Al margen de la calificación penal que su actuación merezca a los Tribunales de Justicia, el juicio moral, y social, que cabe hacer a los cinco miembros de un grupo de humanos del sexo masculino que se confabularon bajo el nombre indiciario de sus intenciones de La Manada para tener relaciones sexuales colectivas con una joven a la que acababan de conocer, y filmar el hecho para difundirlo posteriormente en las redes sociales, es el de abominar de su miseria personal.
El proceso penal al que han sido sometidos ha permitido comprobar lo garantista que es nuestro sistema penal para los investigados, la variedad de argumentos que pueden ser utilizados por sus abogados defensores para tratar de justificar las actuaciones de sus clientes.
Pudo no haber sido violación, sino relación consentida. La película del acto criminal (un corto de 92 segundos filmado por uno de los acusados), sirve como elemento de convicción de que la joven disfrutaba con la agresión, pues mantenía los ojos cerrados mientras realizaba la felación a uno de los asaltantes. El comportamiento posterior de la agredida -seguido con discreción por un detective contratado por la defensa- revelaría su conformidad con los actos y su tendencia disoluta, pues, en lugar de haberse encerrado en un convento para expiar su culpa, quitarse la vida o padecer desde el asalto el síndrome incurable de su vergüenza, ha sido el normal de una joven universitaria de su edad…
Pero el largo proceso, lo morboso de los hechos, la pertenencia profesional y social de los acusados y su víctima, el exceso de información y de datos sobre los hechos, sus antecedentes y consecuentes, ha abierto con estridencias la grave cuestión de la persistencia de un tipo de machismo especialmente oscuro, obsceno, insoportable, que es el que considera a la mujer como objeto sexual. Lo tenemos incrustado en España y, como todas las enfermedades sociales graves, está ampliamente difundida en el mundo.
No somos el único país que sufre esta lacra. La sociedad sigue mayoritariamente interpretando que ser varón constituye un plus, y esta elucubración apriorística ha obtenido y obtiene el respaldo de religiones, Estados, empresas, círculos de opinión.
Circunscribiéndome a la perniciosa línea distorsionadora que conduce, in extremis, a situaciones abominables, objetivamente aberrantes que pretenden justificarse desde el menosprecio a la actitud a la mujer, que se presupone sumisa y a la que se imagina por naturaleza proclive a aceptar el papel de objeto sexual, su punto de partida es que ser varón constituye una ventaja, un mérito de la naturaleza. Desde ese pedestal de autoridad intrínseca, se ofrece la opción especial de disponer del privilegio de sojuzgar sexualmente a la hembra.
Tal inconcebible premisa está incrustada con fuerza en la cultura social. Sin necesidad de explicitarlo, como un fondo argumental, se entiende que sucede en la nuestra como en otras especies, en los que la cópula se lleva a cabo con sometimiento forzado del sexo débil a la potencia del macho.
Basta ya. Borremos definitivamente esa lacra. No se conseguirá de inmediato, pero hay que trabajar intensamente y en todos los órdenes para liquidar el menor vestigio de vejación a la mujer. No a los chistes obscenos en los que se ensalza (ridículamente) la potencia del varón, se presenta a la mujer como objeto, se hace del acto sexual una exhibición de sometimiento y desprecio al amor recíproco. No a los anuncios y argumentos publicitarios en los que la imagen de una mujer se utiliza para atraer la atención con base en su desnudez. No a las agresiones verbales (no digamos ya, las físicas) en los espacios públicos como en los entornos sociales privados en donde se pretende menoscabar la inteligencia, o la actuación de la mujer.
Vigilemos y atajemos el nacimiento de ese mal de subordinación de la hembra humana al macho: en las escuelas, en los lugares de diversión de los niños y jóvenes, en los comportamientos, consejos y modelos de los adultos.
Y, como máxima expresión del machismo social, abortemos ya ese mal que estamos tolerando con el estúpido argumento de que se trata de la profesión más antigua del mundo: el sexo mediante pago, la prostitución. Afecta fundamentalmente a componentes del sexo femenino y todos sabemos, porque nos lo han dicho muchas veces y hasta lo hemos podido comprobar si hubiéramos querido, que detrás de quienes hacen la calle, de quienes ofrecen sexo por dinero, están siempre (casi siempre, admito como reserva) hombres: chulos, proxenetas, explotadores, delincuentes que fuerzan la voluntad de otros.
No a la prostitución, ni a los prostíbulos, ni a los clubs de alterne. No a sus usuarios y a los sostenedores de esa miseria. Urge una ley que introduzca la penalización del cliente de los prostíbulos como soporte consciente de actuaciones delictivas de terceros. Introdúzcase sin fisuras el claro rechazo social a la prostitución, tanto de quienes la ofrecen como de quienes la usan. No debemos admitir ni que el sexo mediante pago es una profesión como otras, o que se puede decidir libremente dedicarse a esa actividad.
Se precisa una mano justiciera implacable contra quienes regentan lugares de lenocinio, obligan a otros a prostituirse y,,, contra quienes, admitiendo que hay mujeres (u hombres) que son inferiores, pueden ponerlas al servicio de su lujuria por dinero.
—-
La foto es de una agachadiza común (gallinago gallinago), tomada en uno de los observatorios (hide, decimos los aficionados a la ornitología) de l`Albufera des Grau, en Menorca. No es fácil de encontrar en descubierta, pues es tímida y espantadiza. Su vientre blanco la diferencia de otras agachadizas y, especialmente, de la agachadiza real, que lo tiene barrado. Al levantar el vuelo, deja ver manchas blancas en los laterales de la cola.