Al socaire

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Bimenes existe

26 noviembre, 2021 By amarias Deja un comentario

Bimenes es un pequeño municipio asturiano (solo tiene 36 km2 de superficie), muy cercano a Oviedo -a unos 30 km- – Ha vivido épocas de prosperidad con la minería del carbón y ahora camina, como la mayor parte de Asturias, en la senda segura de la decadencia. Tiene 1681 habitantes censados, cuando llegó a tener a mediados del siglo pasado, el triple. Su capital es Martimporra, aunque no estoy seguro si la despoblación no habrá convertido a ese lugar en un vestigio ruinoso del pasado.

A los nacidos en Bimenes se les llama yerbatos (que significa hierbajo, en asturiano), porque los que trabajaban extrayendo carbón llegaban al tajo con hierbas en la vestimenta y la boina, ya que se veían obligados a practicar el pluriempleo: debían atender al ganado cuando volvian a casa. En Melendreros, una aldea de Bimenes, nació uno de mis bisabuelos, Vicente Carrio, que fue emigrante a la Habana y uno de los personajes reales que incorporé a mi creación literaria “Con Vencidos”, una novela de 400 páginas que está esperando su publicacion.

Bimenes mereció aparecer en la portada de la edicición de El Mundo, el sábado, 20 de noviembre, porque su población volvió a confirmar su voluntad de declarar cooficial el asturianu. Esto motivó la publicación de una entrevista con el alcalde Aitor García Corte, del partido Asturianista, en el que expone sus razones, aunque he leído después -en un foro bablista- que ha expresado que está plagada de errores,y que contiene mala intención.

Aunque no tengo a la vista el periódico -está reciclado y no encuentro la reseña en internet-, recuerdo que el alcalde se refirió, enrtre otras cosas, al derecho de utilizar la lengua propia para reclamar ventajas de Madrid, tal como hacen los catalanes y los vascos desde sus gobiernos autonómicos. Si fuera por esa sola idea, me parece estupendo y legítimo: argumentar que se es diferente, que existe una nacionalidad propia, y utilizarla para reclamar atención, ayudas, subvenciones, en igualdad con otras regiones de España, aunque, en opinión que no estoy dispuesto a discutir, porque me siento profundamente asturiano, con mejores razones históricas.

Asturias es una pequeña región llena de cabezas pensantes, con una concentración de intelectualidad y esfuerzos que para sí quisieran muchas otras regiones, incluídas Cataluña y el País Vasco. Pero tiene un grave problema: no ha sido capaz de expresar unidad y , para mayor inri, tiene también en su naturaleza el orgullo de no saber ser pedigüeña. Ha tenido en su territorio dos grandes monstruos, de propiedad pública,  generados para solventar las necesidades en producción estratégica para toda España: la energía y laminados (me refiero, obviamente, a la siderúrgica Ensidesa y a la empresa creada en torno a la extracción del carbón, que aglutinó en Hunosa a varias explotaciones privadas en dificultades económicas). Su existencia generó otros monstruos más pequeños, que se han ido cayendo sin alternativa en la medida en que la  tecnología adquiría nuevos rumbos y las empresas públicas que los sustentaban se adelgazaron hasta límites insospechables y dejaron de comprar.

Que se sepa: el pequeño municipio de Bimenes tiene como hijos suyos a varios españoles ilustres. Es una demostración más de que Asturias es grande por sus hijos, aunque marginada y utilizada, según convenga, por los políticos de otras regiones. Uno de los yerbatos ilustres es Salvador Gutiérrez Ordóñez -otro coetáneo estricto mío, nacido también en 1948- es académico de la Real Academia Española (sillón “S”), eminente filólogo, alumno predilecto de Emilio Alarcos en la Universidad de Oviedo, en la que también dió él mismo clases. Salvador no cree en la necesidad de imponer la cooficialidad del bable (vaya detalle nimio), pero seguro que, aunque no se le ha preguntado, desearía que Asturias tuviera un puesto de relevancia en el desgraciado debate sobre las autonomías.

 

 

Publicado en: Actualidad, Personal Etiquetado como: Aitor García Corte, alcalde, angel manuel arias, Asturias, Bimenes, Cataluña, Con Vencidos, Ensidesa, españa, Hunosa, marginación, País Vasco, Real Academia Española, regiones, Salvador Gutiérrez Ordóñez, unidad, Vicente Carrio

Cómico o ridículo (16)

22 febrero, 2017 By amarias Deja un comentario

Los años de residencia en Düsseldorf fueron para toda la familia, muy especiales. Recién cumplidos los treinta años, tenía ante mí una oportunidad profesional excepcional. El sueño de recuperación del mercado siderúrgico español se desvelaba como un espejismo y Ensidesa tuvo que potenciar la venta de algunos productos en los países más industrializados, creando empresas locales.  El mercado alemán (y, en general, el de toda la antigua Eurofer) era muy atractivo en precios, si bien los países terceros, como era el caso de España, estaban sometidos a cuotas máximas anuales de importación.

De resultas de aquellos cinco años de paso por Alemania, volvimos con dos hijos bilingües, una familia puesta a prueba y con los laureles del éxito de haber reforzado nuestra unión y, a mi particularmente, me aportó algunas plumas rotas y un dossier de abultada experiencia. Entre 1979 y 1984 hubo sucesos importantes en España y observarlos, y juzgarlos, desde la plataforma emocional y económica del núcleo duro de Europa, perfeccionó la base argumental con la que he construido mi posición ante la vida.

Recuerdo muy bien cuando el 23 de febrero de 1981, más o menos sobre las seis y media de la tarde, recibí la llamada de Evelio Mañas, director de personal de Ensidesa. “Ha habido un golpe de Estado. El Congreso está ocupado por los militares. Tienes que recoger toda la documentación reservada de la oficina. Llévatela a un lugar seguro. Que no sea tu casa”,

¿Documentación reservada? No tenía la menor idea de qué tipo de información de la que manejábamos podría merecer tal calificativo, y Evelio no parecía dispuesto a dar muchas explicaciones. Capté, sin dificultades, que en el ambiente gravitaba la sospecha de que todas las comunicaciones estaban interferidas. España había caído, de nuevo, en el pozo profundo de su historia desdichada.

Llamé al cónsul de España en Düsseldorf, el asturiano Trelles, -un personaje con una humanidad fuera de lo común, al que estaré siempre agradecido por la manera como facilitó mi integración en el país- para obtener más detalles. Mientras me ponían con él, encendí una pequeña televisión que tenía en la oficina. Las cadenas alemanas estaban ya ofreciendo en directo el espectáculo lamentable. “Me acaban de decir desde España que ha habido un golpe de Estado. La televisión alemana está poniendo imágenes de guardias civiles en el Congreso. ¿Qué váis a hacer en el consulado?¿Qué instrucciones tenéis?”

Al otro lado, advertí un silencio denso. “Primera noticia. Llamo al embajador y te cuento”. Era evidente que el protocolo de reacción ante sucesos que afectaban a la seguridad no estaba aún desarrollado.

Mi esposa es rubia, tiene los ojos de un hermoso color verde azulado y la tez blanca. Parece nórdica, pero es asturiana de pura cepa, seguro que descendiente de aquellos suevos o alanos que invadieron la península y se establecieron por el occidente. No es tan extraño que se dirijan a ella en inglés, tomándola por extranjera.

Cuando fuimos a Alemania, ella no tenía la menor idea del alemán. (En verdad, yo había rellenado la casilla en donde se pedía identificar las preferencias de expatriación, con un claro: “Cualquier país de Europa menos Alemania”). Mucho más sociable que yo, enseguida se encontró, o la integró ella misma, con una colonia de más de una decena de mujeres españolas, con las que formó sólidas amistades.

Salvo una o dos excepciones, todas estaban casadas con extranjeros: alemanes, japoneses, ingleses, yugoslavos…Cuando nos reuníamos con cualquier pretexto, ellas se lo pasaban en grande verbalizando sus vivencias en la lengua propia y los maridos pugnábamos por encontrar un lenguaje común en el que intercambiar algunos mensajes. No eran las nuestras, en general, charlas para enorgullecerse, aunque, en honor a la verdad, también hice magníficos amigos.

Una vez en que teníamos invitados en casa y queríamos preparar un plato especial, María Jesús me condujo a la carnicería y, después de observar el género, me pidió que tradujera: “Dile que quiero una buena pieza de morcillo, pero que sea entera y, por lo menos, de un kilo”. Estaba buscando de lo profundo de mi vocabulario alemán la palabra más afín a morcillo (de la que aún hoy, dudo su significado real en la morfología vacuna), cuando la voz del carnicero, atento sin duda, a mi aspecto de turco atildado, con el bigote recortado que entonces lucía y mi pelo castaño oscuro ligeramente ondulado, interrumpió mis elucubraciones:

“Aber, mein Herrn! Lassen Sie ihren komischen Versuche (…)” En nuestra lengua: “Pero, hombre de Dios, deje de hacer pinitos con su alemán, y que su esposa me diga directamente lo que quiere, que no tengo toda la mañana para Vd.”


El cormorán moñudo (Phalacrocoax aristotelis), en invierno, y avistado a distancia, es difícil de distinguir del cormorán grande, que se ha hecho habitual entre nosotros. El moñudo es más pequeño y recibe su nombre porque, en verano, el adulto tiene una cresta muy aparente.

Los cormoranes se alimentan sobre todo de peces, que engullen enteros -algunos, de un tamaño considerable en relación a lo que podría suponerse más acorde para el buche del ave-. Son capaces de aguantar sumergidos durante algo más de un minuto, nadando con gran rapidez, por lo que pocos peces se escapan a su voracidad. A su presencia creciente en los ríos del Norte de España, siempre al acecho de alguna posible presa, se atribuye la reducción de la pesca, siendo acusados como uno de los depredadores dañinos para esta afición deportiva.

Después de las inmersiones, abren las alas en una posición característica, exponiéndolas al sol, para que se sequen,

Hace unos días leí que el cormorán pigmeo ha vuelto a España, en donde había desaparecido en la Edad Media. En el delta del río Danubio está localizada una de las colonias más numerosas de este ave. De allí provendrán, supongo, los ejemplares avistados aquí.

Publicado en: Personal Etiquetado como: 23-F, Alemania, cónsul, Dússeldor, Ensidesa, Evelio Mañas, golpe de estado, Trelles

Cómico o ridículo (14)

17 febrero, 2017 By amarias Deja un comentario

A lo largo de la vida, son muchas las personas a las que perdemos de vista. No precisamente porque hayan fallecido (que, por supuesto, crecen en número a medida que nosotros vamos cumpliendo años de supervivencia), sino, simplemente, porque desaparecen de nuestro entorno: compañeros de estudio, de la milicia, del master, de alguno de los trabajos o tareas que hemos ido acometiendo. Incluso, familiares más o menos próximos a los que vimos en no se que boda, funeral o bautizo y de los que dudaríamos, si nos los encontramos casualmente por la calle, si son presentadoras de televisión, jugadores de fútbol o el primo segundo ése que se fue a hacer el Erasmus a Eslovenia.

Como expatriado regular de mi región favorita, Asturias, cuando vuelvo de cuando en vez a la tierrina, no puedo menos de sorprenderme con las reacciones que recojo, sobre todo en Oviedo, si me cruzo con alguno de esos antiguos colegas de lo que sea, a los que, a lo mejor, no he visto en treinta años, y su reacción, supongo que después de las inevitables dudas respecto a la identificación -recíprocas, en general- es, exteriorizar, simplemente: “¡Hasta luego!”. Es decir, en traducción ramplona, “Hasta dentro de treinta años”. A mi estas formas de abreviar tajantemente un posible intercambio de breves noticias personales, siempre me ha intrigado: “¿Sabrá Fulano más de mi vida que yo mismo para despacharme, al cabo de tanto tiempo, con tan breve saludo?

Entre los personajes más curiosos que reaparecen en nuestras vidas, seguro que están, por el contrario, aquellos que, habiéndoles perdido la pista durante décadas, reaparecen de repente, con una llamada telefónica: “¡Hola, Angel! ¿Qué tal te va? Resulta que estaba repasando la lista de compis del colegio de segundo grado de Primaria” -es un ejemplo ficticio- ” Y me pregunté, ¿qué será de Angel? Así que llamé a todos los que encontré con tu nombre en la guía telefónica de Madrid, hasta que di contigo. ¿Te acuerdas del Hermano Jesús, el que nos daba Historia Sagrada?”

No, no nos acordamos. No existía ningún Hermano Jesús en nuestra vida, y el segundo grado de Primaria lo hicimos en Albacete. Me ha sucedido esto cuatro o cinco veces en mi vida. La secuencia y final de estas situaciones, es siempre la misma: después de varios días de fastidiosas llamadas, con tendencia a concentrarlas en horas intempestivas, con el objetivo desplegado con rapidez de contarnos su vida, pedirnos dinero o, también, llenar las horas de aburrimiento, desaparecen como han llegado.

He cambiado muchas veces de lugar de trabajo, dentro y fuera de España, y conocido a miles de personas. De muchas de ellas -digamos, unas cinco mil- guardaba tarjetas de visita de aquellos con los que me había cruzado, hasta que mi diligente cuidadora de inutilidades, hizo desaparecer todas para siempre, salvo el par de decenas que corresponden a las personas con las que mantengo actualmente contacto y siguen utilizando ese obsoleto medio de ratificar la posición y existencia, aún usada por comerciales y detentadores de puestos de la Administración pública, que son las tarjetas de visita.

La variedad de puestos de trabajo me ha permitido disfrutar o padecer de una amplia relación de despachos, sillas y sillones, mesas y mesitas que fueron los elementos de mobiliario que fueron puestos a mi disposición. El más cutre, con distancia, fue una mesa sin desbastar, llena de agujeros y manchas de grasa, que podría haber estado con anterioridad destinada a ménsula de despiece en una carnicería, y que fue el sitio de apoyo que compartí con mi querido colega César en una subestación de Ensidesa, en donde estaba instalado el departamento de Investigación Operativa, que dirigía por entonces Julio Figueras. El más snob, la mesa aerodinámica que me enjaretaron en Düsseldorf, con sillas de querencia de cuero, que se prolongaba un par de metros más allá con una de reuniones con diseño italiano, de mármol, y que se completaba con un par de cuadros en fibra de amianto de un afamado artista que, quiero creer, no falleció de asbestosis.

Jamás he modificado el despacho que me legaron mis antecesores en el puesto. No es esa virtud, seguramente, sino pereza y, por supuesto, una seria tendencia a no despilfarrar dineros. Pero sí he podido contrastar, con reiterada persistencia, que lo que suelen hacer, como primera medida, la inmensa mayoría de quienes se hacen cargo de un puesto o puestecillo en el que tienen disposición sobre una partida presupuestaria para reformas, es cambiar los muebles del despacho, ponerse en el habitáculo un servicio, y ampliar los metros cuadrados tomando sitio del destinada a secretarias o sala de reuniones, incorporándola al recinto propio. Eso sí, lo que también es objetivo, si la cartografía lo permite, es la puerta alternativa para escapar de las visitas molestas o disfrutar de unas horas de asueto autoconcedidas.


El pequeño carbonero garrapinos (Parus ater) se protege, entre el comedero y el tronco del árbol en donde este se ha colgado, del ataque de los gorriones (passer domesticus) que tienen un tamaño notablemente mayor. Los 11,5 cm de envergadura del diminuto párido frente a los 14,5 o 15 cm de los machos de la familia de los Ploceidae (Gorriones).

Doy fe que el carbonero es obstinado. Tan pronto los gorriones -u otras aves que acuden a la llamada del alpiste- abandonan su sitial, vuelve la pareja de páridos -indistinguibles para mi los géneros, aunque no la especie, que tiene la coronilla negra con una mancha blanca en la nuca- a picotear el alimento; eso sí, siempre por el lado en el que los gorriones no pueden acceder.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: amianto, amigo, asbestosis, carbonero garrapinos, colegio, cutre, despacho, Düsseldorf, Ensidesa, mesa, saludo

Cómico o ridículo (7)

22 enero, 2017 By amarias 3 comentarios

Cuando contamos lo que nos sucedió, lo normal es que nos presentemos con los colores del triunfo, Solo los cómicos profesionales suelen imaginar historietas en las que aparecen como perdedores. La exposición personal a la irrisión es fuente segura de risas entre los asistentes al espectáculo.

Los técnicos de los departamentos de metalurgia en la vieja Ensidesa éramos llamados como refuerzo de los comerciales cuando había que responder a una reclamación de entidad. Por aquel entonces, yo me encargaba de la investigación de laminados en caliente, y andábamos ocupados en encontrar la mejora de las características mecánicas de las bobinas y chapas gruesas, añadiendo pequeñas dosis de microaleantes.

Sucedió que una empresa italiana, Maraldi, a la que se había vendido un lote importante de bobina laminada en caliente, reclamaba que los tubos se abrían por el cordón de soldadura, y exigía la retirada de la remesa o una fuerte indemnización. Allá que nos fuimos un grupo de heroicos defensores de la calidad de nuestra siderúrgica, dispuestos a batirnos el cobre como correspondía.

No me pregunte nadie por qué, antes o después de recalar en Ravena, hicimos escala técnica en París, en  donde se nos reunió un importante director comercial de Pemex, que figuraba como destinatario final de aquellos tubos. Y tampoco contestaré si hay alguna pregunta acerca de porqué fuimos todos, directivos y este nindungui que redacta estas notas, a Pigalle, a ver ese espectáculo que puso de moda Toulouse-Lautrec, en Le Moulin Rouge.

La noche avanzó un tanto, y cuando ya no había más razones para estar en el sitio, cogimos un taxi para volver al hotel. Los expedicionarios, nos apretujamos en el vehículo y yo, que siempre presumí de saber idiomas, indiqué al conductor a dónde íbamos: “A l´Hotel Crillon, s´il vous plaît”. El tipo resultó ser un pied noir de pura cepa, con un concepto mejorable de los parisinos en general, y yo, que estaba sentado en el asiento de al lado del conductor, hilvané una larga conversación en la que repasé toda nuestra guerra de la Independencia.

Llegamos, pagué la carrera, y descendimos todos. Nuestro Hotel Crillon parecía haber disminuído como Alicia en el País de las Maravillas. Había un cartel pequeñito, con el nombre, sí, pero nada nos recordaba la magnificencia de aquel fastuoso hotel, en el que, dada la hora, no habría tiempo más que para tomar una ducha helada y el desayuno bufé.

“¡Nos ha tomado el pelo, tu argelino del c…!” , me espetó uno de mis jefes, mientras yo me acerqué a la puerta. Debajo del nombre del Hotel había otro letrero en el que podía leerse: “Entrée du personnel”. Sin perder la formación, corridos y congelados por el frío de la mañana, dimos la vuelta a la manzana hasta encontrar la puerta principal, donde un uniformado disfrazado de capitán general nos saludó con “Bon jour, messieurs les clients”. “En media hora, abajo, cambiados de traje y duchados, para desayunar”, ordenó un jefe. “Y no se hable más “.

Hasta hoy. Bueno, no exactamente. En mi novela “Un mensaje para Elías”, me refiero también a este episodio.

Uno de los momentos más ridículos de mi existencia como avezado comercial, me lo brindó un taxista de La Paz, en Bolivia. Debía tomar un avión a Santa Cruz a última hora, después de una jornada intensa, pero me resultaba difícil encontrar un vehículo libre, hasta que por fin, un coche se paró a mi altura. “¿Le llevo, patroncito?” Tenía claro que no era un taxi oficial, pero llevaba ya tanto tiempo yendo y viviendo a Bolivia, que no me importó. “Voy al aeropuerto. Al Alto”, le dije, con inevitables aires de conquistador español.

El coche era una tartana, y el tráfico -merced a cientos de guaguas que recogían pasajeros a cada poco, gentes que retornaban a sus casas después del trabajo-, intenso. Cuando estábamos a medio ascenso de la montaña (La Paz está a 3,6 km de altura, pero El Alto está a 4 km), vi que el avión que debía tomar se elevaba ya por el aire.

-“Dé la vuelta, no tiene sentido que subamos más, Mi avión se fue” -le ordené al improvisado taxista.

-“No se preocupe, doctor, le digo que ese es otro. El suyo está esperando por Vd.” -y siguió, sin hacerme caso, hasta arriba.

Como podía haber imaginado, y siendo mi vuelo el último del día, el aeropuerto estaba cerrado. Las luces, apagadas, y ni un solo taxi a la vista.

-¿Ve Vd? -le grité al voluntarioso e imaginativo conductor- ¡Mi avión se fue, aquí no queda nadie, y tenemos que volver! ¡He perdido casi dos horas por su culpa!

-Ah, no señor. -me replicó el otro-. Vd. no fue enérgico para decirme que volviera. Si me lo hubiera dicho con otra voluntad, yo me habría vuelto. Pero me lo dijo como sin razón.

Me da cierta vergüenza escribir que volví en el mismo vehículo (no había otro a la vista), y aunque el tipo pretendía cobrarme doble (“ida por vuelta, doctor”), tuve que amenazarle con llamar a la policía local, y, por lástima, le pagué lo habitual de una carrera al aeropuerto. Estaba, sin embargo, escrito, que aquella noche en el hotel, en donde era al parecer el único huésped, la cocinera me sirvió unos pastelillos de quinoa que me supieron a gloria.


Los días finales de este enero de 2017 vienen fríos, y lo pájaros concentran su actividad en las horas en que el sol más calienta. Al mismo tiempo, la primavera ya se asoma en algunos temperamentos, y se ven a algunas aves, más ansiosas, buscando pareja. El hueco de la rejilla de ventilación de nuestra cocina, desde hace años, viene siendo ocupado por un nido de gorriones. El año pasado fotografié a la pareja.

Desde hace días, vengo comprobando como el macho de la pareja del año pasado, trata de hacer migas con una hermosa representante del sexo femenino gorrionil, a la que acerca a su nidal, indicándole lo confortable y calentito que puede estar.

No sé lo que pudo ser de la anterior ocupante del nido, y espero que no le haya ocurrido nada malo. En todo caso, y en su memoria, sirva esta congénere que, en acrobática postura, saciaba su sed esta mañana en uno de los estanques de El Retiro madrileño.

 

Publicado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado como: cómico, Crillon, Ensidesa, le Moulin Rouge, Maraldi, Pigalle, ridículo, Toulousse-Latrec

Otros coreanos

1 abril, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Cuando en Avilés se empezaron a construir los cimientos de lo que sería la Fabricona, allá por los 50 del pasado siglo, llegaron a miles inmigrantes del sur más pobre, porque se corrió la voz de que en Asturias había trabajo.

Aquellos seres de tez morena, tirando de carromatos en los que habían amontonado sus cuatro enseres, cargados con niños harapientos y sucios, y que se agrupaban en las afueras  de la villa del Adelantado organizando hogueras, recordaban a los nativos unas imágenes recientes. Parecían huídos de una guerra que les resultaba lejana, en Oriente, la de Corea. Por eso se les apeló, entre el desprecio y la reserva, coreanos.

Eran andaluces, castellanos y extremeños. Estaban morenos por el sol que les había azotado mientras trataban de exprimir algún jugo de los terruños secos. Huían, también, pero del hambre.

Nadie se acuerda ya, porque aquella fábrica que se llamó Ensidesa, ya no existe más que en la memoria de los más viejos, pero, sobre todo, porque todos ellos son hoy, asturianos. Y ellos, los supervivientes de aquella generación de advenedizos -no pocos, por cierto, murieron en su guerra por la subsistencia-  y sus descendientes, mezclados ahora sin distingos con los hijos y nietos de los que los miraban entonces por encima del hombro, están sufriendo una misma crisis, repitiendo la historia con otros guiones.

En Asia, se vuelve hoy a hablar de la tensión entre Corea del Norte y Corea del Sur, como en 1950, y con similares protagonistas. Habrá que recordar,  por ello, que la Segunda Guerra Mundial había terminado y que la Organización de las Naciones Unidas, en su fase infantil, pretendía consolidar la paz y la seguridad en todo el mundo, imaginando horizontes de prosperidad duradera.

Pero aún quedaba por resolver un coletazo de aquella gran conflagración, la llamada “guerra del Pacífico”, por la que la península de Corea, -desde 1910 en poder de Japón-,  había sido repartida entre los vencedores como un trofeo, siguiendo una pauta nada escrupulosa.

Cortando por el paralelo 38, el norte quedó bajo el control de la URSS y el sur quedó ocupado por las tropas norteamericanas. Las “elecciones libres” a las que se convocó a los coreanos no hicieron sino consolidar la forzada distancia entre unos y otros, estableciéndose un gobierno comunista en el norte que, con la ayuda de la URSS y la República Popular china, invadió el 25 de junio de 1950 terrenos de la ya entonces llamada “Corea del Sur”, y en la que se pretendía instalar un régimen liberal.

Aquella invasión provocó una guerra local, en la que los surcoreanos fueron apoyados por Estados Unidos y, más bien simbólicamente, por las Naciones Unidas. No había especial intención de reproducir de inmediato, y esta vez entre antiguos aliados, una nueva guerra, por lo que en 1953 se firmó un armisticio, recuperando la frontera del paralelo 38 y desmilitarizando una franja de apenas 4 kilómetros de ancho.

Pero la guerra no había terminado. Las ambiciones de poder no mueren jamás. Los únicos coreanos que se han integrado felizmente desde entonces son los de aquí, los nuestros. Los otros, ahora, tienen nuevos argumentos con los que tratar de convencer a sus contrarios: armas nucleares.

La tercera guerra mundial puede estallar en cualquier momento. No habrá más oportunidades para la especie humana. Los misiles con los que el presidente Kim Yong-Un apunta, según dice, a Seúl y a la costa este de Estados Unidos, construídos para reforzar su estado de guerra permanente, están dirigidos, en realidad, contra nuestra propia naturaleza. La de todos.

Me vienen a la memoria unos versos de Bécquer: “Quisiste doblegarme o morir. No pudo ser“. ¿Qué es lo que tiene que ser para que impere la cordura? ¿Que desaparezcan juntos cuantos discrepen de las razones del otro?

Publicado en: Sociedad, Uncategorized Etiquetado como: 195o, Avilés, Corea, coreanos, Ensidesa, guerra nuclear, Kim Yong-Un, Norte, ON, península, Sur

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