Al socaire

Blog personal de Angel Arias. La mayor parte de los contenidos son [email protected], aunque los dibujos, poemas y relatos tienen el [email protected] del autor

  • Inicio
  • Sobre mí

Copyright © 2022

Usted está aquí: Inicio / Archivos paraimportancia

Cuento de invierno: El cuentista

17 febrero, 2014 By amarias Dejar un comentario

El cuentista se puso a reflexionar, como solía hacer con frecuencia -puntualicemos: no con “cierta” frecuencia, sino con mucha, alta y hasta desmesurada frecuencia, pues era persona de natural reflexivo, lo que, por otra parte, tratándose de un contador de cuentos no tiene porqué parecer extraordinario, sino, más bien, encajable en el grado medio con que se dedican a la reflexión los cuentistas que ni fu ni fa.

En aquella ocasión, la causa desencadenante había sido la recepción de un mensaje extraordinario -esto es, sin aviso previo ni antecedente o señal premonitoria por parte de su emisor, aunque no por ello habría de ser juzgado de insólito o impertinente- de una persona a la que el cuentista apreciaba personalmente.

El contenido esencial del mensaje era éste: “No merece la pena que malgastes tu tiempo, pues es evidente que lo que escribes no tiene ningún interés, ya que prácticamente nadie te lee”.

Debe completarse la valoración del mensaje antedicho con una precisión: el emisor del mismo pertenecía al inmenso grupo de los que jamás habían leído nada de lo escrito por el cuentista.

Por demoledor que le pareciera el consejo, el cuentista no podía pasar por alto que no constituía óbice, cortapisa o dificultad para que entendiera que la concluyente afirmación que contenía, partía de una premisa mayor o principal correcta. Prácticamente nadie leía lo que, con tenacidad y recalcitrancia, escribía, casi todos los días.

La conclusión, sin embargo (que figuraba situada en primer lugar de la frase que analizamos, a modo de tesis o deducción del silogismo) apelaba a una cuestión subjetiva -y que, por tanto, solo podría valorarse cabalmente en el ámbito personal de los móviles del propio cuentista-: no merece la pena que malgastes tu tiempo.

Se trataba, pues, de una concatenación causa-efecto, siendo la variable de entrada (input) el tiempo del cuentista, y el resultado de la función, cualquiera que fuera su formulación matemática o intuitiva, que “no merecía la pena”, sin precisión de sujeto, elemento o fórmula de evaluación   aplicados, aunque podría deducirse que a quien no habría de merecerle la pena era al propio cuentista, que era quien ponía, al fin y al cabo, la carne en el asador, esto es, su tiempo.

Especialmente intrigante resultaba al cuentista la existencia de una segunda hipótesis (subsumible como premisa menor en el razonamiento lógico empleado por su interlocutor), y que se convertía en la protagonista principal del pretendido aserto. Era su objetividad la que le parecía que podría ser puesta en entredicho, siempre que fuera posible medir el interés de un escrito, alocución o mensaje, en relación con algún otro baremo distinto al número de lectores o seguidores que pudieran  contabilizarse en un momento dado.

El cuentista encontró en el asunto materia suficiente para reflexionar, al menos durante algunos minutos, en relación con los términos “interés objetivo” y “formas de despertar la atención acerca de lo que se escribe”, en el supuesto, claro está, de que el “interés subjetivo” de escribir estuviera claro, lo que aparcó de momento, para no complicarse la vida.

De acuerdo con esta intención previa, cuya catalogación entendía que a él solo correspondía hacer,  recogió algunos ejemplos de éxito ajeno, tomados de la vida misma.

Ejemplo Primero: Es conocido que muchos -o todos- los partidos políticos que se presentan a unas elecciones, ya sean  o particulares, para conseguir llenar los locales en donde sus representantes más cualificados -los que pretenden vivir de ese cuento, en suma- exponen sus ideas o programas (en el supuesto de que los tuvieran), apelan a incluir, como atractivo, o acicate, formando parte intrínseca del espectáculo, a cantantes o artistas de la farándula que, con su arte, adornan el momento, le dan publicidad y alegrarán al personal asistente, haciéndole pasar un buen rato.

El cuentista realizó algunas encuestas -limitadas, ya que no dispone de muchos medios- acerca del contenido que recordaban los asistentes a los que tuvo acceso, de aquellos mítines y reuniones multitudinarias.

Encontró que, con absoluta exactitud, los asistentes recordaban quién o quiénes habían aderezado el festival con sus representaciones folclóricas, pero no eran capaces de indicar en qué consistía ese programa político. Aún más, cuando se aventuraba el encuestado a elucubrar sobre el mismo,  lo que creía haber escuchado no coincidía en absoluto con lo que correspondía al programa del que se suponía había sido destinatario y objeto preferente del mítin, limitándose a expresar frases genéricas, que igual podían ser atribuibles al partido político A, a su opositor B, o al catecismo del Padre Astete.

Concluyó, entonces, el cuentista que -si bien podría aceptarse que el mítin o reunión analizados, habían tenido éxito de convocatoria, pues se había llenado el aforo- la capacidad del mismo para difundir un mensaje específico, distinto del hecho de pasarlo de forma más o menos divertida con el espectáculo- era objetivamente nula.

Ejemplo segundo.- Tomando como envidiable referencia la de aquellos competidores por la atención del deseable público que tenían éxito notabilísimo de audiencia o seguimiento -los llamados gurús de las ondas, que acostumbran a pontificar sobre todos los temas imaginables, recortando aquí, copiando allá, o elucubrando sobre la marcha hastacullá-, analizó dos cuestiones: a) el número y calidad de las adhesiones que suscitaban sus comentarios y b) el tiempo presuntamente  dedicado, a partir de las estadísticas disponibles- a leer esos mensajes.

Encontró que cualquier mensaje de los llamados gurús o conductores de opinión, en especial, los que se limitaban a indicar: “Feliz día” o “Os deseo que os vaya bien” obtenía cientos y hasta miles  de adhesiones inmediatas, concretadas en “Me gusta” o, más explícitamente: “Te deseo lo mismo”.

En relación con mensajes más elaborados, cuya lectura, incluso rápida, hubiera consumido, al menos, de tres a cinco minutos, los registros evidenciaban que solo había merecido, salvo contadísimas excepciones atención durante un máximo de 3 segundos, supuesto, por lo demás, que los contadores fueran capaces de registrar tamaña precisión.

Concluyó, pues, que esos -en principio, tenidas por importantes y, por qué no, en algún caso, elaboradas elucubraciones de sus autores, cuya escritura podía haberles llevado un mínimo de entre veinte minutos a media hora- era consumido en menos tiempo que el que se emplea en sonarse la nariz o tirarse un p.

El cuentista, con este bagaje práctico, concluyó su análisis con esta determinación:

Haré lo que me parezca bien, sin importarme la trascendencia que consiga con mis elaboraciones. Al fin y al cabo, escribir cuentos me produce una satisfacción personal que no puedo conseguir de otra manera y, tal vez, alguien. que hoy ni siquiera conozco, conceda atención a lo que escribo, y le sirva para algo. Y, en todo caso, estoy muy agradecido de esas diez o veinte personas que me consta que me leen y, de vez en cuando, me comunican que les gusta lo que han leído.

Eso me basta, escribió el cuentista. Y escribió, aquel día, este nuevo cuento, para que, quien tenga ganas y tiempo de leerlo, disfrute o piense, aunque solo sea un instante, sobre lo que merece la pena y por qué .

FIN

 

Archivado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con: cuentista, cuento, cuento de invierno, difusión, importancia, lector, partido político, premisa, programa, público

Cuento de invierno: Reunión cósmica de sabios

6 enero, 2014 By amarias2013 Dejar un comentario

Por fin había podido celebrarse, después de múltiples ajustes en las agendas intergalácticas, la primera reunión cósmica de sabios.

Se trataba, por supuesto, de un encuentro sin desplazamiento real, ya que no hubiera sido posible conseguir reunir a las más privilegiadas mentes del universo, físicamente y en un tiempo dado, dadas las tremendas distancias que les separaban entre sí. Baste decir que, considerando únicamente el espacio tridimensional, los dos asteroides, -de entre aquellos en los que se habían manifestado seres inteligentes-, que se hallaban más alejados entre sí, lo estaban a varios miles de millones de siglos luz uno de otro.

Los problemas de conexión que habían tenido que resolverse eran, por decirlo con una palabra, aún reconociendo la limitación del lenguaje humano, inconmensurables. Por fortuna, los seres de la quinta dimensión habían accedido a poner a disposición del curioso encuentro toda (o una parte) de su conocimiento de comunicaciones, si bien, de empleo limitado a esa sola vez. Habían hecho jurar ante su propia potestad pentadimensional, a todos los seres dominadores de los espacios de tres y cuatro dimensiones (los de dos y una dimensión no habían sido invitados), que no copiarían o imitarían esa tecnología durante los próximos cien billones de siglos luz, so riesgo de destrucción inmediata de la viabilidad de las naturalezas infractoras.

Resultaba curioso, analizado con la imprescindible perspectiva, que entidades de tan diferente naturaleza (reales y fantásticas), ocupantes de espacios con dimensiones de las que unos resultaban englobables en otros, participaran en una reunión, que, sin necesidad de profundizar mucho, se debía estimar como totalmente desequilibrada. El cónclave se celebraba a instancias de la especie humana, que se jactaba de haber llevado su desarrollo a un nivel tal que le hacía merecedora de ser considerada, según su peculiar criterio, centro del cosmos, capaz para dirigir sus propios destinos -fuesen los que fueran-, desprendiéndose, por tanto, de cualquier vinculación anterior y con la consecuencia de no tener que pagar en lo sucesivo peaje intelectual alguno.

Llegado el momento preciso para la confluencia, los representantes más cualificados ocuparon sus espacios virtuales en el escenario hiperdimensional, y el sabio representante de la especie humana comenzó su disertación, que fue absorbida instantáneamente por una gran parte de la concurrencia, dándose el caso de que aún no sabía lo que iba a decir -aunque llevaba su intervención, obviamente, muy preparada- y ya muchos de los que atendían a la misma, habían sacado sus conclusiones hacía siglos.

-Hemos conseguido delimitar el margen de lo desconocido en nuestro Universo -decía el sabio humano- al mínimo. Podemos generar energía, liberándola de los enlaces de numerosos compuestos, e incluso de los mismos átomos. Somos capaces de calcular y construir estructuras resistentes a la mayor parte de los fenómenos naturales que se producen en la Tierra. Hemos puesto en valor la práctica totalidad de los recursos de nuestro planeta y de algunos otros a los que hemos accedido, y si no hemos llegado más lejos, no es por nuestra cortedad, sino por la limitación natural de nuestra Galaxia, cuyo momento inicial y parámetros de evolución creemos haber detectado. Incluso, estamos en condiciones de prolongar nuestras vidas al límite máximo admisible por nuestra composición química, siendo ahora posible imaginar que para el 87% de los humanos se conseguirá superar la edad de 125,3 años. No solo eso: hemos fabricado robots que superan ampliamente nuestra esperanza de vida, con capacidades de actuación incluso superiores a las nuestras. Somos, por tanto, a nuestro nivel, equivalentes a los dioses, y exigimos, con el debido respeto pero inconmovible firmeza, que nos sea reconocida esa calificación entre las categorías cósmicas.

El representante de la cuarta dimensión soltó una carcajada cósmica, que resonó en las oquedades terrestres como un terremoto de intensidad 9,3, medida en la escala de Richter.

-¡No seas iluso, humano! Esas fuerzas de la naturaleza que decís poder controlar son provocadas por los caprichos y divertimentos de mis colegas del espacio tetradimensional. A veces, según los viene en gana, descendiendo de la escala de tiempos a la física, generan un pequeño movimiento tridimensional que vosotros calificáis como tsunami o terremoto de gran intensidad y que os provoca, claro, daños terribles. Otras, movilizan con idéntico empeño, las nubes de vuestro entorno y lo hacen con el mismo gozo con el que los niños humanos hacen pompas de jabón, por el puro placer de hacer figuritas con ellas, lo que no evita, sino causa, tormentas y ciclones. Y no te quepa duda alguna de que cualquiera de esos descubrimientos que vuestra especie juzga producto de la genialidad de algunos o del trabajo continuado de investigación de equipos, son aportaciones graciosas que alguno de los seres de mi dimensión o de las superiores os hacen, con el solo fin de hacer más entretenido contemplar vuestra lentísima, y por su propio impulso, hasta negativa, evolución. Algo parecido, aunque obviamente a otro nivel, a la forma como vosotros, los que os creéis más listos de entre los humanos, y a vuestra reducida escala, cedéis -por supuesto, en vuestro caso, de forma egoísta- algunos avances tecnológicos a los países menos desarrollados.

-Abundando en ello, -iluminó como un relámpago de trillones de fotones, una eminencia de la quinta dimensión- has de saber, enano cósmico, que aunque te creas superior a otros seres de tu escala, incluso invisibles para ti con tus medios de análisis, la situación es solo fruto de tu ignorancia, que no puedes suplir con tu limitada imaginación y tus equipos de pacotilla.

En la Tierra, la población se maravilló de un resplandor tan fulminante que creyeron llegado el fin del mundo, y se pusieron a orar, sin saber a quién.

El sabio terrestre guardó silencio, confundido. Su silencio duró una nada inmensa, y fue percibido en la Tierra como varios siglos de inconcebible vacío. A partir de entonces los cielos se oscurecieron, los hielos se derritieron en una parte y en otra aumentaron varios metros su espesor y, lo que fue peor, todas las creencias se tambalearon, cayendo muchas estrepitosamente y arrastrando en su caída próceres, papas, ayatolás, reyes, iconos, gurús, empresarios, emprendedores, fieles y galardonados (entre otros).

Entonces, y solo entonces, un ser ínfimo que estaba alojado, al parecer, en uno de los lugares más recónditos de la epidermis de la calva del sabio, tal vez colindante con alguna zona del hipotálamo, que no hemos sido capaces de precisar, expuso este pensamiento sorprendente:

-¡Eh! Yo también he venido a esta reunión de sabios, y habito, como la especie humana, en el espacio tridimensional, aunque mi ámbito de desarrollo es varios múltiplos superior al espacio terrestre. No tenemos pretensiones de ser los más sabios del cosmos, ni mucho menos, anhelamos ser independientes, pero quiero expresar que nuestro nivel de inteligencia, como las criaturas superiores sabéis bien, es muy superior al del hombre, al que conducimos como nos da la gana. Los humanos son nuestros robots, en el ámbito que vosotros, los entes superiores, nos permitís actuar.

El sabio humano se quedó de piedra. Lo que anhelaba un instante de gozo se había tornado en una pesadilla terrible. Un ámbito de dolor y desambiguación de máxima crudeza, que, por fortuna, terminó cuando alguien movió su brazo.

-¡Poeta!¡Poeta!

Era su mujer, que le observaba, angustiada.

-¡Despierta, despierta! ¿Qué te pasaba, con qué soñabas? ¡Te movías con terrible angustia y no hacías más que repetir, “no tengo la culpa, no me castiguéis”? ¿Quién te iba a castigar?

El poeta, ya despierto, guardó silencio, se levantó presto, y mientras se aliviaba de los líquidos que se le habían acumulado durante la noche, pensó: “Qué complicado resulta todo esto”.

Pero se guardó, muy mucho, de comunicar a nadie, ni siquiera a su esposa, sus presentimientos y, naturalmente, tampoco le contó su sueño, porque no deseaba escuchar ninguna interpretación.

FIN

Archivado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con: cósmica, cuento de invierno, éspecie, hombre, humanidad, importancia, reunión, sabios

Cuento de invierno por Navidad: La fallida revisión de los 2.000 años

23 diciembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Las cosas no suceden así, pero, como no sabemos cómo sucedieron la primera vez, podemos imaginarnos algunos detalles de cómo puede discurrir la segunda. Si sucediera, y en caso de que la información de que disponemos de la primera fuera fiable.

Para situar el tema en su dimensión correcta, es preciso desplazarse a una dimensión superior a la que nos movemos los mortales. En ese lugar cósmico ene-dimensional, en donde las fuerzas superiores, dirigidas bajo la suprema y única autoridad del Dios de todos los dioses, ángeles, arcángeles, dominaciones, bienaventurados y desgraciados, así como de potestades, se reúnen de cuando en cuando para hacer una valoración de cómo van aquí y allá las cosas, queremos suponer que en un determinado momento, se esté procediendo a valorar la evolución de la Humanidad.

Un proyecto ambicioso, complejo, que permitió dotar a una criatura finita, vulnerable, de la capacidad singular de analizar lo que le rodea, e influir sobre ello. Una cuestión menor, intrascendente y hasta inapreciable en el marco de los infinitos de cualquier orden, pero que adquirió una proporción descomunal para ese habitante de un planeta minúsculo del Sistema Solar, llamado Tierra, que pretende ser el centro del cosmos.

Aceptaremos, para entendernos, que los nombres que hemos dado a las cosas que conocemos es el mismo que reciben por parte de los controladores cósmicos, y que, con el debido respeto, seremos capaces de poner por escrito sus pensamientos, o como queramos llamar a los productos derivados de su forma de ser, ordenando esas ideas según una secuencia temporal, con su principio y su fin, su camisita y su canesú y todo ello, en lenguaje humano.

-Es evidente que se hace necesaria una actualización completa de los códigos por los que deberían regirse los humanos -diría, para abrir boca, el dios de las Cosas Bien Hechas, apareciendo como lo que le corresponde, una eclosión fantasmal en la metafísica de la divina Pléyade.

-No lo percibo así desde mi infinita sabiduría, que nada tiene que envidiar, desde luego, a la tuya. Los principios que rigen la evolución del hombre están claros desde que se propició el salto del primate al homínido. Son inmutables, porque son parte de nuestra esencia: la completa verdad de las leyes cósmicas, la ausencia infinitesimal de cualquier maldad y la absoluta igualdad de oportunidades dentro de las especies, que está, por tanto, en todo lo creado por nosotros y que emana directamente del Innombrable, el que Todo lo Percibe. Cuestión distinta es que algunos humanos, sobre todo, desde la aparición del hombre de Atapuerca, se hayan desviado en las aplicaciones, tergiversándolas y adulterándolas, hasta hacerlas irreconocibles -replicaría el dios de las Ocasiones Desperdiciadas.

-En todo caso, y a salvo de lo que diga el Dios superior al que toda gloria sea dada -sería la reflexión espontánea que emitiría el dios menor de las Adaptaciones Posibilistas-, no se trata de adaptar las ordenanzas inmutables a las peculiaridades del momento, sino de hacerlas patentes, quitándoles la roña física que se acumula con los siglos. En cada uno de esos minúsculos seres siguen impresos los principios éticos a que te has referido, por lo que siempre han tenido una referencia en sí mismos, enmascarada ahora porque, en lugar de mirarse dentro de sí, sus sentidos se orientan hacia fuera. Esto dicho, sin embargo, no podemos ignorar que, aunque no lo ha sido en la dirección correcta, la Humanidad sí que ha avanzado en eso que llaman tecnología. Sobre todo, desde hace solo unos pocos años -se me hace difícil emplear esa terminología, hermanos-. Por no hablar del conocimiento de fenómenos, misterios y circunstancias que durante cientos de miles de años nos atribuyeron a nosotros, al azar, al mercado, o a la magia.

-Cierto que sí, queridos dioses de esta Pléyade, y alabado sea el que está por encima de todos nosotros. Han pasado cientos de miles de años y muchas vicisitudes por las generaciones humanas -podría ser ésta la aportación al cónclave de la diosa de la Tolerancia Admisible-. Fijémonos, sin embargo, en que la confusión actual no es menor para los humanos, sino mayor que nunca. Las desigualdades han crecido, las oportunidades de felicidad, no son las mismas, porque dependen, sobre todo, de las fuerzas del mal. Por eso, debemos actualizar las referencias que, en su momento, cumplieron la misión de señalarles el camino, no importa si las atribuyeron a dogmas religiosos o a códigos morales. Ahora, cuando ya ha pasado casi todo el tiempo que habíamos previsto para los humanos, o les indicamos aquellas referencias que les ayuden a enderezar el camino y, de paso, a acelerar su ritmo, o nunca llegarán al sitio para el que los hemos creado, perdiéndose en los recovecos de la futilidad más despreciable.

El debate que se inició en la Pléyade de los dioses fue muy intenso, y como con todas las entidades para las que el tiempo no significa nada, interminable. Cuanto más expresaban, más sabiduría generaban, y más necesidad de precisar se desarrollaba en ellos. Por fortuna suprema, no faltaban algunos entre los dioses que exponían sugerencias prácticas, como realizar un sorteo para detectar poblaciones candidatas a servir de emplazamiento para el nacimiento de un nuevo niño Dios. Pero se negó la premisa mayor, que era negarlo todo. La mayoría desechó, sin necesidad de votación, sino por ciencia infusa, que la propuesta era costosa en esencias divinas, innecesaria formalmente e incluso, peligrosa para la propia identidad de las divinidades, pues las técnicas de detección de ADN y otros procedimientos experimentales, aunque elementales, podrían poner en evidencia la naturaleza de los dioses, y causar honda conmoción entre los humanos, creando incómodos contratiempos en el proyecto cósmico.

-Alto ahí. Las técnicas de las que actualmente disponen los humanos son más que suficientes para que interpreten un mensaje, si las claves con el que las emitimos dejan entrever que la instrucción proviene de las profundidades cósmicas y no ha surgido de un farsante -sería la opinión de la diosa de la Tecnología Suprema.

A pesar de su sensatez, la propuesta resultó controvertida, pues no se reconocía a ningún ser humano, en la generación vigente, la autoridad suficiente como para que su palabra fuera aceptada por todos -se manejaron, entre otros, los nombres, eso sí, de Messi, Ronaldo, Francisco, Barak, Xi, Vladimir, Mariano y Angela-, ni existía científico o filósofo con tal solidez que sus conclusiones no fueran de inmediato, quién sabe por qué siniestros caminos, rebatidas como erróneas. Por cierto, hubo grandes discrepancias a la hora de proponer representantes de este segundo grupo.

Decidido, pues, que el mensaje no consistiría esta vez en ningún demiurgo para que enseñara, con su sacrificio y virtud, a los descarriados humanos ejemplo de vida alguno, el debate se centró, solo en la forma y en su contenido, que debería ser escueto, general, y contundente como una patada en el hígado. Habría, por supuesto, de tener validez para todos los habitantes de la Tierra, independientemente de su lugar de residencia, del color de sus manos o de la rama étnica por la que hubieran evolucionado desde el primer mono bípedo, haciendo abstracción, tanto fuera para bien como para mal, de su nivel económico o su capacidad intelectual. Había consenso en que debería reimprimirse en todos y cada uno de los seres humanos, como una marca de ganadería.

Reaparecieron aquí las tendencias particulares de cada deidad, producto de sus propios orígenes, ya fueran fantasiosos, intelectuales o degeneraciones inexcusables. Había quien, como el dios de la Guerra (que desde hacía varios pestañeos se hacía llamar de la Defensa), opinaba que deberían enviarse meteoritos que chocaran contra las ciudades más representativas del desarrollo humano, destruyéndolas. Otros, como el dios de los Acontecimientos Provocados, estaba a favor de levantar varios tsunamis allí donde no hubiera apenas agua o enviar calores abrasadores a las zonas más gélidas de la Tierra, para que la contradicción fuera patente con los principios físicos manejados en la Tierra.

Cuando la discusión estaba en su punto más acalorado, entró Dios, el Innombrable, el que Es, el que Permanece sobre todo lo contingente. Todos se rindieron a su evidencia y guardaron un nanosilencio respetuoso. No necesitaban decirle nada, porque, en su infinita sabiduría, todo lo sabía, todo lo tenía presente (pasado como futuro) y todo lo convertía, con su sola esencia, en música celestial y arrobo místico.

-Vuestra inquietud es impropia. Tengo decidido desde el principio de los tiempos lo que se ha de hacer.

Todos bajaron la vista, sin osar mirarle. Y Dios continuó.

-Nada. No se va a hacer nada-

-¿Nada? -osó preguntar la diosa de la Duda Persistente.

-Nada de nada-confirmó Dios-. En toda la eternidad tendremos infinitas oportunidades para mejorar cuanto se nos ocurra, que es indefinido al tiempo que inconmensurable. No perdamos, por ello, ni una mónada de tiempo más. Esta vez, este experimento de propiciar un ser contingente que piense por sí mismo, la consideraremos como una prueba y, de entre las pruebas, la marcaremos como fallida. En el cómputo infinito, este fracaso no tendrá importancia alguna y todo quedará, como debe ser, entre nosotros.

El silencio volvió a imperar sobre los sonidos en las inmensidades cósmicas, y los dioses mayores, menores y medianos se habrían puesto de inmediato, supongo, a hacer de las suyas, como si aquí, en la Tierra, no hubiera pasado nada. Que no es poco.

FIN

Archivado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con: Atapuerca, cósmica, cuentos de invierno, dioses, duda, humanidad, importancia, inconmensurable, infinito, Navidad

Entradas recientes

  • Vigésimo Octava Crónica desde el País del Gaigé
  • Vigésimo Séptima Crónica desde el País del Gaigé
  • Tendría que existir el sitio (Poema)
  • Vigésimo Sexta Crónica desde el País de Gaigé
  • Ucrania como pretexto
  • Justicia a la medida
  • Vigésimo Quinta Crónica desde el País de Gaigé
  • Vigésimo Cuarta Crónica desde el País de Gaigé
  • La guerra que entró en el patio trasero de nuestra energía
  • Vigésima Tercera Crónica desde el País de Gaigé
  • Porqué la gente sensata piensa diferente políticamente (y Cuatro)
  • Mi septuagésimo cuarto Cumpleaños
  • Vigésima segunda Crónica desde el País de Gaigé
  • Exposición virtual
  • Más presupuesto en Defensa y nuevo marco de cooperación militar

Categorías

  • Actualidad
  • Administraciones públcias
  • Administraciones públicas
  • Ambiente
  • Arte
  • Asturias
  • Aves
  • Cáncer
  • Cartas filípicas
  • Cataluña
  • China
  • Cuentos y otras creaciones literarias
  • Cultura
  • Defensa
  • Deporte
  • Derecho
  • Dibujos y pinturas
  • Diccionario desvergonzado
  • Economía
  • Educación
  • Ejército
  • Empleo
  • Empresa
  • Energía
  • España
  • Europa
  • Filosofía
  • Fisica
  • Geología
  • Guerra en Ucrania
  • Industria
  • Ingeniería
  • Internacional
  • Investigación
  • Linkweak
  • Literatura
  • Madrid
  • Medicina
  • mineria
  • Mujer
  • País de Gaigé
  • Personal
  • Poesía
  • Política
  • Religión
  • Restauración
  • Rusia
  • Sanidad
  • Seguridad
  • Sin categoría
  • Sindicatos
  • Sociedad
  • Tecnologías
  • Transporte
  • Turismo
  • Ucrania
  • Uncategorized
  • Universidad
  • Urbanismo
  • Venezuela

Archivos

  • agosto 2022 (4)
  • julio 2022 (10)
  • junio 2022 (14)
  • mayo 2022 (10)
  • abril 2022 (15)
  • marzo 2022 (27)
  • febrero 2022 (15)
  • enero 2022 (7)
  • diciembre 2021 (13)
  • noviembre 2021 (12)
  • octubre 2021 (5)
  • septiembre 2021 (4)
  • agosto 2021 (6)
  • julio 2021 (7)
  • junio 2021 (6)
  • mayo 2021 (13)
  • abril 2021 (8)
  • marzo 2021 (11)
  • febrero 2021 (6)
  • enero 2021 (6)
  • diciembre 2020 (17)
  • noviembre 2020 (9)
  • octubre 2020 (5)
  • septiembre 2020 (5)
  • agosto 2020 (6)
  • julio 2020 (8)
  • junio 2020 (15)
  • mayo 2020 (26)
  • abril 2020 (35)
  • marzo 2020 (31)
  • febrero 2020 (9)
  • enero 2020 (3)
  • diciembre 2019 (11)
  • noviembre 2019 (8)
  • octubre 2019 (7)
  • septiembre 2019 (8)
  • agosto 2019 (4)
  • julio 2019 (9)
  • junio 2019 (6)
  • mayo 2019 (9)
  • abril 2019 (8)
  • marzo 2019 (11)
  • febrero 2019 (8)
  • enero 2019 (7)
  • diciembre 2018 (8)
  • noviembre 2018 (6)
  • octubre 2018 (5)
  • septiembre 2018 (2)
  • agosto 2018 (3)
  • julio 2018 (5)
  • junio 2018 (9)
  • mayo 2018 (4)
  • abril 2018 (2)
  • marzo 2018 (8)
  • febrero 2018 (5)
  • enero 2018 (10)
  • diciembre 2017 (14)
  • noviembre 2017 (4)
  • octubre 2017 (12)
  • septiembre 2017 (10)
  • agosto 2017 (5)
  • julio 2017 (7)
  • junio 2017 (8)
  • mayo 2017 (11)
  • abril 2017 (3)
  • marzo 2017 (12)
  • febrero 2017 (13)
  • enero 2017 (12)
  • diciembre 2016 (14)
  • noviembre 2016 (8)
  • octubre 2016 (11)
  • septiembre 2016 (3)
  • agosto 2016 (5)
  • julio 2016 (5)
  • junio 2016 (10)
  • mayo 2016 (7)
  • abril 2016 (13)
  • marzo 2016 (25)
  • febrero 2016 (13)
  • enero 2016 (12)
  • diciembre 2015 (15)
  • noviembre 2015 (5)
  • octubre 2015 (5)
  • septiembre 2015 (12)
  • agosto 2015 (1)
  • julio 2015 (6)
  • junio 2015 (9)
  • mayo 2015 (16)
  • abril 2015 (14)
  • marzo 2015 (16)
  • febrero 2015 (10)
  • enero 2015 (16)
  • diciembre 2014 (24)
  • noviembre 2014 (6)
  • octubre 2014 (14)
  • septiembre 2014 (15)
  • agosto 2014 (7)
  • julio 2014 (28)
  • junio 2014 (23)
  • mayo 2014 (27)
  • abril 2014 (28)
  • marzo 2014 (21)
  • febrero 2014 (20)
  • enero 2014 (22)
  • diciembre 2013 (20)
  • noviembre 2013 (24)
  • octubre 2013 (29)
  • septiembre 2013 (28)
  • agosto 2013 (3)
  • julio 2013 (36)
  • junio 2013 (35)
  • mayo 2013 (28)
  • abril 2013 (32)
  • marzo 2013 (30)
  • febrero 2013 (28)
  • enero 2013 (35)
  • diciembre 2012 (3)
agosto 2022
L M X J V S D
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031  
« Jul