Cualquier análisis, aunque hubiera sido realizado de manera superficial y con mínima documentación histórica, acerca de las razones y móviles que han propiciado el avance tecnológico, habría puesto de manifiesto la importancia de las guerras de conquista para el progreso tecnológico.
Esta verdad sustancial es válida tanto para occidente como para oriente, y sirve para justificar los avances más sustanciales del capitalismo y de la economía centralizada, cada uno en su ámbito, si los juzgamos siempre en relación con el objetivo subyacente, tal como hemos venido considerando: el dominio total.
No estaríamos al nivel actual en aviación, energía nuclear, tecnologías de la comunicación, control remoto y robótica, cirugía, control bacteriológico, resistencia de materiales, etc. sin los experimentos realizados -forzosos o auspiciados – antes y durante las dos guerras mundiales por ambos grupos de contendientes (especialmente, hay que reconocerlo, en la Alemania nazi, de los que se aprovecharían también los aliados vencedores). Un marco competitivo que contó con el estímulo y acicate de unos líderes obsesionados en tratar, sin importar medios, de derrotar y doblegar a su contrario, que se sabían apoyados de manera febril, por unas poblaciones a las que no importaba sacrificarlo todo -la vida, incluso- por unos “ideales”.
La manera que se justifiquen esos “ideales” es lo de menos, cuando se les dota de capacidad de movilización, por lo que deben ser concretos, y de lenguaje muy bsimple: “Odiemos a los judíos, porque solo piensan en enriquecerse a nuestra costa”; “Hay que matar suníes, porque nos marginan a nosotros, los chiítas” (y viceversa); “El comunismo es el anticristo”; “Los Estados Unidos son el diablo”; “Los griegos son por naturaleza despilfarradores”; “Los japoneses siempre nos han querido como esclavos”; etc.
No creemos equivocarnos, sin embargo, si puntualizamos que en los países del área oriental, a los avances tecnológicos, -sobre todo, aquellos que hubieran significado reducción masiva de mano de obra-, no se les concedió tanta importancia. Corresponde esto con una sensibilidad tradicional por las grandes obras inútiles, pero demandando, gracias a artilugios no demasiado sofisticados, más cantidad de trabajadores manuales de los que hubieran podido precisarse con mejor tecnología.
Esto ha sido así, en nuestro entendimiento, porque se ha tenido siempre especial cuidado en mantener a la población ocupada, distribuyendo el trabajo -en especial, el trabajo manual, o aquellas tareas que no precisaban de alta cualificación- entre el mayor número de personas, con lo que se garantizaba que todas las familas tuveran un medio de sustento, aunque fuera mínimo. El abandono de las labores agrícolas, por ello, ha sido una circunstancia nefasta, pues sabido es que el campo facilita el autosostenimiento, si bien a niveles mínimos, y la presencia masiva de oferta de mano de obra en las ciudades, obliga a inventar continuamente obras inútiles, para mantener a la gente más o menos ocupada y distribuir un mínimo salarial entre las familias que les permita el sustento y contenga así los riesgos reivindicativos revolucionarios.
La tecnología, en fin, juega un papel desestabilizador en lo social. Ha sido siempre así, pues los avances tecnológicos provocan grandes bolsas de paro entre los trabajadores de los procesos que se han quedado obsoletos, y que, al ser crecientes las necesidades de cualificación, supondrán, en gran medida, su marginación del mundo laboral.
Se suele enfatizar entre los teóricos de la macroeconomía (bien remunerados, por supuesto, al afirmar estas conclusiones prediseñadas) que la tecnología crea empleo de mayor cualificación o que, por ejemplo, la dedicación a la mejora del ambiente o, en general, de los servicios asistenciales (educación, sanidad, etc.) genera nuevas oportunidades de negocio y, por tanto, de trabajo.
Es todo una quimera, un argumento construído ad libitum. No negamos que en casos concretos, las tics, las energías verdes o alternativas, incluso el aumento de centros de educación u hospitales, ha servido para que se enriquezcan algunos. Pero, como todo aquello que se incorpora a un sistema productivo sin recurso natural, en la visión global, se produce un empobrecimiento…salvo que se estén utilizando recursos de otros países o regiones, utilizándolos para desplazar hacia ellos, o amortiguar, la crisis propia.
(continuará)
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