Al socaire

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Cuento de Navidad para adultos

30 diciembre, 2021 By amarias Deja un comentario

Tal vez había transcurrido media hora. Miraba la calle por la ventana, a la espera que apareciera el coche de un momento a otro.

Llovía y, aunque llevaba puestas las gafas, las gotas de lluvia que se adherían a los cristales no le permitían distinguir claramente las escasas figuras que, protegidas por sus paraguas, se esfumaban a toda velocidad hacia sus destinos. La calle húmeda reflejaba las luces de colorines, centelleantes algunas, con las que la ciudad celebraba aquella fiesta singular.

Apretaba los dientes para soportar mejor el dolor.

Recordó aquella ocasión en la que hablaba a sus alumnos del sentido de la celebración de la Navidad. Con transparente nostalgia, se lamentaba de que la sociedad apenas guardaba memoria del origen de aquella festividad. Como profesor de la asignatura optativa de Historia de los Hechos Singulares de la Humanidad, se esforzaba, con éxito cuestionable, en ofrecer una formación cultural a aquellos educandos que vivían entregados al placer de la ignorancia absoluta.

-¿El Nacimiento de un niño dios? -le replicó uno de sus alumnos- ¡Qué tontería! ¡El mundo evoluciona por azar!

Por fin, las luces intermitentes de la ambulancia le avisaron de que el vehículo estaba ya allí, detenido junto al portal. No esperó a que llamaran al timbre. Cogió una carpeta y la bolsa que tenía preparada y se dirigió hacia el ascensor. Al llegar a la calle, dos jóvenes estaban montando una camilla.

-Les he llamado yo.

Le miraron con curiosidad. La mascarilla dejaba ver unos ojos cansados, enmarcados por un pelo blanco, fuerte.

-¿No le acompaña nadie?

-No. Estoy solo. Tengo un hijo y se ha ido a esquiar con los suyos a los Apeninos.

Y aclaró:

-No necesito camilla. Puedo defenderme solo, por ahora.

Pronunció “por ahora” como si tuviera el control del tiempo.

La crisis respiratoria se agudizó tan pronto como entró en la ambulancia. Con diligencia profesional, una joven de bata verde le enchufó a la botella de oxígeno.

-En esa carpeta llevo mi historial clínico. Estoy a tratamiento por metástasis en la mitad de los órganos del cuerpo.

-No hable, abuelo. Resérvese para cuando lleguemos al Hospital.

En el recinto hospitalario le trataron como a un viejo conocido. Pronto -así le pareció, aunque habían pasado tres horas, entre los trámites de admisión, la toma de temperatura y las pruebas para comprobar si aún mantenía trazas del virus en la sangre- se encontró instalado en una habitación.

-Desnúdese. Póngase esa bata y espere echado en la cama. Vendrán a buscarle para la operación cuando quede una sala de quirófano libre.

-¿Operación? -el anciano miró, sin disimular su extrañeza, al tipo, que ya se iba. -¿De qué me van a operar?

No obtuvo respuesta. El hombre se fue, dejando la puerta abierta. A los veinte minutos, una enfermera apareció para ponerle la vía.

-¿No se ha cambiado aún? Dentro de poco tiempo le llevarán al quirófano.

Con ademán decidido, le quitó la chaqueta, la camisa y la camiseta y le colocó, con diestra mano, la vía en una vena del brazo.

-Quiero hacer una llamada-manifestó, cuando ya le iban a subir a la camilla para llevarlo a la sala de operaciones,

-Acérqueme el móvil, por favor -suplicó.

El celador le puso el teléfono en la mano y llamó al primer número de la lista.

-Soy el abuelo. ¿Qué tal lo estáis pasando?

-Esto está genial -contestó una voz infantil- La nieve, estupenda. Es la mejor Navidad que nunca he pasado.

.Me alegra mucho, pequeña. ¿Están papá o mamá por ahí?

-No, ahora están abajo, con unos amigos.

-Dáles un abrazo.

-¿No quieres que te llamen luego? ¿Pasa algo?

-No, qué va. Aquí todo está en orden.

-Abuelo, tienes que animarte a venir el próximo año.

Seguro -dijo, con una voz que no sonaba muy convincente-. Pasadlo bien, nena. Nos veremos a la vuelta.

Devolvió el aparato telefónico al celador y éste lo colocó en un cajón de la mesita de la habitación.

Las luces intensas del pasillo fue quizá lo último que recogieron aquellos ojos cansados de mirar, en los que se había agotado la capacidad de sorpresa.

FIN

 

 

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: anciano, angel manuel arias, cuento de Navidad, festividad, Navidad

Falsa alocución de Navidad de Felipe VI en 2020

24 diciembre, 2020 By amarias 2 comentarios

La Casa Real, como cada año, de esa manera discreta que rige los comportamientos de la delicada institución, ha solicitado de varios ciudadanos (de los estamentos civil y militar y supongo que religioso) sugerencias de contenidos para la alocución navideña de S.M. El Rey, que será difundida el día 24 a esa hora perdida entre la merienda y la cena, en la que -antes de la emancipación de la mujer- los varones tomábamos una copa con los amigos mientras ellas ultimaban el ataque a nuestra hipertensión y glucemia.

En fin: tampoco me llamaron este año para interesarse por mis ideas acerca de lo que podía tratarse en un día tan especial para el Jefe de Estado. Lo que no me ha impedido  dedicar algo de mi tiempo (del que ando sobrado) a preparar el texto siguiente y difundirlo en este medio de amplia audiencia, para general consideración.

Esta hubiera sido mi propuesta:

“Ciudadanos y ciudadanas:

Como todos los años, desde hace ya siete, siguiendo la tradición que implantó el jefe de Estado Francisco Franco después de una sangrienta guerra civil que frustró  la segunda República de España, me dirijo a vosotros. No lo hago con la intención, como han sugerido desde una de las vicepresidencias del Gobierno, de que tengáis ocasión de discutir en familia sobre si la forma de Estado más conveniente: Monarquía parlamentaria, República federal o Dictadura, sino para ayudaros a comprender mi posición como ser humano revestido de un ropaje institucional singular ajeno a mi naturaleza y a la de cualquiera.

No quiero parecer trascendente, aunque hay momentos en la vida en que conviene parecerlo. Empiezo por ello aclarando, a aquellos que se pregunten cuál es mi papel, que soy una persona física, no una entelequia ni una reliquia de tiempo pasado. Soy  Jefe de Estado de una de las mayores naciones europeas y responsable legítimo, por mandato constitucional, de mantener la unidad entre todos los españoles.

Aunque no lo expresé en mi alocución del pasado diciembre, estaba convencido de que el 2019, sería el último año en que me dirigiría a vosotros como Rey por Navidad. El cambio ideológico de la mayoría que eligió al presidente del Gobierno, incorporando a partidos que estaban en contra de la Constitución, en temas tan sustanciales como la forma de Estado y sobre la persona y legitimidad de quien debería ostentar la Jefatura del mismo, me hizo creer que la Monarquía tenía sus días contados.

Después, el cerco mediático y fiscal a las actuaciones del Rey, mi padre, que obligaron a aconsejar  su marcha de España para reducir, en lo posible, el acoso crítico a su persona, me vino a confirmar que el tiempo de la Monarquía en nuestro país se había terminado. Tampoco podía olvidar, que mi cuñado, Ignacio Urdangarín, seguía padeciendo una singular situación penal, que, según juristas a los que he consultado, es comparativamente desigual y, por tanto, a nivel coloquial al menos, injusta.

Pues bien: ha pasado el año y me encuentro con agradables sensaciones. El aprecio y calor afectivo que se dispensó, a mí y a toda la Familia, en momentos singulares, como la entrega de los Premios Princesa de Asturias, y el aplauso casi unánime de las personas que acudieron a los pocos actos que fueron programados por el Gobierno a los que pudimos acudir, compensa la tensión institucional, alimentada por un sector de la población, que se genera contra la Monarquía en Cataluña y el País Vasco. He tenido que moverme en ocasiones singulares. como la entrega del Premio Cervantes al poeta Joan Margarit en Bacelona, por citar solo la última, de manera subrepticia, para evitar manifestaciones agresivas  contra mi persona o la princesa de Asturias. Ha sido una gran alegría conocer que una reciente encuesta prueba que la Monarquía, es decir, la forma de Estado, no figura entre las preocupaciones principales de los españoles.

Yo no soy defensor de la Constitución de 1978. Ni la voté, ni debo manifestarme sobre ella. He sido educado para ser rey de España, y mi formación, intensa, costosa sin duda para la Hacienda Pública, me ha orientado inexcusablemente hacia ese trabajo. Es un oficio singular, único. Tiene aspectos muy arcaicos,  insostenibles para la razón, ridículos para muchos, pero no tengo la culpa de haber nacido para ese destino. No lo escogí, y solo me puedo liberar de este noble trabajo si la inmensa mayoría de los españoles lo deciden así o si -no lo quiera Dios- caigo víctima de un atentado.

Mi singular formación ha traído como consecuencia que no conozco muchas cosas de la realidad española que para muchos de vosotros son obvias; mis amigos estaban controlados rigurosamente por los asesores de mi padre, y estaba llamado a ser jefe de los Ejércitos, por lo que tuve una educación militar paralela a la civil y, aunque somera, suficiente para darme un barniz amplio de las peculiaridades de las instituciones de este país. Se poco de casi todo, aunque no creo que deba preocuparos. Salvo como Jefe Superior de los Ejércitos, no debería tomar decisiones y estaría, en todo caso, siempre asesorado y respaldado por las medidas adoptadas por el Gobierno de turno, a las que yo debía aportar, solo formalmente, mi refrendo.

Casarme con una plebeya, una profesional del periodismo, se ha desvelado como una decisión magnífica, que no gustó en su momento ni a mi padre ni a quienes le asesoraban entonces, que le proponían que debería mantener la idea de una Monarquía por encima del bien y del mal, una estirpe de sangre azul, vinculada a las élites. La reina Letizia me ha dado una serenidad, un conocimiento del país, me aportó unas relaciones nuevas. Tiene unas cualidades excepcionales. Gracias a ella, he adquirido mayor confianza en mí mismo, he aprendido a vocalizar correctamente, a encontrar el tono adecuado en mis alocuciones.

Y tenemos dos hijas preciosas, voluntariosas, aplicadas. Saben catalán, euskera y gallego. La princesa de Asturias sigue aprendiendo, además de inglés, chino y árabe. El dominio de varios idiomas es fundamental. El actual presidente de Gobierno, Pedro, sabe bastante bien inglés y algunos ministros conocen ese y otros idiomas y es motivo de orgullo para todos conocer que pueden hablar y discutir con homólogos europeos y no solo darse palmadas en la espalda o esperar a que les digan ellos algo en español o con intérpretes.

Podéis entender que me ha dolido profundamente tener que distanciarme oficialmente de mi padre. Está padeciendo mucho con sus achaques seniles y no entiende en absoluto la corriente de odio y rencor que algún sector, por fortuna poco significativo pero muy vociferante, ha despertado contra él. Parece que se olvidó lo que significó para consolidar la democracia, y solo se piensa en él como si fuera un ladrón o un libertino. Acostumbrado a mandar, a que  se le obedezca y a no hacer caso de consejos, su actual demencia, que progresa rápidamente, es motivo para todos de disgusto y preocupación. La cesión de la Corona, a la que no estaba obligado, aconsejada como medida preventiva por los médicos que le atienden, le honra.

Hemos perdido mucho todos con su ausencia, con su distanciamiento obligado. No sé adónde quieren llevar su asedio los enemigos de la Monarquía, pero debería de pararse esa persecución judicial y mediática que nos hace daño a todos, y especialmente, al país. Mi padre siempre tuvo una magnífica relación con los hermanos árabes, porque le gusta vivir bien, ser agasajado y resulta, cuando se muestra relajado, ocurrente y simpático. Alguna vez se desvelará cuántos contratos ha conseguido para empresas españolas, en qué conversaciones, secretas pero muy eficaces, ha sido el motor principal. A él le ha decepcionado que no salieran en su defensa los responsables de las empresas a las que ayudó a conseguir contratos, en su beneficio y el de todos.

La gran crisis del coronavirus ha generado y genera incertidumbre, dolor, más paro y nuevas dificultades económicas. No me corresponde a mí juzgar ni proponer ni decidir qué medidas serían las más adecuadas para superar o antes posible el grave panorama. Temo, como todos, que la recuperación económica será difícil y lenta. Me gustaría ayudar en lo posible. No tengo las buenas relaciones de mi padre con los jeques árabes, cuyos Estados disponen de fantásticas riquezas naturales y que tienen, personalmente, fortunas increíbles. Los Borbones somos, comparativamente, pobres. Nada que ver con las riquezas de los Windsor, por ejemplo, que, como sabéis, figuran entre los más ricos del mundo.

Pero si hay algo en lo que puedo ayudar, y creo que mucho, es a demostrar imagen de estabilidad y serenidad a inversores y a empresas. Cuando se ataca a la Monarquía, que es la forma de Estado que tenemos, quienes lo hacen, se atacan a sí mismos, destruyen confianza, asustan a terceros.

No me gusta la caza, me entusiasma disfrutar de la naturaleza, pasear y hacer deporte. Quisiera, claro, que el mundo fuera igualitario, feliz, y se eliminaran de un plumazo todas las guerras y los que sufren dejaran de hacerlo de repente. Pero soy consciente de que estamos en país pequeño, con pocos recursos, limitado en su influencia. A veces pienso que no todos, incluso algún miembro del Gobierno, son conscientes de nuestra reducida capacidad.

Por eso, me siento europeo, además de español hasta la cepa, feliz de nuestra historia y de contribuir a sus mejores momentos. Es motivo de orgullo reconocer que somos un país solidario, acogedor y alegre. No hace falta, me parece, que saquemos pecho en cada ocasión, que nos creamos los más ingeniosos, que llevemos nuestra voluntad de sacrificio hasta la extenuación. A veces, conviene permanecer en segunda línea, seguir el rebufo. No lo digo yo, lo saben los mejores de nuestros ciudadanos, que se esfuerzan cada día, con pocos medios, en trabajar en investigación, en mejorar la asistencia sanitaria, en ayudar a crear empresas y formar a niños y jóvenes.

Esperemos que el dinero prometido por la Unión Europea nos llegue a tiempo y sin grandes obligaciones y que sepamos cómo emplearlo bien, sin despilfarrarlo, con consenso.

No quiero cansaros en esta noche especial. Sigo a disposición de cumplir con lo que queráis que sea la Monarquía, de la que yo soy solo su rostro, como nuestra bandera es el símbolo de la Patria. Si decidiérais un día, por esa mayoría que indica la Constitución -o la que aprobéis en su momento- que debo retirarme, lo haré sin problemas. Mi Familia y yo estamos preparados, también para pasar a disfrutar de una vida civil satisfactoria, como ciudadanos normales. Pero, si ese momento no llega, y no parece probable que llegue en los próximos años, no os hagáis daño tirando piedras contra el Jefe de Estado. Soy un símbolo de vuestra unidad, no solo una persona real, de carne y hueso.

Como soy creyente, y católico, os deseo una Feliz Navidad. Que el niño Dios os traiga, a cada uno, la paz y la inteligencia que necesitamos para no confundir el camino que nos queda por recorrer juntos con el lugar donde poner el pie para dar el siguiente paso.

Buenas noches”

—

La fotografía es la de un reyezuelo listado (regulus ignicapilla) , magnífica ave minúscula, de plumaje y comportamientos singulares, que, aunque raro de ver, es huésped de nuestro país, en donde acude a reproducirse

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: alocución, falso discurso, felicitación, felipe VI, Navidad, Pedro Sánchez, Reina Letizia, rey juan carlos, urdangarín

Falsa alocución de Navidad de Felipe VI

24 diciembre, 2019 By amarias Deja un comentario

La Casa Real, de la discreta manera que es intrínseca a tan delicada institución, ha pedido a varias autoridades civiles y militares sugerencias para el discurso o alocución navideña de S.M. El Rey, correspondiente a este malhadado año de 2019.

Una vez más, no me han llamado para recoger mis apreciaciones. Pero, dada la especial situación en que nos encontramos y, como prueba de mi disposición a servir a la Constitución, al legítimo Jefe de Estado y a la alegría que se corresponde con estas Fiestas entrañables, tanto para tirios como para troyanos, para creyentes como agnósticos, monárquicos como republicanos, he redactado el siguiente texto, que someto a la general apreciación :

“Ciudadanos y ciudadanas:

Como vengo haciendo desde hace ya seis años, por tradición que implantó, en su momento,  el anterior Jefe de Estado, Francisco Franco, me dirijo a vosotros para que tengáis algo que comentar durante la cena familiar.

Estoy firmemente convencido de que este será el último año que me dirija a vosotros como Rey por Navidad. Aunque la mayoría parece que creéis que vivo al margen de lo que sucede en España, leo regularmente las encuestas y, por eso, no tengo dudas de que muchos españoles piensan que a la Monarquía se le ha pasado el arroz. Sinceramente, no me siento capaz de ser Jefe de Estado de un gobierno formado por republicanos e independentistas.

Si alguien quiere defender la Constitución de 1978, por la que vuestros padres y abuelos decidieron dar el carpetazo a la guerra civil, no creo que deba serlo yo. Cualquier intervención en ese sentido, recordándoos el deber de respetarla, en los diferentes textos que el Gobierno correspondiente me hizo leer, ha sido interpretada como que estaba interfiriendo en la vida política. Así que estoy mejor callado, hablándoos de que os améis los unos a los otros como si fuera Jesucristo, dicho sea con perdón, pues no quería ofender a nadie, ya que hace tiempo que el Estado ha pasado a ser aconfesional, es decir, en la interpretación más común, agnóstico. ¡Cómo envidio expresiones como “In God we trust” o “God save the Queen”, que son orgullo de países más avanzados que el nuestro!

Creo haber sido un Rey bastante discreto, a pesar de mi altura física de miras, que me ha hecho estar siempre dispuesto, en un país en el que pocos superan el metro ochenta de estatura. Aguanté con estoicismo los abucheos y los achuchones, según a dónde me llevaban. Tengo un cuñado en la cárcel por un delito que, en verdad, al día de hoy aún no se cuál ha sido. No me hablo con la mitad de mi familia. Mis hijas saben varios idiomas, alguno de ellos tan inútil como el catalán, el euskera o el gallego, pero la princesa de Asturias es absolutamente improbable que algún dúa pueda ser reina y, desde luego, yo no se lo deseo.

Aguantaré, pues, el tipo hasta que votéis esa nueva Constitución en la que lo más importante que muchos quieren modificar, como si os fuera en ello la vida, es el Título II. Porque sé bien que “la mayoría” – es decir, los que se manifiestan- deseáis cambiar es la forma del Estado, y convertir a España en una República federal. Como todo lo que asume este país que conozco bien, porque no en vano he tenido los mejores profesores de Historia, la decisión servirá para poco tiempo, porque surgirán descontentos de inmediato: unos querrán volver a la Monarquía, aunque no sea con los Borbones, otros preferirán la anarquía como fórmula de máxima libertad.

No me fío de la combinación entre socialistas, comunistas e independentistas. Ahora me sonríen y dicen que no hay problemas en que un Rey sea jefe de Estado de un gobierno republicano, comunista e independentista, ya que soy solo una figura decorativa, pero se que acabarán pidiendo mi cabeza, rompiéndome como un jarrón de porcelana puesto sobre la mesa camilla.

Cuidado, como advertencia a navegantes, aunque me vaya. Mis asesores políticos más cercanos, que son los mismos que aconsejan al Partido Socialista, me indican que el que España sea federal -monarquía o república, qué mas da-  solo servirá durante algunos escasos años para tranquilizar a Cataluña y Euskadi, y que pronto, todas las competencias del Estado central habrán sido distribuidas entre los seis o siete estados o macro-regiones, que propondrán, por tanto, su independencia total. Será, pues, un carajal, si se me permite la expresión: “a hell”, para que lo entiendan los catalanes.

¿Os habéis olvidado de vuestro principal problema? Os lo recuerdo: es el paro. No el cambio climático, por el que poco podéis hacer, siendo España (con o sin Catalunya) un país pequeño…bueno…mediano; las personas sabias con las que consulté me informan de que de poco servirá convertir al país en un ejemplo para el mundo, cuando para reducir a los niveles de descarbonización hay que invertir en una proporción inasumible para España, aumentar la dependencia tecnológica del exterior y dejar sin uso y sin completar su amortización instalaciones muy costosas.

En este caso, es mejor que lo hagan otros primero, que los Estados grandes y más contaminantes tomen sus decisiones y esperar a ver qué pasa, dedicando los esfuerzos propios a paliar las consecuencias del incremento de la temperatura media de la Tierra, que afectarán gravemente, en nuestro territorio, a las poblaciones costeras y provocarán aún mayores aumentos de inundaciones, incendios y pérdidas materiales y humanas que las que sufrimos este año.

He preguntado a mi padre, el Rey Juan Carlos, sobre sus ideas para aumentar la actividad y el empleo. Mi padre cree que es importante seguir siendo amigo de los árabes. A él le fue bien y tiene muy buenas relaciones con la familia saudí. España tiene buenas empresas de construcción, magníficos futbolistas, y se podrían construir muchos estadios en Arabia saudí. También hay posibilidades grandes, me dice, en la venta de armamento, municiones y equipos todoterreno y auxiliares. No deberíamos olvidar que Estados Unidos, China y Rusia se están preparando para la tercera guerra mundial. ¿Tenemos dudas de qué lado debemos estar? Es importante garantizar que ninguna de las potencias se atrevan a utilizar España como campo de pruebas para sus equipos bélicos y lo razonable es ayudar a desplazar el foco de tensión, cuanto más lejos, mejor.

No quiero cansaros en esta noche especial. Agradezco la formación que me ha dado el país permitiéndome aprender idiomas, y mantener muy buenas relaciones con mucha gente. He vencido hace tiempo mi timidez y me muevo bien en situaciones difíciles, sabiendo mantener el tipo sin pestañear. Creo que puedo ser un buen comercial de una empresa multinacional, o sea, que no creo que tenga problemas para sacar adelante mi familia. La reina Letizia está también muy preparada, y eso ayuda. Supongo que no tendré problema con las puertas giratorias. Por cierto, estoy volviendo a ver El último emperador, de Bertolucci, y siempre se encuentran ideas.

(Atención: leer solo en la versión para amigos: Permitidme algo de publicidad bien intencionada. Si queréis leer unos poemas interesantes y, además, ayudar a la investigación contra el cáncer, adquirid el libro Sonetos desde el Hospital. Cuesta solo diez euros y la mitad se destinan a la AECC. Lo escribió mi amigo Angel Manuel Arias, al que no conozco personalmente, pero he oído hablar de él y me gusta su peculiar sentido del humor.)

He comentado con la reina sobre la necesidad de cambiar la orientación en la educación de mis hijas. Me desaconsejan que hagan alguna ingeniería, porque no tiene muchas salidas y está mal pagada para el esfuerzo que suponen los estudios, y no parece ilusionarles la medicina. Letizia opina que sería mejor que iniciaran en el esoterismo, tal vez la magia o la canción protesta. Admito sugerencias al buzón casareal.org, que funcionará aún durante dos semanas más. Después, publicaré la forma de contactar con nosotros, cuando deje de ser vuestro Rey, en el blog que pienso crear y que se llamará “Toogoodtobeking”, nombre que ya tengo registrado.

Lo dicho, Feliz Navidad. Que el niño Jesús os traiga paz, españoles. Yo hice lo posible”


Compra el libro “Sonetos desde el hospital”

Publicado en: Actualidad, Política, Sociedad Etiquetado como: discurso del Rey, falso discurso real, felipe VI, Navidad

Feliz Navidad, amigos

23 diciembre, 2019 By amarias 3 comentarios

Fechas son estas que exaltan la piedad,
y sirven de pretexto a toda fiesta:
cuando llega al calendario Navidad,
siempre lo humano a diversión se apresta.

Luces y colores llenan la ciudad
hay sitios que regalan una cesta,
pobres y ricos igualan su verdad
dando al jolgorio rienda manifiesta.

Echan de menos las almas quizá a Dios
porque entrar en misterios siempre cuesta
y es más cercano emparejarse a dos,

asunto al que la carne está dispuesta,
dejándose del placer llevar en pos
sin hallar hasta ahora la respuesta.

23.12.2019 @angelmanuelarias

(Nota: Este Soneto no forma parte del libro Sonetos desde el Hospital, del que quedan unos pocos ejemplares disponibles. Todos los beneficios de la venta se destinan a la Asociación Española Contra el Cáncer. Ayúdala, ayúdanos. Ayúdate.

Y, si te gusta la poesía, disfruta con el libro. Gracias

Compra el libro “Sonetos desde el hospital”


Aunque inicialmente la tenía identificada como cojugada montesina (galerida theklae), que es muy parecida a la común (galerida cristata), puesto que solo se distingue de ella por pequeños detalles, y para lo que es preciso observarla atentamente, la de la fotografía me parece ahora, analizada con tranquilidad, una cojugada común.

La cristata presenta como signo más distintivo su cresta, que se desarrolla en abanico, en tanto que la cristata la lleva puntiaguda y con las cañas de las plumas, separadas; el pico es más corto y no tan puntiagudo en la montesina, lo que revela sin mayores dudas que la sorprendida en las orillas del pantano de Navacerrada es una cojugada común: pico largo, mandíbula recta y listas del pecho poco marcadas.

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EL Discurso de Navidad falso de Felipe VI

24 diciembre, 2017 By amarias Deja un comentario

Tampoco este año la Casa Real me ha pedido sugerencias para el discurso de S.M. Felipe VI en Nochebuena. Se trata de un hábito inherente a la jefatura de los Estados cristianos, aprovechando que, debido a la antigua conmemoración de la injerencia de la divinidad más elaborada sobre la humanidad descarriada para proporcionarle un modelo de vida alternativo, las familias suelen reunirse para actualizar sus afectos. Como las alocuciones no son escuchadas, aunque en los hogares se mantengan las televisiones encendidas y, dado que el poder de esos máximos dirigentes es, en la práctica, nulo, las alocuciones suelen ser las mismas cada año.

Este es el discurso que he preparado.

“Españoles:

Como todos los años, aparezco en vuestras casas con un mensaje de Navidad. Quisiera, ante todo, aclarar posibles confusiones. No soy un anuncio, no vendo colonias ni coches.

Aunque soy una persona de carne y hueso, como vosotros, estoy representando a un personaje y, si bien en una amplia medida puede interpretarse que soy un actor, desde que asumí la jefatura del Estado español, los sucesos más importantes de vuestro país formarán parte de su Historia, y se atribuirán a mi reinado.

Es una paradoja, porque mi capacidad real de influencia sobre lo que hacéis es nula, y si alguna vez expreso algo en público, que no sean obviedades, me lo han enviado ya redactado desde la Moncloa, y solo puedo poner las comas que faltan y tres o cuatro adverbios de modo. Según la Constitución que aprobasteis en 1978 y que ahora os parece llegada la hora de cambiar, mi papel fundamental es estampar mi firma en las leyes que desea promulgar el Gobierno de turno y aparecer sin mover una pestaña en ciertos actos llamados oficiales.

Después de esta introducción, quisiera referirme a una persona a la que desde hace unos años se le están dedicando muchos chistes y chascarrillos, pretendiendo sepultar la gran labor que hizo por nuestro país. Mi padre, el rey emérito Juan Carlos.  Me gusta mucho el discurso que alguien entregó a mi padre, como sugerencia, el 25 de diciembre de 2013. No llegó a emitirse, pero estaba entre los papeles que había en el secreter.  Si alguien siente curiosidad por leerlo, encontrará el enlace al final de este mensaje.

No se si debo aclarar, antes de seguir hablando, que bajo el término “españoles” comprendo a todos los que habitamos en la parte de la Península Ibérica que no es Portugal, y que incluye, por supuesto, las islas Baleares y Canarias, además de Ceuta y Melilla y el peñón de Alhucemas, superficie a la que hay que deducir el peñón de Gibraltar y Andorra y no se si algún trozo de tierra en manos de Francia.

Se que, desde hace algunos años y, especialmente, en los últimos dos, la mitad aproximada de los catalanes mayores de edad y la mayoría sus hijos menores,  se empeñan en decir que no se sienten españoles. Por ese lado, no tengo nada que objetar, ya que sentirse español es bastante doloroso, como lo demuestra que a muchos ilustres antepasados de los vuestros, no de los míos, les dolió España . Pero lo que no puedo entender  es que quieran cambiar la forma del Estado, y convertirlo en una República.

Uno de mis mentores, Sabino Fernández Campo, solía decir que la forma del Estado era lo de menos y que lo que tenía que convencer a la gente era que yo era mejor alternativa que cualquier posible presidente de la República. Fijáos que no se trata de competir con jefes de gobierno, que eso es otra cosa y que implica una gran responsabilidad (y para la que no me resisto a opinar que los españoles tenéis bastante mal ojo para elegirlos).

Puede parecer que si opino sobre la forma del Estado soy parte interesada y que debería callarme. Cuando mi padre me comentaba que la consolidación de la legitimidad de su Corona se produjo cuando un grupo de militares entró en el Congreso de diputados allá por 1981 y él se mantuvo firme en defender la  Constitución que, prácticamente, se acababa de votar, yo creía que, gracias a esa actuación suya, yo quedaría libre de hacer gestos de ese tipo. No fue así, y casi cuarenta años después me vi en la necesidad de volver a defenderla.

No fue lo mismo. En esta ocasión, el levantamiento secesionista vino desde el propio Parlament catalán y no fueron los militares, sino unos civiles. No había armas, salvo palabras. Fue muy duro para mí, porque tuve que leer el discurso que me había preparado el Gobierno, que era el mismo que inicialmente habían previsto que leyera el Primer ministro Mariano Rajoy, aunque la Reina, me aconsejó que no hiciera nada que era, por cierto, lo que me habían pedido otros especialistas en analizar conflictos.

Cada día que pasa me hace menos ilusión ser Rey de los españoles. Es cansino. La reina Letizia que, como sabéis, es asturiana y plebeya, le ha encontrado un cierto gustillo a la cosa.  Yo pienso, por el contrario -y no es que esté en desacuerdo con ella, si alguna vez discutimos, es por otras cosas- que seríamos más felices retirándonos a Gijón o a Tapia de Casariego, en donde se pueden encontrar casas con jardín cerca del mar. Las niñas, a las que habría que desintoxicar de infantas,  podrían estudiar Historia o Filosofía en Oviedo, que son carreras que, como no tienen porvenir, encajarían perfectamente con mis deseos.

Esto dicho, no me planteo dimitir. Me mantendré como Rey porque, como español, me gustaría seguir contribuyendo a que las gentes sencillas me vean como encarnación del Estado, a dar buena imagen física en el exterior, y, ocasionalmente, a ayudar a los jefes de gobierno que no sepan idiomas en algunos momentos en que no tienen a los intérpretes cerca.

Fui preparado para ser Rey desde mi tierna infancia, y esa inversión tiene que ser rentable. Hablo idiomas, tengo presencia, y, aunque no tengo competencias, soy el generalísimo de los Ejércitos.

Ahí quería yo no llegar. Porque no es sencillo ser Rey de España. Envidio a la Reina de Inglaterra que, aunque tampoco manda nada en realidad, todos los ingleses le desean a cada momento que Dios la guarde. Los españoles no somos capaces de ponernos de acuerdo en nada, y los ingleses están de acuerdo incluso en aquello en lo que discrepan. No tienen problemas de idiomas, porque aunque el inglés que hablan ellos apenas se entiende por los que no son nativos, está reconocido como lengua franca.

Veo mucha televisión últimamente, porque salimos menos fuera de casa. Letizia pasa desapercibida con una peluca o quitándose la máscara del lifting, pero y soy más difícil de disimular. Solemos reunirnos con los amigos en casa (los que nos quedan porque algunos de los que eran íntimos están desaparecidos) y yo preparo si no estoy de viaje una musaka con la receta de mi madre.

Termino aquí mi alocución. Mi mensaje, como habrán advertido los que me han escuchado, es que soy un tipo normal, que no tengo nada especial, salvo haber sido educado para ser abeja reina del enjambre de locos que es España. En cierto modo, soy como el protagonista de aquella película que interpretaba Jim Carrey, The Truman show.

Buenas noches a todos y, si me es admisible daros un consejo: dejad de daros bastonazos entre vosotros. ¿No advertís cómo se ríen los de fuera de aquí de la pérdida de energía que se os va en criticar y echar abajo lo que hacen los mejores? No tengo nada que ganar ni perder para mi mismo o mi familia, pues tenemos bastante patrimonio para poder vivir cómodamente en el extranjero, si llega el día en que os apetezca derrocarme. Aunque no estoy libre de que un enajenado quiera pegarme un tiro en uno de mis imprescindibles baños de multitud, que sirven para consolidar la popularidad de la Monarquía, no olvidéis que soy un símbolo. La realidad, la ponéis vosotros.


El enlace al que hace referencia este Comentario es:

El texto perdido del Discurso de Navidad del Rey Juan Carlos

La foto de portada es un carbonero garrapinos (periparus ater) en vuelo. No tiene la franja ventral negra que es característica de la especie afín (carbonero común), y es más pequeño en  tamaño. El negro capirote se rompe con una mancha blanca en la nuca y tiene dos bandas alares, también blancas. Aunque la foto no es determinante para detectar todas estas características de la especie…me gusta.

 

 

 

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Mensaje apócrifo de Navidad de Felipe VI

24 diciembre, 2014 By amarias Deja un comentario

(En el escenario a semioscuras, se ve la carcasa de un aparato de televisión sobre una mesa con ruedecillas. Por un lateral, aparece, con gesto cansado, el Rey Felipe VI. Se sitúa detrás de la mesita y, moviéndose ligeramente a un lado y a otro, incluso sacando los brazos fuera de la carcasa, ajusta su colocación con parsimonia.

Cuando está satisfecho con el resultado de la operación, Felipe VI extrae unos papeles algo arrugados del bolsillo, se cala las gafas que necesita para compensar su incipiente presbicia, y mira al frente. En ese momento, se encienden más luces, y descubrimos, en el lateral contrario a aquel por donde apareció el Rey, a la Reina Doña Leticia, sentada sobre unas maletas de viaje.

Felipe VI lee con voz timbrada, guardando las pausas; de vez en cuando, utiliza una petaca de la que bebe un líquido no identificado)

-Buenos días a todos. Me corresponde, como hacían mi padre y su antecesor en la Jefatura de Estado, dar un mensaje de Navidad en estas fiestas entrañables. Se trata, como bien sabéis, de ser proactivo y amable, repitiendo cuatro o cinco ideas de esas sin el menor interés, por su obviedad manifiesta. Por ejemplo, animando a que seáis solidarios, a recordar que si estamos juntos podemos superar cualquier dificultad, y expresando que todos somos iguales ante la ley, la democracia y las oportunidades de la vida.

Pues bien. En estos meses que llevo haciendo de Rey, me he dado cuenta de que se estaba mucho mejor haciendo de Príncipe de Asturias. Viajaba mucho, tanto de placer como para asistir a las investiduras de presidentes de antiguas colonias, asistía a fiestas de incógnito o con otros miembros de familias reales, y entregaba una vez año unos premios con mi nombre -con mi nombre- a algunos compatriotas, junto a personajes que habían sido galardonados con el Nobel o estaban a punto de serlo en la próxima convocatoria.

Pero no solo eso, la Reina Doña Leticia también ha sacado sus propias consecuencias de este tiempo. Me dice que estaba muchísimo mejor siendo periodista del montón, nieta de taxista y locutora, e incluso, cuando estaba divorciada y se reunía de vacaciones con sus amigos en Asturias para comer oricios, regarlos con sidra y cantar Patria querida. Ella, que viene de por ahí, de por donde vosotros, me anima a que nos comportemos como tipos normales, sin pasarse, claro, permaneciendo más o menos de buena familia, sin que tengamos que disfrazarnos para tratar de pasar desapercibidos en la calle. Me apetece, incluso, ponerme de vez en cuando la camiseta con la inscripción CR que me regaló Florentino, irme algún fin de semana en tren a Alicante con el taper de tortilla y las niñas, y hasta debe tener su puntillo hacer la cola del paro por las mañanas y una chapucilla, para ir tirando, por las tardes.

La verdad, cuando no puedo dormir por la noche, la idea de mandarlo todo a la porra, me mola cantidad. ¿Qué hice yo para tener que representar la unidad de España? ¿Qué diablos es eso? He asistido a algunas reuniones del Consejo de Ministros y leo todos los días las notas de prensa que me recorta y clasifica la Reina, que de eso sabe un montón, y me doy cuenta de que los problemas que tiene el país son de una complejidad abrumadora. No es que sean superiores a los de otros países, es que hay demasiada gente encargada de complicarlos todo lo posible cada día. Y lo hacen con tanto empeño, con tanta devoción, que el único punto de acuerdo al que es posible que lleguen es que no tienen solución, y solo consiguen calentarse recíprocamente las cabezas.

A esta situación general, se añaden las cuestiones personales. Mi padre, que tiene los achaques propios de su edad, se encuentra en paradero desconocido, negociando no se qué, por lo que me cuentan, con la que fue su amante durante las últimas décadas. Mi madre,  está buscando casa con terreno en la campiña griega, para retirarse a cuidar allí, junto a mis helénicos tíos, los toros de lidia que pueda salvar de su cruel destino en plazas españolas. Mi hermana mayor, separada del padre de sus hijos, con un exigüo peculio, trata de rehacer su vida como puede a la caza de algún candidato con posibles. La pequeña me ha dicho que vendrá a vivir con nosotros, pues su casa va a ser embargada, porque un juez rencoroso con la élite  quiere saber de dónde sacó el dinero su marido, pues no se cree que alguien pueda hacerse rico por el solo hecho de pertenecer a la familia real, como siempre ha sido desde que el mundo es mundo.

Todo esto que ya sabéis por los periódicos, no tiene nada de particular. Si no en todas las familias, pasa en algunas de ellas, y solo basta leer el Hola, para estar de acuerdo en que las familias de la aristocracia y de la farándula en general, andan por los mismos andurriales a cada poco.

Pero lo que ha colmado el vaso de mi paciencia es que, según las encuestas vienen reflejando, soy el más popular de los personajes públicos relacionados con la política -es evidente que hay que sacar fuera de las estadísticas a los que se dedican al fútbol o a la canción melódica-. Hasta ahí, bien. Lo que sucede es que me dicen, también, que la gran mayoría de vosotros sois republicanos.

Esto supondría que, si se os dejara libres, tendríais como forma de gobierno una República, y desearíais que me presentara a las elecciones para la jefatura del estado o del Gobierno. Y eso sí que no. ¿Competir yo, que he sido formado en las mejores Universidades del mundo, que hablo impecablemente cuatro idiomas, que he hecho la carrera militar en todos los ejércitos, que se pilotar aviones y tanques, que mido más de dos metros, etc. con cabezas de lista de los partidos políticos?

No quiero poner ejemplos, para no encrespar los ánimos de nadie. Jamás he ido a una reunión, que no fuera de vacaciones, en camisa; nunca me visteis levantar la voz en una comparecencia pública; jamás he emitido una opinión contra nadie; me tragué lo que pensaba de todo lo que sucedió a mi alrededor; etc.

He releído la historia del Rey Amadeo, y me volvió a impresionar mucho. Tanto que, concluyo, para no cansaros.

Ahí os quedáis. Leticia, las niñas y yo, nos vamos. A un lugar secreto, y para siempre.”

(Se van las luces del escenario. Felipe saca el cuerpo de detrás de la carcasa, se acerca a Leticia y salen con las maletas, mientras suena una música celestial, o algo parecido)

Publicado en: Política Etiquetado como: discurso, Felipe Sexto, Navidad, rey

El texto perdido del Discurso de Navidad del Rey Juan Carlos

25 diciembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

La Casa Real acaba de informar que se ha encontrado el discurso que se había preparado para que el Rey Juan Carlos lo pronunciara con motivo de la Navidad de 2013. Al darle ahora difusión, pide disculpas por haberse tenido que improvisar apuradamente un texto alternativo, en el que se han tenido que utilizar recortes de los mensajes de años anteriores.

A continuación, se recoge el texto perdido (y que, según parece, se había traspapelado entre los envoltorios de los regalos de Papá Noel, fiesta que la Familia Real viene celebrando en lugar de la de los Reyes, desde que el príncipe Felipe descubrió que los Reyes eran, en efecto, los Reyes).

“Queridos compatriotas:

Seré especialmente breve este año. Se bien que pocos estaréis viéndome ante la Televisión, porque, con razón, después de haberme oído repetir las mismas ideas, preferiréis dedicar vuestro tiempo a otra cosa. Tendréis ocasión mañana de conocer lo fundamental de lo que voy a decir, y comentarlo entre vosotros, porque el día 25 de diciembre no hay fútbol.

Los tres temas de que quiero hablaros son éstos: la imputación de mi yerno Ignacio Urdangarín (yo nunca lo llamé Iñaky) y, por lo que me han filtrado, la de mi hija Cristina; la intención separatista de bastantes catalanes, que quieren formar un estado independiente, y, por supuesto, republicano; y la incapacidad de la economía española para recuperarse.

Se que la mayoría de los españoles sois republicanos, así que me he preguntado muchas veces porqué se soporta un Rey, que es una figura anacrónica, como lo prueba el que solo se mantiene en algunos países subdesarrollados -económica o mentalmente-, como Inglaterra, Suecia, Holanda, Bélgica y ciertas antiguas colonias africanas europeas. No lo sé, la verdad. Tal vez la razón principal es que las alternativas no os convenzan, o que, sencillamente, os guste creer que tengo sangre azul y que poseo poderes especiales. Como los españoles, en general, son gente muy crédula o muy confiada, no me extrañaría cualquier cosa.

He puesto en la página web de la Casa Real la comparación entre lo que cuesta un Rey y un Presidente de la República, y, como veréis, los costes están más o menos equilibradas. Lo comido por lo servido, vamos. Lo que no me negaréis es que un Rey farda más. Y aunque, en mi caso, he tenido que ayudar a varios miembros de la familia, tanto de la mía como de la mi mujer, tampoco en eso veo el asunto diferente a lo que han hecho cientos de presidentes republicanos. Pero que nadie crea que me estoy defendiendo, las cuentas están claras y guardo los justificantes. Con todo, mi puesto está permanentemente a disposición, y hasta, cuando lo comento con Spottorno, me maravilla el tiempo que este reinado está durando, para lo que se acostumbra aquí-

No quiero que nadie se haga la ilusión de que Cristina va a ir a la cárcel. Hasta ahí podíamos llegar. Ni siquiera voy a consentir que enchironen a mi yerno. Ya está bien de tonterías. Se que está trabajando mucha gente importante para que esto no suceda, y tengo confianza en Roca para que movilice sus contactos, y, allí donde haga falta, ponga el énfasis jurídico adecuado.

No juzguéis y no seréis juzgados. Lo que hicieron puede sonar mal a algunos, pero es lo que hace todo el mundo que tiene alguna influencia. Si este país ha querido tener una familia real, tiene que asumir que, con discreción, que es lo que se estaba haciendo, íbamos a aprovecharnos del puesto. El fallo no ha sido nuestro, sino del sistema. Pero ojo, que nunca se sabe cómo pueden acabar las cosas. Se que hay grupos de fieles que están dispuestos a acudir a utilizar la fuerza, lo que a mí, como comandante supremo del Ejército no voy, en este caso, a intentar controlar. No me va a temblar la mano en defender la inocencia y honor de mi familia hasta el final y, ya sabéis, que soy un buen tirador.

Respecto a los catalanes separatistas, encuentro que, en este tema también, ya son ganas de tocar las narices. ¿Qué se cree ese grupo de funcionarios, que pueden pasarse por alto la Constitución, que todos hemos jurado? Aquí no se va a hacer ningún referéndum, porque ya tenemos las encuestas periódicas que hacen el CIES y las agencias de opinión.

Hay viajes para los que no se necesitan alforjas. Todos tenemos claro que los españoles quieren ser independientes, trabajar poco y ganar campeonatos mundiales, preferiblemente de fútbol. Los dos últimos objetivos están prácticamente cumplidos (aunque debo reconocer que no trabajan, pero tampoco cobran). En cuanto al primero, IKEA ha hecho un gran avance para que todos se sientan cómodos en su casa, incluso los catalanes. Pues que se atengan a las consecuencias, porque va a haber felpudos para todos.

Me queda el tema de la economía. Lo tengo clarísimo. En eso, pienso que es hora ya de que os caigáis del pino: no hay trabajo para todos, máxime desde que las mujeres se empeñan en trabajar. El trabajo que hay, es lógico que esté mal remunerado, porque donde había un puesto de trabajo, ahora, con suerte, hay dos, y se ha reducido lo que se paga por cada uno a bastante menos de la mitad. No se tanto de economía como De Guindos o Montoro, pero hasta el más tonto sabe que los puestos importantes están cubiertos y no es posible acceder a ellos para la mayoría. El mundo globalizado ha permitido que casi cualquier producto se pueda hacer en países en donde la mano de obra es baratísima y se pueda transportar casi en el día hasta donde se desee.

Así que lo único que puedo deciros es que tenéis que apretaros el cinturón, y no se hasta cuándo, porque no veo que el panorama va a cambiar. Eso sí, como España es un país católico, mayoritariamente la gente irá al cielo.

En fin, feliz Navidad a todos, tanto escépticos como creyentes. Y si queréis encontrarme, ya sabéis dónde estoy.

(El discurso se acompaña con la canción “Resistiré”, del Dúo Dinámico, con intérpretes reales)

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Cuento de invierno por Navidad: La fallida revisión de los 2.000 años

23 diciembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Las cosas no suceden así, pero, como no sabemos cómo sucedieron la primera vez, podemos imaginarnos algunos detalles de cómo puede discurrir la segunda. Si sucediera, y en caso de que la información de que disponemos de la primera fuera fiable.

Para situar el tema en su dimensión correcta, es preciso desplazarse a una dimensión superior a la que nos movemos los mortales. En ese lugar cósmico ene-dimensional, en donde las fuerzas superiores, dirigidas bajo la suprema y única autoridad del Dios de todos los dioses, ángeles, arcángeles, dominaciones, bienaventurados y desgraciados, así como de potestades, se reúnen de cuando en cuando para hacer una valoración de cómo van aquí y allá las cosas, queremos suponer que en un determinado momento, se esté procediendo a valorar la evolución de la Humanidad.

Un proyecto ambicioso, complejo, que permitió dotar a una criatura finita, vulnerable, de la capacidad singular de analizar lo que le rodea, e influir sobre ello. Una cuestión menor, intrascendente y hasta inapreciable en el marco de los infinitos de cualquier orden, pero que adquirió una proporción descomunal para ese habitante de un planeta minúsculo del Sistema Solar, llamado Tierra, que pretende ser el centro del cosmos.

Aceptaremos, para entendernos, que los nombres que hemos dado a las cosas que conocemos es el mismo que reciben por parte de los controladores cósmicos, y que, con el debido respeto, seremos capaces de poner por escrito sus pensamientos, o como queramos llamar a los productos derivados de su forma de ser, ordenando esas ideas según una secuencia temporal, con su principio y su fin, su camisita y su canesú y todo ello, en lenguaje humano.

-Es evidente que se hace necesaria una actualización completa de los códigos por los que deberían regirse los humanos -diría, para abrir boca, el dios de las Cosas Bien Hechas, apareciendo como lo que le corresponde, una eclosión fantasmal en la metafísica de la divina Pléyade.

-No lo percibo así desde mi infinita sabiduría, que nada tiene que envidiar, desde luego, a la tuya. Los principios que rigen la evolución del hombre están claros desde que se propició el salto del primate al homínido. Son inmutables, porque son parte de nuestra esencia: la completa verdad de las leyes cósmicas, la ausencia infinitesimal de cualquier maldad y la absoluta igualdad de oportunidades dentro de las especies, que está, por tanto, en todo lo creado por nosotros y que emana directamente del Innombrable, el que Todo lo Percibe. Cuestión distinta es que algunos humanos, sobre todo, desde la aparición del hombre de Atapuerca, se hayan desviado en las aplicaciones, tergiversándolas y adulterándolas, hasta hacerlas irreconocibles -replicaría el dios de las Ocasiones Desperdiciadas.

-En todo caso, y a salvo de lo que diga el Dios superior al que toda gloria sea dada -sería la reflexión espontánea que emitiría el dios menor de las Adaptaciones Posibilistas-, no se trata de adaptar las ordenanzas inmutables a las peculiaridades del momento, sino de hacerlas patentes, quitándoles la roña física que se acumula con los siglos. En cada uno de esos minúsculos seres siguen impresos los principios éticos a que te has referido, por lo que siempre han tenido una referencia en sí mismos, enmascarada ahora porque, en lugar de mirarse dentro de sí, sus sentidos se orientan hacia fuera. Esto dicho, sin embargo, no podemos ignorar que, aunque no lo ha sido en la dirección correcta, la Humanidad sí que ha avanzado en eso que llaman tecnología. Sobre todo, desde hace solo unos pocos años -se me hace difícil emplear esa terminología, hermanos-. Por no hablar del conocimiento de fenómenos, misterios y circunstancias que durante cientos de miles de años nos atribuyeron a nosotros, al azar, al mercado, o a la magia.

-Cierto que sí, queridos dioses de esta Pléyade, y alabado sea el que está por encima de todos nosotros. Han pasado cientos de miles de años y muchas vicisitudes por las generaciones humanas -podría ser ésta la aportación al cónclave de la diosa de la Tolerancia Admisible-. Fijémonos, sin embargo, en que la confusión actual no es menor para los humanos, sino mayor que nunca. Las desigualdades han crecido, las oportunidades de felicidad, no son las mismas, porque dependen, sobre todo, de las fuerzas del mal. Por eso, debemos actualizar las referencias que, en su momento, cumplieron la misión de señalarles el camino, no importa si las atribuyeron a dogmas religiosos o a códigos morales. Ahora, cuando ya ha pasado casi todo el tiempo que habíamos previsto para los humanos, o les indicamos aquellas referencias que les ayuden a enderezar el camino y, de paso, a acelerar su ritmo, o nunca llegarán al sitio para el que los hemos creado, perdiéndose en los recovecos de la futilidad más despreciable.

El debate que se inició en la Pléyade de los dioses fue muy intenso, y como con todas las entidades para las que el tiempo no significa nada, interminable. Cuanto más expresaban, más sabiduría generaban, y más necesidad de precisar se desarrollaba en ellos. Por fortuna suprema, no faltaban algunos entre los dioses que exponían sugerencias prácticas, como realizar un sorteo para detectar poblaciones candidatas a servir de emplazamiento para el nacimiento de un nuevo niño Dios. Pero se negó la premisa mayor, que era negarlo todo. La mayoría desechó, sin necesidad de votación, sino por ciencia infusa, que la propuesta era costosa en esencias divinas, innecesaria formalmente e incluso, peligrosa para la propia identidad de las divinidades, pues las técnicas de detección de ADN y otros procedimientos experimentales, aunque elementales, podrían poner en evidencia la naturaleza de los dioses, y causar honda conmoción entre los humanos, creando incómodos contratiempos en el proyecto cósmico.

-Alto ahí. Las técnicas de las que actualmente disponen los humanos son más que suficientes para que interpreten un mensaje, si las claves con el que las emitimos dejan entrever que la instrucción proviene de las profundidades cósmicas y no ha surgido de un farsante -sería la opinión de la diosa de la Tecnología Suprema.

A pesar de su sensatez, la propuesta resultó controvertida, pues no se reconocía a ningún ser humano, en la generación vigente, la autoridad suficiente como para que su palabra fuera aceptada por todos -se manejaron, entre otros, los nombres, eso sí, de Messi, Ronaldo, Francisco, Barak, Xi, Vladimir, Mariano y Angela-, ni existía científico o filósofo con tal solidez que sus conclusiones no fueran de inmediato, quién sabe por qué siniestros caminos, rebatidas como erróneas. Por cierto, hubo grandes discrepancias a la hora de proponer representantes de este segundo grupo.

Decidido, pues, que el mensaje no consistiría esta vez en ningún demiurgo para que enseñara, con su sacrificio y virtud, a los descarriados humanos ejemplo de vida alguno, el debate se centró, solo en la forma y en su contenido, que debería ser escueto, general, y contundente como una patada en el hígado. Habría, por supuesto, de tener validez para todos los habitantes de la Tierra, independientemente de su lugar de residencia, del color de sus manos o de la rama étnica por la que hubieran evolucionado desde el primer mono bípedo, haciendo abstracción, tanto fuera para bien como para mal, de su nivel económico o su capacidad intelectual. Había consenso en que debería reimprimirse en todos y cada uno de los seres humanos, como una marca de ganadería.

Reaparecieron aquí las tendencias particulares de cada deidad, producto de sus propios orígenes, ya fueran fantasiosos, intelectuales o degeneraciones inexcusables. Había quien, como el dios de la Guerra (que desde hacía varios pestañeos se hacía llamar de la Defensa), opinaba que deberían enviarse meteoritos que chocaran contra las ciudades más representativas del desarrollo humano, destruyéndolas. Otros, como el dios de los Acontecimientos Provocados, estaba a favor de levantar varios tsunamis allí donde no hubiera apenas agua o enviar calores abrasadores a las zonas más gélidas de la Tierra, para que la contradicción fuera patente con los principios físicos manejados en la Tierra.

Cuando la discusión estaba en su punto más acalorado, entró Dios, el Innombrable, el que Es, el que Permanece sobre todo lo contingente. Todos se rindieron a su evidencia y guardaron un nanosilencio respetuoso. No necesitaban decirle nada, porque, en su infinita sabiduría, todo lo sabía, todo lo tenía presente (pasado como futuro) y todo lo convertía, con su sola esencia, en música celestial y arrobo místico.

-Vuestra inquietud es impropia. Tengo decidido desde el principio de los tiempos lo que se ha de hacer.

Todos bajaron la vista, sin osar mirarle. Y Dios continuó.

-Nada. No se va a hacer nada-

-¿Nada? -osó preguntar la diosa de la Duda Persistente.

-Nada de nada-confirmó Dios-. En toda la eternidad tendremos infinitas oportunidades para mejorar cuanto se nos ocurra, que es indefinido al tiempo que inconmensurable. No perdamos, por ello, ni una mónada de tiempo más. Esta vez, este experimento de propiciar un ser contingente que piense por sí mismo, la consideraremos como una prueba y, de entre las pruebas, la marcaremos como fallida. En el cómputo infinito, este fracaso no tendrá importancia alguna y todo quedará, como debe ser, entre nosotros.

El silencio volvió a imperar sobre los sonidos en las inmensidades cósmicas, y los dioses mayores, menores y medianos se habrían puesto de inmediato, supongo, a hacer de las suyas, como si aquí, en la Tierra, no hubiera pasado nada. Que no es poco.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: Atapuerca, cósmica, cuentos de invierno, dioses, duda, humanidad, importancia, inconmensurable, infinito, Navidad

Cuento de invierno: El código de los perdedores

22 diciembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Hace tiempo que me planteé escribir un cuento en el que los héroes fueran los perdedores. Un relato de fracasados ilustres, y no precisamente porque lo que habían pretendido hacer les hubiera salido mal, sino precisamente por eso, porque habían tenido éxito y otros se habían apropiado, con desfachatez, del mérito, atribuyéndoselo.

Aunque, mirado desde otra perspectiva, tal vez la culpa de su fracaso estuviera también en buen parte en ellos, en no haber aprovechado los momentos, en haber puesto sus huevos en la cesta equivocada.

Llegué a estar bastante obsesionado con la búsqueda de personajes que, a la manera de Van Gogh, Mozart y tantos otros, no pudieron disfrutar en vida de la cosecha de su talento y murieron pobres e ignorados por sus coetáneos.

Una noche en que había sacado a pasear a mi perro para que pudiera hacer sus necesidades en territorio común y dejarlo, de paso, corretear un rato por los parterres vacíos, me topé con un mendigo que, a despecho del frío que ya se anunciaba en aquel comienzo del invierno, se había echado encima de un banco, cubierto malamente con una chaqueta raída del corte tajante de la intemperie, y parecía dormitar, ajeno a exógenas inclemencias.

-Buen hombre, -le sugerí, tocándole suavemente el brazo- No se quede aquí, que la noche viene fría. Váyase a un albergue, porque puede quedarse helado.

El tipo me miró, como despertando de un profundo sueño.

-Déjeme en paz, que se lo que hago, -fueron sus palabras, mientras me daba la espalda, girando sobre el asiento.

Miré a mi alrededor, para comprobar si alguien más podría hacerse cargo de la necesidad de convencer al pordiosero o llevárselo por la fuerza de allí, pero no atisbé a nadie, y temí que mi perro, que se había extasiado persiguiendo por los suelos la proyección de las luces fluctuantes con que festejaba la Navidad un comercio de electrodomésticos, enloqueciera y se perdiera las fiestas en familia.

No quiero pasarme el día pegando carteles con la foto de mi rotweiler y llamadas con esencia lacrimógena del tipo: “Precioso cachorro extraviado en el barrio, gratificaré a quien lo encuentre, responde por Rouco”.

Así que seguí mi camino, decidiendo pasar página del incidente, pues dí por seguro de que la resistencia física de aquel individuo y las dosis de alcohol que debería tener engullidas, le servirían de pasaporte franco hasta la mañana siguiente.

Cuando al otro día, muy temprano, pasé por el mismo lugar y no vi al mendigo sobre el banco, me tranquilicé definitivamente. Hasta me hice la composición de lugar de que la policía municipal se lo habría llevado a un lugar más caliente en una de sus rondas nocturnas. Con todo, por razones que no sabría explicar, tal vez debido a un tactismo interno de origen sicosomático que es un resto de mi sensibilidad frente al sufrimiento de los demás, me acerqué al borde del banco.

Descubrí que en el suelo había un trozo de papel, del tamaño de un folio que se hubiera doblado con innegable cuidado, en el que se adivinaba algo escrito.

Debía haber pertenecido al mendigo, y se le habría caído. Movido por la curiosidad, lo cogí y lo desplegué ante los ojos. Hay siempre algo que atrae desde un papel abandonado en el que se leen algunas letras.

Lo que había en éste, era una especie de decálogo. Constaba de varias frases escritas en letras mayúsculas, a las que el autor había puesto incluso un nombre colectivo: “El código de los perdedores”.

Recuerdo algunas frases:

“Nunca defiendas lo que es tuyo.
“No des valor a nada de lo que hagas.
“No tengas prisa por llegar a ningún sitio.
“Critica sin piedad lo que hagan mal quienes tengan el poder.
“Confiesa tus intimidades a algún subordinado.
“Ayuda anónimamente a los que lo necesiten.

Me disponía a guardar el papel en el bolsillo, porque no entendía el interés de cuanto parecían destilar aquellos mensajes ácratas, que parecían surgidos del despecho o de una amarga experiencia. Estaba en ello, cuando, viniendo de mi espalda, alguien me arrebató con un brusco ademán el escrito, ejerciendo tanta fuerza en el empellón, que me hizo caer al suelo, al que dí de bruces, rompiéndome la nariz. Es esa cicatriz que, desde entonces, afea mi rostro.

-Vuelve al lugar en donde nadie te llama, para recibir tu merecido, -gritó una voz.

Dolorido por el golpe, sangrando copiosamente, me levanté como pude y, como en una pesadilla, vi una sombra que se desvanecía entre la niebla con el papel. Juraría que era la del mendigo de la noche anterior, que había superado el riesgo de congelación de forma evidente.

Cuando estaba escribiendo este relato, recordé otra de las frases del Código. “Cuenta tus desgracias a quien no te aprecie lo más mínimo”. Y lo que es más curioso, la forma de andar, arrastrando los pies, me trajo de pronto a la memoria a Corsino de la Peróndola, el tipo odioso que sacaba matrícula en todas las asignaturas en el bachillerato y al que no había visto desde hacía la tira de tiempo.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: código, congelación, fracaso., mendigo, Navidad, odioso, parque, perdedores, rotweiler

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