La población va tomando consciencia por las bravas de que al buen tiempo hay que empezar a considerarlo mal tiempo (no llueve desde hace meses y la primavera se acaba).
Desde hace décadas se habla del avance de la desertización en España, de la amenaza que la subida de cotas del mare Nostrum supone para las segundas residencias sitas sobre las arenas de la abigarrada costa mediterránea y, en fin, de vez en cuando, se confirma con tonos de catástrofe el grave riesgo que corren en caso de gota fría las propiedades ubicadas en rieras y ramblas.
Pertenezco al selecto grupo de convencidos tanto de la verdad del cambio climático causado, también, por causas antropogénicas, como de la presunción de que las medidas que se adopten para reducirlo o paliarlo serán tardías, insuficientes y muy costosas. Por mucho que las cuestiones ambientales ocupen mucho espacio político y mediático, sobre todo, si van apoyadas de fotos de icebergs a la deriva (con o sin oso polar incorporado), la realidad próxima me ilustra sobre la insensata incapacidad de la humanidad para concentrarse en actuaciones colectivas y, también, en subordinar los egoísmos individuales a las ventajas comunes.
Por supuesto, sobre la inactividad frente al deterioro del planeta, son más culpables los gobiernos, las grandes corporaciones empresariales y la ausencia de criterios técnicos y científicos en esas macro-reuniones a las que parecen muy aficionados mandatarios, falsos expertos, funcionarios de vacaciones y observadores sin opinión destacable.
Pero basta darse una vuelta por la propia ciudad para tomar conciencia de que la contribución al desastre ecológico alcanza también a los niveles ínfimos: alcorques convertidos en ceniceros, arroyos usados como vertederos de enseres domésticos, aceras que son letrinas de animales domésticos, además de otros usos que no tienen que ver con la peatonalización, puntos limpios en los que los contenedores separativos son utilizados como a cada uno le apetece, …Salir al campo, incluso a un Parque Natural o Nacional es, si uno no deja en casa la sensibilidad ecológica, motivo de preocupación al advertir los miles de homo sapiens que dejan latas de bebidas, bolsas con restos de comida, cuando no las consecuencias de lavar el propio vehículo o cambiar el aceite del mismo junto al arroyo en donde se ha hecho picnic.
Supongo que se debe admitir que la ignorancia, la desidia o la incuria conceden algún derecho a hacer lo que a cada uno le venga en gana. Se concede el mismo nivel a la información seria, técnicamente fundada, que a la opinión desorientadora, incluso falaz. La autoridad académica se sienta al mismo nivel que la conjetura. Es cierto, además, que los hechos concretos pueden ser confusos: la contaminación sube en las ciudades a pesar de las limitaciones al tráfico rodado.
Todo ayuda, para empujar al lado del desastre. A la sequía y a las incontinencias del tiempo atmosférico, se une el abandono de los pueblos, la maleza que encuentra su hábitat feliz donde antes había campos, los bosques descuidados, a los que nadie limpia de hojarasca y ramaje porque la madera vale poco.
Podía terminar este Comentario de muchas maneras. Voy a hacerlo de una manera peculiar. Supongo que el lector conoce que existe una Agenda 2030, en el marco de las Naciones Unidas, que, en su aplicación próxima, tiene como objetivo fundamental acabar con la pobreza en España. Desde julio de 2018 la Alta Comisionada es la periodista Cristina Gallard, cuyos méritos para ocupar ese pomposo puesto pocos discutieron en su día.
Pues bien, el gobierno de Pedro Sánchez, en la actividad frenética de estos sus últimos días en sus cargos, ha aprobado varios decretos Ley y Órdenes Ministeriales, cuya vigencia, como ya se han encargado de anunciar desde la amplia oposición, será nula si el PSOE se pierde en las elecciones del 28 de abril. Entre ese maremágnum de tardía actividad, se encuentra la Orden PCI/169/2019 del 22 de febrero de 2019, que crea el Consejo de Desarrollo Sostenible, con el fin de asesorar a la Alta Comisionada para la Agenda 2030.
Ese Consejo se pretende que tenga 48 miembros, de los más variados sectores. Los Colegios profesionales tendrán derecho a nombrar un representante, a propuesta de la Unión Profesional. Seguro que hay otras opiniones técnicas entre el medio centenar de componentes. No levanto mi voz para lamentar la exigua importancia que se concede a quienes podrían aportar la visión de la realidad desde el ejercicio profesional.
Me limito a expresar, con la voz queda del que está descolocado: Pero…¿alguien se puede creer que un grupo tan heterogéneo y de ese descomunal tamaño, va a llegar a conclusión alguna?
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Este hermoso ejemplar de malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), fotografiado en las marismas del Sabinar de Roquetas de Mar (Almería) a finales de febrero de 2019, es un macho de una de las anátidas que corren peligro de extinción en España, además del riesgo de hibridación con otros patos. Es inconfundible, sobre todo, en período de reproducción, con su gran pico de base hinchada y de color azul vivo. La hembra del malvasía es de cabeza más discreta, pero también fácilmente identificable, por su pico inflado y el aspecto compacto.
Este ejemplar no estaba solo, sino que le acompañaba una hembra de su especie y otros patos azulones. He recortado la foto para poner de manifiesto su espléndida belleza.