En Valgamediós estaban preocupados. No todos, desde luego. Pero sí la mayoría, y, en especial, la mayoría silenciosa.
Pasaba el tiempo, y la situación empezaba a ser insoportable.
Para algunos, resultaba muy molesto, pero por razones poco relevantes, aunque expresaban su disgusto torciendo la cabeza, y mirando hacia otros lados. Había pobres por todas partes. Les resultaba muy difícil caminar tranquilamente por la calle sin encontrar algún pedigüeño, lo que afeaba el lugar. A las puertas de los supermercados, de las iglesias, de los Bancos, de los restaurantes, había siempre alguien con la mano extendida.
El número de necesitados crecía, ya que, por algo que conocían como efecto llamada, venían incluso de otras poblaciones en las que, al parecer, aún estaban peor.
Eran numerosos los valgamediosanos a los que resultaba bastante duro resistir, pero confiaban en que las cosas volvieran a ser como antes. Añoraban los tiempos recién pasados, aunque ignoraban cómo la situación podría enderezarse, porque les resultaba muy complicado entender lo que había pasado.
-Nosotros, que conocemos cómo funciona el sistema, os prometemos que todo cambiará cuando las economías de los pueblos vecinos de Immererfolgreich y Nousavanttout, salgan adelante. También hay que esperar que al Presidente de Wetheworldleaders se le ocurra algo brillante. Su éxito nos arrastrará, y, hasta que esto suceda, invitamos a los jóvenes más capacitados a que busquen empleo en esos lugares, triunfen, y vuelvan a casa con nuevos ímpetus -era el mensaje que difundían, acompañado de música celestial, los altavoces instalados en los lugares oficiales pertinentes.
En realidad, hacía años que en Valgamediós no se creaban puestos de trabajo y, por tanto, no era posible cambiar, como antes, el tiempo, las habilidades y los conocimientos por dinero, en los mercados locales. Al contrario: las empresas de Valgamediós, despedían todos los días a miles de empleados, que pasaban a engrosar las cifras de los que ya estaban parados, que es la manera de expresar que se habían vuelto estupefactos.
Especialmente afectadas estaban las empresas que eran propiedad de pequeños comerciantes, gentes cuyos nombres eran conocidos, si bien lo que recogían los periódicos locales eran las protestas de los despedidos de las empresas más grandes, que armaban mucho alboroto.
-Ha cerrado la tienda de ultramarinos de la esquina, que llevaba en el barrio desde 1903 -comentaba la tía María a su vecino, jubilado.
-En esta calle, solo queda en pie la Expendeduría de Lotería -apostillaba otro, que se encontraba trabajando de extranjis en una mueblería.
La economía se había sumergido bastante, desde luego, y quien más quien menos, se había estado arreglando con alguna chapucilla, al menos, mientras cobraba el subsidio de desempleo. Pero incluso bajo el nivel del dinero que circulaba al aire libre, es decir, en las alcantarillas del sistema, escaseaban las oportunidades. Los salarios bajaban y bajaban.
Un buen día, el Controlador de Cuentas expuso la situación con crudeza:
-No hay dinero para mantener el Estado del bienestar. Los ingresos son muy inferiores a los gastos. A partir de ahora, viviremos en el estado del estar. Simplemente.
Pronto se supo que ese estado de estar era el equivalente a sálvese quien pueda. Y, para algunos, resultó incluso entretenido. Tenían liquidez, y surgieron nuevas oportunidades, porque a ellos, les bastaba solamente aprovecharse del estado de necesidad de otros, lo que proporcionaba beneficios interesantes. Compraban, a precio de saldo, lo que otros se veían obligados a vender.
Desde los Centros de Propuestas y Elucubraciones Imaginables, no faltaron ideas, pero el problema estaba en la dificultad de ponerlas en práctica. Para todas, se necesitaba dinero; para muchas de entre ellas, experiencia; para la mayoría, conocimientos de los que no se disponía.
-Tenemos que cambiar las reglas del mercado, porque solo sirven para que unos se enriquezcan a costa de los que carecen de información -escribió un experto en Historia de la Humanidad, en un artículo publicado en un periódico de tan escasa difusión, que apenas si vendía los ejemplares que compraban los que expresaban sus ideas en él.
-El mal está en el exceso de corrupción de los que dirigen y controlan, no en el sistema. Un poco de corrupción es tolerable, pero por encima del diez por ciento, es insoportable -explicó, con varios ejemplos imaginativos, un profesor de Ética Universal, que disponía de un importante patrimonio conseguido gracias a inversiones realizadas en productos altamente contaminantes y que vivía en un chalet adosado a su complacencia.
-Debemos fomentar la explotación de los recursos naturales, y puesto que nosotros sabemos disfrutar de la naturaleza, debemos desplazar las fábricas contaminantes a aquellos lugares en donde sus habitantes no tienen nuestra educación ecológica y no están acostumbrados a nuestros altos niveles de calidad de vida -apuntó un miembro distinguido de la Fundación para Proyectos Nimby, que contaba con muchos seguidores dispuestos a movilizarse a las primeras de cambio, reclamando la defensa del medio ambiente.
Incluso apareció un grupo la mar de interesante que defendía el uso de la imaginación para crear el propio puesto de trabajo, como fórmula que se aplicaba en los países más avanzados del orbe. El problema estaba en que la imaginación de los que solo tienen buena voluntad queda limitada por fronteras que se alcanzan muy pronto, y se encuentra con muros insalvables: la insuficiente formación, la escasa financiación, el largo tiempo de maduración de los proyectos, el miedo a fracasar porque el que cae una vez es estigmatizado para siempre y, sobre todo, se topa con un cúmulo de dificultades inextricables, que se fabricaban y perfeccionan por las noches, como hilos de Ariadna, en múltiples centros de mantenimiento del orden establecido, que colaboran con la indolencia y la apatía, hierbas que crecen libremente en los lugares donde nadie vigila.
Así estaban las cosas, cuando alguien anónimo escribió con spray rojo, en la misma Vía del Desánimo, por la que los valgamediosinos acostumbraban a pasear a diario, una sugerencia de apariencia muy elemental.
-Si queremos disfrutar del mayor bienestar posible, ¿por qué desperdiciamos las capacidades que tenemos? Dejemos de lamentarnos por lo que hemos perdido, y dediquémonos todos a trabajar en lo que sí podemos conseguir.
Seguramente al autor le pareció larga la parrafada y como debía tener tiempo para escribir un estrambote, antes de que lo descubrieran los vigilantes del lugar, había terminado con este lacónico mensaje:
“No necesitamos que nos enseñen a vivir y no nos dejaremos morir.”
Era otoño, y las hojas caídas de los árboles cubrieron casi de inmediato la propuesta. Por la tarde, un camión de la limpieza, provisto de mangueras que lanzaban chorros de agua a presión junto a un poderoso detergente, borró la propuesta en un santiamén.
-No era una mala idea -murmuró para sí el conductor del vehículo, mientras se dirigía a otros lugares que también le habían señalado como necesitados de un buen fregado.
Las luces de Valgamediós seguían apagándose sucesivamente.
FIN
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