No hace falta habe leído a Popper, ni a Keynes, ni a Soros (y mucho menos, entenderlos), para predecir el resultado de este cóctel maléfico: un sistema de recursos limitados, en el que teóricamente se comparte el mercado pero no los recursos, y en el que la regla dominante es que cada uno mire esencialmente por sus propios intereses, es ineficiente.
La ineficiencia del sistema se proyecta en dos direcciones interconectadas: es despilfarrador de sus recursos y su duración vital -cuando se produzca el agotamiento- va a ser menor que si todos los agentes hubiesen colaborado en un único objetivo.
Que la Humanidad se ha encontrado con una mesa bien dispuesta, está fuera de duda, o al menos, así sigue pareciendo para la mayoría.
No le quito mérito a la cadena de sabios que nos han permitido a los que ahora ocupamos el espacio terreste disfrutar de sus descubrimientos y mejorar la sensación de vivir mejor -desde el fuego y la rueda al motor de explosión o a las maravillas de la nanotecnología-.
Pero esa euforia de sensación y poder tiene, para casi todos, elementos muy precarios y que lo convierten en frágil, incluso en ficticia. Y para casi un quinto de la Humanidad es, además, errónea, porque no tienen acceso a la inmensa mayoría de esos artilugios, conocimientos y ventajas. Otros muchos lo tienen solo en un ámbito excepcionalmente restringido.
Seguimos, por otra parte, sin resolver el enigma de si, incluso las más brillantes mentes humanas, serán capaces de presentar las condiciones para que alguna generación futura sea independiente de las fuerzas de la naturaleza, antes de que todos hayamos volado por los aires en un experimento bélico nuclear.
Los optimistas tecnológicos opinan que los recursos de que dispone el ser humano son prácticamente infinitos -esto es, muy superiores a los que serían necesarios durante toda la estancia imaginable del hombre en la Tierra- porque la ciencia seguirá avanzando y descubriendo nuevas opciones para poder alimentar a la población, darle el calor o el frío precisos, y, en suma, sostener su existencia de forma aceptablemente satisfactoria.
No lo creo así y, en todo caso, denuncio que la afirmación es cínica, parcial, egoísta. Y no porque desconfíe de la ciencia, sino porque la sociología me demuestra que no es posible ponerse de acuerdo ni siquiera en cuestiones elementales. Más de mil millones de seres humanos pasando hambre o sed ahora mismo son un peso insalvable sobre cualquier argumentación que quiera convertir el panorama en optimista.
22 de abril, Día de la Tierra de 2013, de un tiempo que se nos acaba.