Un 3 de abril murió mi padre. Como hoy tengo un día espeso, perdóneme el lector amigo que copie una parte del Comentario que le dediqué, el 20 de julio de 2007 en el blog que entonces yo tenía abierto.
“(…) El Angel Arias al que me refiero aquí, en el comentario, no soy yo. De entre los muchos Angel Arias que fueron y son en este mundo, quiero referirme a mi padre, en esta breve semblanza.
“Cuando lo sorprendió la muerte, a mitad de sus setenta, estaba estudiando griego, por razones que ignoro, y llevaba ya dos o tres lecturas de la Enciclopedia Británica, en inglés, y siguiendo siempre el orden alfabético, sin saltarse página. Sabía varios idiomas y los hablaba con suficiente soltura para salir del paso de cualesquiera dificultades.
“Pertenecía a una categoría, hoy ya prácticamente en extinción, de profesionales que saben el porqué de lo que conocen. Era Doctor en Ciencias químicas, y estuvo siempre a la persecución de la fortuna económica, que nunca le llegó, o si le llegó, no se detuvo.
“Mi padre, en mi singular opinión, forma parte del paisanaje singular de Asturias. Porque, en lugar ser emigrante de la región, se esforzó en modificarla desde dentro, metiéndose en un montón de proyectos que eran potencialmente muy interesantes, y que terminaron sistemáticamente en un fiasco.
“Sabía casi todo sobre las ferroaleaciones, y creó, junto con otros visionarios, una empresa en Lugones que se hartó de fabricar ferrotungstenos y silicomanganesos (por ejemplo) hasta que alguien decidió que había que liberalizar las importaciones. Se empeñó en recuperar la minería de la schelita en Boal, poniendo nuevamente en explotación Penouta, anduvo con los caolines de Guitiriz. Qué se yo dónde puedo terminar su biografía.
“Fue el quien me llevó, siendo un chaval, a leerle unos versos míos a un convaleciente Fernando Hontoria, entonces director de Tecnología en Ensidesa, (empresa donde mi padre recaló cuando se quedó sin una perra y muchas bocas que alimentar). El paciente tenía los ojos tapados por la operación de cataratas que acababa de sufrir y la voz me temblaba, supongo, un poco, aunque fui recuperando el tono a medida que notaba que el yaciente me escuchaba en silencio y en su rostro aparecía una sonrisa de complacencia.
“Hontoria no me vió nunca (no coincidimos más que aquel día). Cuando terminé de leer aquellos poemas, dijo a mi padre algo así: “Le agradezco el regalo, Arias. Es de los que no se consumen nunca, porque me llegó al corazón. ¿Dice Vd. que el chaval quiere ser ingeniero?. Que haga lo que quiera, pero que siga escribiendo”.
“Mi padre salió conmigo de la habitación y nos volvimos a otra del piso de abajo en la que mi madre, empezaba a morirse. Yo continué con mi recital de poesía, que ya no dejé jamás.”
Cuando uno escribe de su padre muerto no lo hace exactamente por homenaje a su memoria. Si eres varón y te aproximas rápidamente a la edad que él tenía cuando falleció, creo que te puede la desazón de no haber encontrado respuestas.