Si se atiende a la cuestión de separar los tipos de propiedad distinguiendo entre aquellos bienes que proporcionan un disfrute inmediato de los que, por tener una vida útil muy superior a la de la humana naturaleza o, aún mejor, resultar imperecederos, debemos referirnos a la importancia de la presencia (o ausencia) de la creencia respecto a la prolongación de la existencia después de la muerte, y su significado.
No entra en discusión, puesto que este es un informe realizado por científicos, que no existe prueba alguna en contra de que todos los seres provistos de vida -sea cual sea su forma de manifestación- y, entre ellos, los humanos, desaparecerán para siempre, reducidos a masas rápidamente putrescibles, cuando sus organismos pierdan la capacidad para transformar en energía, con finalidad más o menos coordinada, las materias que les servían de alimentación a sus máquinas térmicas.
Por eso, para quienes comprendieron, por su superior inteligencia, y desde los primeros tiempos, que era posible aprovechar pragmáticamente esas energías, la coordinación de las actividades de sus congéneres vivos pasó a ser un objetivo primordial. Ese propósito, no sin indefiniciones y altibajos, se encuentra concretado, en las sociedades más activas, desde hace casi 25 siglos, en oriente y, de forma mucho más tardía, -en general a partir del siglo XVIII e incluso posteriormente-, en occidente, en dos sistemas de acción y tratamiento sobre el acceso y la posterior gestión de la propiedad más importante: la tierra.
Aunque la actuación sobre la forma de pensar del individuo y la acumulación de deseos y propósitos inocentes o inútiles sobre su actividad cerebral es muy importante, resulta inevitable -salvo en los más estúpidos- que quienes vivan en un momento determinado tomen una decisión, que ha de serles crucial, respecto a si buscarán el máximo placer propio mientras se mantengan vivos, o se subordinarán a algún interés colectivo, reconociendo que la satisfacción de objetivos generales ha de ser más importante que atender a deseos o criterios personales.
Conforme con lo enunciado aquí, los grupos de acción que se afanan en la actualidad por conseguir el pleno control socioeconómico del mundo, independientemente del sistema elegido para alcanzar ese fin, se concentran, en la acumulación de la propiedad de la tierra. No renunciarán a ningún método para ello, aunque se han dulcificado algo las estrategias, ya que es cada vez más raro que se realice por la fuerza (invasiones, guerras, apropiaciones violentas de todo tipo).
En la economía del mercado, el precio (que no el valor) de la tierra se ha vinculado tradicionalmente a la producción agraria que, a su vez, está muy relacionado con la disponibilidad de agua.
Así fue durante siglos, hasta que los controladores del sistema movilizaron el interés por la tierra, elevando el precio a niveles terribles, convenciendo a la población de que la tierra no arable era mucho más valiosa, si en ella se pudieran edificar construcciones para vivienda. En consecuencia, los precios de tierra urbanizable multiplicaron, en las últimas décadas, el precio de la tierra agrícola, provocando una grandiosa burbuja especulativa, y, no de forma fortuita, sino consecuente, el campo sufrió un progresivo abandono.
Esta evolución en los precios ha favorecido, ligada a otras razones, que algunas fortunas pudieran adquirir a precios irrisorios grandes extensiones de tierra agrícola, para dedicarlo, transitoriamente, a cubrir sus aficiones cinegéticas o, simplemente, dejarlos como terrenos baldíos o inactivos por un tiempo. En Sudamérica y Africa, en especial, terrenos inmensos han sido adquiridos por nuevos propietarios, a menudo anónimos.
Para quienes pretenden controlar la Tierra desde la fórmula de la economía centralizada, la actuación ha sido especialmente inteligente: se han mantenido al campesinado en posesión de pequeñas parcelas que garantizan, con su trabajo, una vida miserable pero suficiente, en tanto que se ha copiado o inventado el esquema de acaparamiento de latifundios en manos de los fieles al sistema de control.
(continúa)