Hace décadas, circulaba una “teoría del sobre” entre los recién licenciados que pretendía ilustrar la trayectoria profesional que nos esperaba: en una hoja de papel rectangular (el supuesto sobre) se dibujaban las dos diagonales y se escribía, en el hueco inferior que formaban las líneas “trabajo”; en las dos laterales, “reuniones y comisiones” y en la de más arriba, “comidas y copas”.
El avance de una hipotética línea paralela a la base de ese sobre-rectángulo representaba la combinación de las actividades que nos tocaría desarrollar a los de cuello blanco a medida que fuéramos madurando en conocimientos: desde el solo trabajo al solo comidas y copas. Por supuesto, había oportunidad de destacar, cuando se explicaba el cuento, que en un momento preciso de la vida laboral estaríamos solo ocupados en reuniones y comisiones (1).
No veo razones esenciales para eliminar lo esencial de la teoría del sobre, como reflejo de un momento de la pequeña historia de este país y de otros parecidos a los que procura imitar, pero quiero destacar que en mi generación no se ha cumplido. La reducción de la vida laboral, con prejubilaciones y despidos definitivos adelantados con una indemnización engañosa, ha llenado el escenario de profesionales que no tienen oficialmente nada que hacer, y que, como no van a tirarse por un acantilado, ocupan como pueden el tiempo que les queda.
De entre ellos, analizo hoy con especial atención los que concentran su inactividad profesional real en los Comités. Hay, sobre todo en las grandes ciudades, cientos de oportunidades de pertenecer a miles de Comités. Eso sí, no reportan ni dineros, ni comidas, ni hay por qué asociarlos a ningún trabajo adicional al del simple hecho de asistir. Basta anotar en la agenda el día, y el sitio en donde se celebrará y aparecer allí con el careto y, si se quiere dar aún mejor impresión, una libreta.
Los Comités, salvo en aquellas corporaciones más vetustas que aún guardan algo de tesorería, no llevan aparejada tampoco ahora la comida con la que se concluían antes los debates, proporcionando la alegría asociada a las libaciones. Incluso en los que mantienen el ágape postrero, la preocupación por la dieta, el colesterol y la racanería de los paganines formales, han hecho decaer mucho el interés gastronómico de estas francachelas de veteranos, que antes tenían mucho más salero.
Todas estas reuniones, no haría falta decirlo para no extremar la crueldad del análisis, coinciden masivamente en ser preciosamente inútiles, ineficaces, estériles para mejorar el mundo; pero son, sin embargo, en mi irrespetuosa opinión, utilísimas como medicina para los asistentes a ellas: resultan una manera entretenida de pasar el tiempo, de llegar a conocerse mejor, e incluso de hacerse muy amigos, y de refilón, sirven de justificación para creerse y tal vez hacer creer a los más próximos, que se es aún necesario para algo.
Cuando en mis diarios encuentros fugaces con miles de desconocidos a los que veo ocupados en ir de un lado para otro, llevando como una cruz sus rostros generalmente tristes, huidizas las miradas, absortos los cerebros en pensamientos misteriosos y acaso turbios, o resolviendo inútiles sudokus y crucigramas o increíblemente embebidos en la misma página del bodrio literario que llevan envuelto en papel de periódico, me pregunto si no les merecería la pena pertenecer a alguna Comisión.
Un encuentro mensual con otras decenas de seres similares, por el que, con cualquier propósito u objetivo formal, recibieran un empujoncito para salir de su ensimismamiento, haciéndoles levantar la vista para reconocer al de enfrente, y creerse necesarios para algo más que para arañar en la base de su sobre vital: trabajo, trabajo, trabajo, … que, maldita sea, les está siendo comido a gran velocidad por un gusano incontrolado, que se llama paro y se alimenta, entre otras lindezas, de silencios.
Aunque, pensándolo mejor, y como estamos en el aniversario de la Revolución de los Claveles, ¿no sería más adecuado y eficaz montar unas cuantas Revoluciones? Tengo muchas propuestas. Sería una forma acelerada de encontrar soluciones en lugar de pasarnos el rato dándole vueltas al sobre, sin que nos atrevamos a abrirlo, para saber qué contiene.
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(1) Existe una versión de la “Teoría del sobre” que en lugar de “Comisiones” indica Viajes”. No me servía para este Comentario, y la desestimé a sabiendas.