo la sotana, con un rostro carnal que revelaba sus aficiones mundanas, y que estaba sentado junto al imán Joquechimin, con el que había comentado previamente algún aspecto, interrumpió el discurso, expresándose con su voz engolada:

-Debo denunciar la falta de espiritualidad que se infiere del análisis efectuado. ¿Dónde queda la divinidad? ¿Por qué no se ha tenido en cuenta que la mujer humana es inferior por designio divino? Eso habría acortado notablemente la investigación. Dios creó a la mujer inferior al hombre, para proporcionarle apoyo, gozo y darle realce con su grácil presencia.

El presidente aconsejó que no se cortara la intervención del ponente, y que se aguardara al debate para aportar las opiniones. Habría tiempo y lugar para todos.

-Pues bien -dijo Florinata, que se creyó obligado a abreviar su intervención-, las investigaciones avalan que la diferencia sustancial entre el hombre y la mujer, que señala definitivamente su inferioridad, es que la hembra humana se enamora. Mientras se encuentra en ese estado de enajenación, no es capaz de tomar decisiones cabales.

Se produjo un silencio en la sala, antes de que empezaran a elevarse murmullos, que derivaron en aplausos y gritos de complacencia. Un tipo de barba más bien rala y aspecto enérgico, como de profesor universitario, que, según comentaban en la mesa presidencia, no constaba como invitado, avanzó por el pasillo, hacia el estrado.

-¿Qué tontería es esa? ¡Los hombres también se enamoran! ¡Hay millones de ejemplos en la historia de la Humanidad de varones que han estado perdidamente enamorados de sus mujeres!

Los servicios de seguridad aparecieron de inmediato y llevaron al alborotador fuera del recinto.

El Presidente, restablecido el orden, tomó la palabra:

-Tengo una primera pregunta para abrir el debate. Una vez que hemos admitido como premisa la inferioridad de la mujer, ¿cómo habríamos consentir que la continuidad de nuestra especie esté en sus manos?. Propongo que votemos que los hombres, ya que somos los que tomamos las decisiones, tengamos, en adelante, la descendencia en nuestro propio vientre. Así se podrá decir que “nosotros decidimos, nosotros parimos”.

No me quedé al resto de la asamblea, por lo que no estuve presente en la votación. Tampoco estoy seguro de que se haya votado. Los periódicos del día siguiente no recogieron el tema.

FIN

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Mi Diccionario desvergonzado (27): premio, calvo, sexo, negocio, oportunidad

8 julio, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

premio: 1. Distinción que otorgan los miembros de un Jurado, con base en elementos de decisión que les harían morir de vergüenza si trascendieran. 2. Obsesión patológica de los que juegan a la Lotería, resultado de su desconocimiento del cálculo de probabilidades. 3. Cualquier competición con fines publicitarios, en la que los participantes lucen gorras o camisetas con el nombre de las empresas que pretenden ocupar un lugar en el inconsciente colectivo.

calvo: 1. Persona del sexo masculino que ha perdido la mayor parte del pelo de la cabeza por razones muy variadas, ha probado todos los crecepelos del mercado y está convencido de tener una alta producción de testosterona. 2. Portador de una peluca mal colocada. 3. Estado definitivo del cuero cabelludo de hombres y mujeres, independientemente de la fortaleza de su pelambrera, con tal de que haya transcurrido el tiempo suficiente.

sexo: 1. Convencionalismo que se basa en las diferencias morfológicas para distinguir las dos mutaciones de la especie humana que evidencian estructuras mentales divergentes, sin que se haya aún descubierto la razón por la que portan idénticos ADN y pueden reproducirse. 2. Actividad simultánea de dos (raramente, más) animales adultos, cuyo objetivo secundario se cree que es el mantenimiento de la especie, siendo el principal bajar sus niveles hormonales. 3. Denominación formal de una zona de cuerpo humano que, considerada íntima en otras épocas, se externalizó, al descubrirse que, con la práctica, mejora sus cualidades y se retrasa su desgaste natural.

negocio: 1. Forma estupenda de hacerse rico, si se descubriera cómo conseguirlo sin despertar envidias o atropellar intereses ajenos. 2. Lo que se cree tener entre manos, antes de perder el dinero que se expuso para denominarlo así. 3. Para los romanos de la época en la que Italia consiguió implantar su ideal de Unión Europea, período entre vacaciones. (Nota del Editor: Estas definiciones se añaden a otra dada anteriormente)

oportunidad: 1. Mercancía con algún defecto que, adquirida en las rebajas, disminuirá nuestra autoestima cuando descubramos aquél y nos convezcamos de que nos han tomado el pelo. 2. Situación que se nos aparece radiante cuando la hemos perdido.

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Enjambres, bandadas y jolgorios

16 marzo, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

La primavera la sangre de los animales jóvenes altera. Es época de cortejos, romances, apareamientos, anidamientos, partos o puestas, para las especies con diferenciación de sexos (1).

Estas operaciones biológicas se realizan -con pocas excepciones- en pareja, aunque la organización anterior y posterior al acto principal -que no es propiamente la coyunda, sino, por este medio, la procreación y, por tanto, la continuidad de la especie-, puede involucrar la agrupación de miles de individuos.

Se sentirán así, nos cuenta la etología, más protegidos durante las labores de cría, prodrán elegir pareja entre más candidatos y, por supuesto, se beneficiarán de las condiciones climáticas o de procura de alimento más propicias, pues los lugares adecuados son transmitidos´, con el ejemplo modeladore del instinto, de generación en generación.

El 15 de marzo de 2013 más de 20.000 jóvenes españoles se reunieron en Granada, en la Fiesta de la Primavera. El día anterior, unos cuantos centenares de estudiantes (todos los adolescentes lo son) lo hicieron en Toledo (inolvidable la explicación de su alcalde, García-Page, de que no había que oponerse a los movimientos juveniles, sino observarlos para cuidar que no se conviertan en desmadre).

Seguro que, en muchas otras localidades, de este país y de los otros, las hormonas cumplieron con lo suyo.

Justamente en Toledo, en donde me encontraba ese día, pude contemplar cómo miles de pájarillos, de vuelta de su migración anual, al atardecer aún frío, ocupaban algunos de los árboles de las orillas del Tajo y hasta del centro de la ciudad, alborotando el ambiente con sus píos y jolgorios. No dejé de asociar a ambas comunidades embandadas, faltas tanto la una como la otra de su reina o guía, pero fieles al mismo impulso o ardor sanguíneo.

Un joven entrevistado de entre los que se arracimaban en Granada, botella de calimocho en mano, explicaba con tranquila desfachatez su razón para participar de aquel su enjambre: “No venimos a beber y a emborracharnos, sino por el ambiente, aquí se puede conocer a mucha gente”. Y aclaraba, para mayor precisión, que habían sido convocados por internet.

En parte, se equivocaba el palomo. Porque hay cosas que no se pueden lograr (¿aún?) por internet. Se pueden tener muchos amigos en facebook o en tuenti, pero las feromonas son las feromonas, y hay que darles la importancia que corresponde, distinguiendo entre razón e impulsos naturales.

—

(1) No es mi intención entrar en mayores profundidades en este Comentario, aunque no está de más recoger que los comportamientos sexuales  de muchos animales – incluída la especie humana-, al menos, en lo formal, no están necesariamene vinculados a que la pareja sea del otro sexo.

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