Al socaire

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Alocución al recibir la insignia del Colegio de Ingenieros por cumplir 70 años

5 diciembre, 2018 By amarias Dejar un comentario

El 4 de diciembre de 2018, como cada año, celebran los mineros y artilleros la festividad de Santa Bárbara, una santa cristiana singular y controvertida. Este año cumplí mis setenta, y el Colegio de Ingenieros ha establecido la norma de obsequiar a quienes ya franqueamos esa frontera, con una insignia conmemorativa. A mi se me dio la oportunidad de pronunciar una alocución, que transcribo a continuación.

Queridos compañeros y amigos; familiares y amigos de compañeros:

El decano del Colegio de Centro, Rafael Monsalve, me ha pedido que pronuncie unas palabras en este acto-me ha orientado que debían ser unos quince minutos- en representación del colectivo de quienes cumplimos setenta años en 2018. Es decir, de aquellos ingenieros de minas que nacimos en 1948 y estamos colegiados en el Colegio de Centro en este momento de nuestra vida.

Es un honor, desde luego, pero también una responsabilidad. Cuando repaso la relación de quienes vamos a recibir la insignia de la profesión, advierto que los nacidos en el 48 son una representación fiel de la versatilidad de la ingeniería de minas, y de la capacidad evidenciada por estos hoy ya setentones, para buscar el camino del éxito en la vida.

Tener setenta años parecería, en principio, una frontera. Solo que es una franja artificial, simbólica, que se puede saltar: no significa verse ni que nos vean viejos, ni dejar de haber sido más o menos capaz, física o intelectualmente, por más que es evidente que el paso dela edad va produciendo, inexorable, su función de deterioro.

Una vida ya amplia implica, sobre todo, haber acumulado experiencias, es decir, satisfacciones y reveses, gozos y sinsabores. La vida nos ha enseñado, con su proceder natural, a ver las cosas de forma más reposada, a desconfiar de los extremismos, a mirar con lupa los adornos y plumas de quienes pretenden engañarse y engañar con virtudes y méritos de los que carecen.

Nacimos en un momento en que España había superado hacia menos de una década la guerra incivil, no sus consecuencias. El 2 de septiembre de 1945 terminaba la segunda guerra mundial, con la firma de la rendición por Japón, pero, aunque España se había mantenido al margen, ello no nos libró de sufrir los efectos de la crisis, acumulada a las heridas por cerrar de la guerra propia y de la marginación internacional al gobierno de Franco. Por eso, a los bebés que éramos entonces, se nos había dotado de una cartilla de suministro, para proveernos de Pelargón y leche.

Nacimos en un año bisiesto, en el que asesinaron a Mahatma Gandhi, en el que entró en vigor el llamado Plan Marshall -que a España no tocó-, y se inventaron el videojuego y los transistores. Somos coetáneos de Marisol y Lluis Llach, de los actores Jeremy Irons y Gerard Depardieu, del eterno príncipe heredero Carlos de Gales. En el 48 nacieron Al Gore y el científico catalán Jorge Wagensberg (recientemente fallecido) y la premio nobel de medicina Elisabeth Blackburn.

Y tal como os veo ahora y aquí, creo que nos conservamos bastante mejor que la mayoría de ellos vivos; y si miro a vuestros currículos, manifiesto el orgullo de ser contemporáneo estricto de un grupo de ingenieros de minas tan prestigioso como vosotros.

Teníamos 18 años en 1966, pero aún no habíamos alcanzado la mayoría de edad, que en España se otorgaba a los 21, es decir, la alcanzaríamos en 1969. Para poder ver películas hoy reputadas de inocentes, aptas para todos los públicos, incluidos niños de siete años, necesitábamos acreditar la edad con un carné que celosos vigilantes de nuestra formación moral exigían a la entrada de los cines.

En fin, cayeron cuatro bombas atómicas en Palomares, cerca de Almería; se inauguró El Calderón, y se cerró la frontera con Gibraltar para no peatones.

Ah, y sí, estudiamos Historia Sagrada, Formación del Espíritu Nacional y la mayoría, después de aprobar un sicotécnico, realizar unas acrobacias gimnásticas y superar una revisión médica, hicimos la milicia universitaria, bien como IMEC o como IPS, a en los Campamentos de MontelaReina o en la Granja, en Robledo, por la que obtuvimos despachos militares como alféreces o sargentos provisionales.

Estamos aquí, obviamente, por ser ingenieros de minas. Como quizás sabéis, aunque llevo ya muchos años en Madrid, estoy colegiado en el Colegio de Centro, mis hijos estudiaron aquí y mis nietas son madrileñas, no estudié en la Escuela de Madrid, sino en la de Oviedo, en donde terminé la carrera en 1971.

Podía referirme concretamente a los años de la Escuela, y seguro que, a pesar de la distancia entre las dos únicas Escuelas de Minas que había entonces en España, encontraríamos muchas coincidencias. Durante el primer año que pasé en la Escuela, los exámenes de algunas asignaturas se hacían simultáneamente en Madrid y Oviedo, y los profesores abrían ceremoniosamente sobres lacrados que llegaban de la capital, como manera de garantizar que la formación era la misma.

En los años de Escuela, coexistían quienes seguían el Plan de 1957 y el de 1964, o Plan yeyé. Tuvimos que bregar con dos cursos selectivos en donde todas las asignaturas eran importantes, especialmente el Cálculo, la ampliación de Cálculo, la Física, la ampliación de Física, la Mecánica racional, el Dibujo Técnico, la Química Física. Algunas de esas disciplinas, como el Algebra lineal o la Mecánica Racional, las estudiábamos con libros en francés.

Estudiamos mucho, de todo, para superar exámenes difíciles que nos obligaban a estar concentrados meses enteros sin salir de casa, como si fueran unas oposiciones. Pocos teníamos novia entonces, porque cualquier distracción nos quitaba tiempo para cumplir con el único objetivo importante de los años de Escuela: aprobar para obtener el título, de una carrera con pasado prestigioso que, aún sin ser conscientes de ello, estaba ya amenazada de pérdida de imagen.

El estudiar tanto no nos privó, una vez superados los años selectivos, de relajar algo la intensidad, y poder asistir de vez en cuando a alguna fiesta del SEU, aceptar la invitación a algún guateque en la casa particular de padres con hijas casaderas y, en mi promoción, ir de viaje de fin de carrera a Polonia y Hungría, a visitar las minas de carbón de aquellos predios y desempolvarnos un poco el pelo de la dehesa.

Las asignaturas que cursamos en Madrid o en Oviedo eran las mismas, los libros y los apuntes, idénticos. Tuvimos incluso profesores comunes, pues entonces la vis atractiva de la capital era intensa, y cuando se convocaba una cátedra en Madrid, y el titular de la asignatura en Asturias conseguía la plaza, hubo cambios a medio curso. Tal fue el caso, por ejemplo, de José Luis Díez Fernández, Agustín Suárez, Antonio Lucena y algún otro.

Buena parte de lo que estudiamos no nos sirvió nunca para nada. Es parte del juego de la selección, de la necesidad de separar pruebas difíciles para prepararse para lo desconocido. Aprendimos cuestiones muy curiosas, entre las que suelo citar el análisis detallado de la emigración del ano en los equínidos, fundamental para saber si un fósil pertenecía al período ordovícico, al Cámbrico o al Silúrico.

Con veinte años, y aun estudiando, vivimos con pasión los movimientos estudiantiles de mayo del 68, las asambleas de largas peroratas y discusiones de procedimiento no siempre inteligibles, las votaciones a mano alzada, la persecución detrás o delante de los grises. Faltos de personal femenino en las aulas, se nos iban los ojos y los pies tras las chicas de filosofía, químicas o derecho. Nos afiliamos, para poder disfrutar de un lugar de encuentro y laboratorios de fotografía y futbolín, a la Acción Católica, al Sindicato Español Universitario y a lo que hiciera falta.

La entrada del marxismo leninismo en las Universidades no nos cogió con el paso cambiado, y leímos mucho a Marx, a Bakunin, a Gramsci, para poder discutir de tú a ti con las bellezas de otras Universidades, seducidas al parecer por los vientos de extremismos de salón.

Digo esto y aquí para reclamar que es falso si se cree que los estudiantes de minas de entonces hacíamos una vida aislada de la sociedad. De nuestra preocupación al margen de la técnica, pero relacionado con la formación integral del ser humano, dejo constancia de que muchos de nosotros tenemos dos carreras, y, desde luego, intensar aficiones al margen de la ingeniería. Cuando desde la revista Entiba nos preocupamos de presentar a compañeros que tienen dedicaciones al margen de la ingeniería, nos encontramos con músicos, excelentes billaristas, abogados, coleccionistas de arte, inversores, restauradores, escritores, enólogos…

Pero… ¡cómo ha cambiado casi todo! No, no nos creímos jamás la frase que circulaba entre malintencionados por la que creíamos ser superiores, y que, después de Dios, estaba el ingeniero. Vencimos muchas inercias, algunas solo por el paso del tiempo. Hicimos muchos ejercicios con reglas de cálculo de casi un metro, con precisiones de centésimas, porque había algún catedrático que opinaba que la regla de cálculo era el pañuelo del ingeniero. Nos levantábamos cuando entraba el profesor, que pasaba lista y si tenías más de tres o cuatro faltas sin justificación arriesgabas no poder presentarte al examen.

Nos suspendían y, a veces, la razón argumentada era la adquisición de madurez, un arcano que aún tengo sin resolver. Por ello, era normal repetir alguno de los primeros cursos y sacar un notable en una asignatura, resultaba cercano a un milagro.

Cuando terminé la carrera, el mundo comenzaba otra crisis. El presidente norteamericano Nixon decretó el abandono del patrón oro. La economía avanzaba hacia una recesión y, por supuesto, España también estaba en crisis. Un informe alertaba de que sobraban ingenieros en España, porque no había necesidad de tanta técnica. Varios compañeros de mi promoción y las siguientes tardaron meses en colocarse y muchos tuvieron que buscar empleo fuera de Asturias, y salirse de los sectores tradicionales para la ingeniería de minas; el carbón y la siderurgia.

En el 72, empezó a construirse Lemóniz y la industria nuclear española cobraba auge, lo que abrió excelentes perspectivas para quienes habían elegido la especialidad de energía y para bastantes otros, ya que el título que adquiríamos era común a todas las especialidades. Éramos, simple y orgullosamente, ingenieros de minas.

Los ingenieros de minas nos sentimos entonces, ingenieros industriales con el plus de la minería.

Esta versatilidad, ese buen fondo de preparación queda puesto de manifiesto en los currícula de los colegas que hoy se sientan aquí conmigo para recibir esta insignia. Hay, junto a especialistas en minería, y no solo del carbón, catedráticos de Universidad, gasistas responsables de obras subterráneas, directores de ingeniería y proyectos, técnicos en petróleo, en perforación, en organización de empresas, en biomedicina, en ambiente, en aguas. Algunos, se distinguieron y distinguen en el ejercicio libre de la profesión, otros, como empleados de élite, también hay entre nosotros, empresarios propiamente dichos.

A lo largo de los más de cuarenta años de ejercicio profesional, hemos sido supervivientes de varias crisis. Hemos visto en primera persona la superación de una dictadura y disfrutado de una democracia, al principio, ilusionada y esplendorosa y hoy, algo perjudicada y con aspecto más bien ajado.

Hemos votado en relación con la entrada en la OTAN, y, sobre todo, por una Constitución que ya dura 40 años y, en mi opinión, ha funcionado muy bien salvo en haber favorecido, en contra de sus principios de solidaridad y coherencia, como una trampa interna, las desigualdades autonómicas.

En contra de lo que puedan creer los jóvenes, incluso nuestros hijos, que parecen convencidos de que lo tienen más difícil, el camino no estuvo nunca fácil. Pero estábamos preparados sicológica y técnicamente para afrontar un mundo cambiante.
Y vaya si cambió.

Cuando entré a trabajar en Ensidesa, como ingeniero de investigación de operaciones, el director de Metalurgia, el ingeniero de Minas Luis Suárez Pazos, que era amigo de la familia, me dijo: “Angelín, no te voy a decir cómo tienes que trabajar, porque te conozco y se que lo harás bien. Pero te daré dos consejos: Ven a trabajar siempre con corbata y trata a los facultativos y peritos de Usted”.

No cumplí ninguno de esos dos consejos y, con el paso de los años, he llegado a comprender que tenían un serio fundamento. Las distancias, cuando no se reconocen de forma natural, hay que construirlas de manera forzada. El Papa lleva tiara. La corbata era un símbolo no de superioridad, sino que evidenciaba el tipo de trabajo que hacíamos o deberíamos hacer los ingenieros: tareas de planificación, de cálculo, de investigación, de gestión, para la que no necesitábamos llevar más que circunstancialmente el mono de trabajo.

Los peritos y facultativos, especie laboral desgraciadamente en extinción, eran el enlace eficiente, imprescindible, entre el ingeniero y los capataces y resto del personal. Tratarnos recíprocamente de usted era una forma de respeto mutuo, y una demostración del comportamiento que sería exigible al resto del personal. Era, también, una barrera de contención ante reivindicaciones sin fundamento y, debo reconocer en mi caso, en agradecimiento a magníficos facultativos con los que tuve el honor de trabajar, una manera discreta y eficiente de contar con un apoyo leal, experimentado y sabio, para corregir, desde el respeto, nuestros posibles errores de falta de práctica, admitiendo en nuestra formación básica más sólida, la manera de incrementar la eficiencia del grupo, en el objetivo común de ayudarnos a mejorar todos.

Hoy día todos quieren ser ingenieros, sin distinción. La administración, y hasta la Universidad, desconociendo la necesidad de las cualificaciones, regala denominaciones que crean desconcierto a la sociedad y a la empresa y generan falsas expectativas laborales y riesgos de seguridad.

Habría que recuperar, donde se halle perdido, la necesidad de ingenieros con estudios superiores y, al tiempo, confirmar la dignidad y la necesidad de ingenieros de grado medio, así como de buenos especialistas en formación profesional, sin regalar títulos ni falsificar las trayectorias curriculares.

Hemos vivido cambios sustanciales en el rol de la mujer, en la familia y en la sociedad. Desde los tiempos en la Escuela de Ingeniería en los que las mujeres eran vistas como rara avis, y en las que se argumentaba sin fundamento alguno, que su cerebro no estaba preparado para carreras técnicas, hemos recibido sin recelo la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, y podemos reconocer, con orgullo, que tenemos colegas femeninos de más que probada eficiencia, por no decir que, en la actualidad, se admite como natural que los mejores expedientes de las promociones de carreras técnicas sean copados por mujeres.

Esta insignia se nos concede también por estar colegiados. Los Colegios profesionales, y en concreto, los de ingeniería, están hoy en crisis, porque los visados, que era tradicionalmente la mayor partida de ingresos, han dejado de ser vistos como obligatorios. Pero la razón de ser de los Colegios profesionales y la del nuestro, en particular, no ha cambiado. Los Colegios sirven para defender la profesión y a los profesionales, para generar interrelación entre nosotros, para garantizar la honestidad y el buen hacer, que es lo que nos prestigia ante la sociedad.

Los mayores de setenta años, por decisión del Consejo Superior hace algunos años, no pagaremos la cuota colegial. Creo que es un error, si es visto como que quedamos desvinculados del Colegio y que éste no nos necesita. He propuesto, como Tesorero del Consejo, que se mejore la oferta de los Colegios, que se potencie la actividad colegial y que este impulso se consiga y fundamente al margen de los visados, es decir, con las cuotas colegiales.

Os invito a participar o a seguir participando activamente en la vida del Colegio, a contribuir a su dinamización y, si estáis jubilados, a dedicar parte de vuestro tiempo a ayudar a los más jóvenes, con vuestra experiencia, consejos, orientación y, tal vez, invirtiendo con ellos en proyectos de futuro.

En fin, estamos aquí recibiendo esta insignia, porque tenemos otro privilegio, que es el de seguir vivos. Quiero convocar aquí a aquellos compañeros que están fallecidos y que no pueden estar hoy con nosotros para compartir este momento de felicidad. Quiero dar las gracias por su comprensión, apoyo e inteligencia, a nuestras esposas, y quiero, en nombre de todos, agradecer a nuestros hijos el que sean dignos herederos de nuestra ilusión por hacer bien las cosas y pedirles que inculquen a nuestros nietos el deseo de mejorar, con el propio esfuerzo, el mundo en que vivirán.

Esta insignia es un reconocimiento, pero no es el final. Estamos orgullosos de haber aportado nuestro trabajo para contribuir a que nuestro entorno, la sociedad en que vivimos, sea un poco mejor, por haber conseguido crear actividad, riqueza y empleo y haber contribuido a ofrecer a la sociedad una imagen del ingeniero más próxima, más comprometida.

Quiero reivindicar, para terminar, a los ingenieros, Son necesarios, en este mundo ferozmente cambiante, interconectado, disfuncional, diverso, más que nunca. La distancia entre los peldaños más altos del conocimiento y las necesidades básicas del ser humano ha de ser cubierta con inteligencia, creatividad, esfuerzo personal.

Como ingenieros de minas, colegiados, vivos, y con setenta años, recogemos esta insignia como la manifestación de que tenemos, ojalá, mucha vida aún por delante para lucirla con orgullo, y como un reto para seguir aportando al Colegio y a la sociedad, lo que sabemos hacer bien, porque lo hemos venido haciendo desde los orígenes de nuestra existencia: trabajar con seriedad, con intensidad, con conocimiento.

En el día de nuestra Patrona, que Santa Bárbara sirva de testigo excepcional a este compromiso.

Muchas gracias por vuestra atención.

(4 de diciembre de 2018, día de Santa Bárbara
En el Acto de imposición de insignias a los colegas que han cumplido 70 años en 2018)

…..

El ave fotografiada es un andarríos chico (Actitis hipoleucus), habitante bastante común, según la estación, de los marjales, zonas inundadas y ciénagas. Se le distingue de otros andarríos por el tamaño, la entrada del pecho blanco hacia las alas (en forma de media luna) y el dorso moteado, más conspicuo en invierno. Se alimenta en pequeños grupos y es muy asustadizo, emprendiendo el vuelo a la menor aproximación con aleteos rápidos, trinando todos ellos con agudos chillidos.

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El Buscador de Metales (Cuento)

22 noviembre, 2018 By amarias 1 comentario

El buscador de metales

Se levantó muy temprano. Aún era de noche. Había esa claridad tenue, propia de los amaneceres de verano, en los que parece que la luna se resiste a abandonar el protagonismo, con su disco casi completamente perfilado presidiendo el firmamento, en solitario.

Se vistió rápidamente -zapatillas deportivas, pantalón encima del bañador y camiseta- y, renunciando de momento al desayuno (había guardado un trozo de pan del menú de la cena), dejó el apartamento, que tenía en alquiler desde el lunes por toda la semana.

La decisión de alquilar en ese lugar no había sido suya. Había sido de su mujer.

Abrió el coche (un BMW Serie 3 320d Drive Automatic) con el mando a distancia, arrancó, y salió a la carretera acelerando suavemente. Tal vez fue entonces cuando notó que la mañana venía fría, y lamentó no haber tenido la precaución de coger un jersey o algo de abrigo. El cristal delantero se empañó con el vaho. Encendió el aire acondicionado, que funcionó como calefacción. Había una diferencia de casi diez grados entre el exterior, a trece grados en ese momento.

Condujo varios kilómetros, sin cruzarse con nadie, persona ni vehículo, y aparcó casi el borde de la playa, en el lugar reservado a minusválidos. Se quitó el pantalón, que dejó en el asiento de atrás. Había previsto pasar allí las próximas dos o tres horas. ¿Qué iba a hacer, si no?

Hacía solo dos meses que había muerto Irene, y su recuerdo no solo estaba vívido, sino que se entremezclaba con la realidad, en un juego de confusión que a veces conseguía sobresaltarle. Por ejemplo, y podría ser valorado como una tontería, le parecía que, detrás de un árbol, en el cruce de un camino poco transitado, perfilándose entre las sombras, distinguía una silueta que bien podía ser la de su esposa, a punto de decirle algo.

¿Qué podría decirle? ¿Qué secreto, qué anécdota nunca referida tendría sentido ahora? Alucinaciones sin explicación, una demostración de que su temperamento, antes recio, flaqueaba.

Sacó del coche el aparato y los accesorios. Un detector de metales de alta precisión, profesional, con el mejor poder de discriminación del mercado, sumergible, con auriculares. Algo sucio en el aro de captación de señales, pero indiscutiblemente nuevo. Irene se lo había regalado por Reyes, fecha simbólica en la que tenían costumbre de intercambiarse un solo regalo con la condición de que fuera original y supusiera obligación de actividad. “Te servirá de distracción, te hará caminar. Es mejor que un perro y más barato de mantener”.

Había sido una compra cara, pensó, cuando le confesó el precio. Ella lo había encargado por internet y lo había guardado protegido de su vista durante varias semanas, con el apoyo de una de las cuidadoras. Qué importaba, ahora. Lo que parecía una nimiedad, un capricho sin objetivo verdadero, sin uso claro, se había convertido en un elemento de unión con la difunta, una referencia común.

Irene y él no habían tenido hijos, y, viudo, su vida por delante no tenía muchos alicientes.

El le había regalado un libro de autoayuda: Convivir con el cáncer. Y una silla de ruedas mejor que la que ya tenía, con motor incorporado. La tarjeta de minusválido que portaba en el coche era de ella. El apartamento, en un piso bajo, tenía accesibilidad por rampa.

Se echó al hombro la mochila con la pala, el pinpointer -un afinador-, y cogió las bolsas de plástico en las que pensaba guardar sus hallazgos. Habría sido mejor haberse vestido con las bermudas de bolsos, más cómodas para meter cachivaches y mantener separado lo que fuera encontrando. Anotó mentalmente que la próxima vez se vestiría, no importaba el lugar, de auténtico explorador.

Se proponía también recoger las latas, los clavos, ganchos y otros desperdicios de metal que descubriera en su paseo, pues no renunciaba a cumplir una función ecológica. Un servicio gratuito a la colectividad.

Buscaba monedas y objetos perdidos en la arena por los bañistas. La playa adonde le había conducido hoy su actividad era una de las más concurridas de la región, según le habían dicho. La tarde anterior había confirmado que se llenaba de gente, y que se concentraba, con la marea alta, en una franja larga y estrecha.

La luz se había hecho más intensa. Era el momento de la bajamar, y decenas de gaviotas se encontraban picoteando los pequeños moluscos y crustáceos que quedaban al descubierto sobre la arena. Había aves de varias generaciones de gaviota patiamarilla y las juveniles de primero y segundo año, se resistían, corajudas, cuando uno de sus congéneres adultos pretendía disputarles el alimento. Sus graznidos y chillidos resultaban desagradables a oídos humanos. Tal vez había algún gavión entre las aves, pero no se fijó.

Pablo, con mentalidad ingenieril, se proponía batir el espacio de playa que no había sido cubierto por la marea, sistemáticamente, siguiendo un reticulado ficticio. Pero no pudo resistirse a iniciar el paseo de detección justo en el borde de la arena, junto al muro. Confiaba en que donde la escalera se hundía en la playa, habría más opciones de encontrar alguna moneda, quizá una medalla.

Después, seguiría su recorrido por la zona paralela al muro, allí donde suponía que los bañistas más apresurados dejaban los efectos personales para entrar al agua, concentrando el riesgo de sufrir un olvido, o padecer cualquier descuido al retirar ropas y bolsas.

A lo lejos, en un extremo de la larga playa, descubrió, sin importarle ni poco ni mucho, a un hombre que se acercaba. Era un operario de la limpieza municipal, que manejaba sin con parsimonia un rastrillo de largos dientes y un recogedor. Pasaba el rascador sobre la arena, y acumulaba en una bolsa, que arrastraba, los residuos visibles de la playa. No había muchos, en verdad.

Pablo estaba distraído ante una señal que, por la experiencia adquirida, conseguía identificar como una moneda, y excavaba con una pequeña paleta de acero el hueco necesario para alcanzarla. Era más sencillo extraer estos hallazgos minúsculos de la arena que de tierra, pues la excavación resultaba cómoda, y el hueco se volvía a llenar de forma natural, y sin necesidad de apelmazar.

No se dio cuenta de que el operario se allegó a su altura, y tampoco que le observaba con curiosidad. Era un hombre gordo, vestido con un mono azul en el que se podía leer, serigrafiado en color amarillo naranja, “SERVICIO MUNICIPAL DE LIMPIEZA DE PLAYAS”. Advirtió un olor a orujo y a sudor, desagradable.

Por fin, el testigo rompió su silencio, poniéndosele casi encima:

-¿Qué? ¿Se encuentra mucho?

Pablo torció la vista sin dejar de excavar con la paleta, y, con la mano izquierda, del terruño de arena algo apelmazado que había dejado a la luz, liberó la moneda (dos euros), que guardó mecánicamente en una bolsita de la faltriquera.

-No, la verdad. Esperaba más de una playa tan concurrida, contestó.

-¡Qué me va a decir a mí, que la recorro todos los días de verano, limpiándola! En cinco años solo encontré un bañador y una radio que no funcionaba.

El operario no se iba. Su siguiente pregunta reveló que sabía más de lo que expresaba.

-¿Discrimina ese aparato?

-Sí -respondió con desgana el buscador-. Es uno de los mejores del mercado. Pero no creo que nadie venga a la playa con joyas. Por eso, solo busco monedas y, preferiblemente, de uno o dos euros. Como verá, también retiro latas y trozos de metal.

-Ah, sí, de eso tendrá bastante. La gente deja mucha suciedad enterrada. Yo solo trabajo la superficie.

Los graznidos de las gaviotas llenaban el espacio. Aparecieron algunos viandantes. Una chica que hacía footing, un hombre ya entrado en años que recorría la playa junto a la orilla del mar a paso de marcha, una pareja propietaria de un perro de lanas, cogidos ambos de la mano, mientras el animal vagaba a sus anchas.

Empezó a recorrer la playa a lo ancho, batiéndola sistemáticamente. Rechazaba la mayor parte de los sonidos que evidenciaban hojalata o hierro, aunque de vez en cuando se engañaba con un sonido que le parecía que ocultaba una moneda, y resultaba una vez puesto al descubierto, una argolla, un clavo, una anilla de una lata de cerveza o refresco.

No había sido una buena idea venir hasta aquella playa, aunque no tenía cosas mejores que hacer. Su difunta esposa había reservado una semana en aquella población del norte, que no conocían, pensando en disfrutar de una temperatura más relajada que los calores de Madrid.

El plan podía haberse frustrado definitivamente cuando Irene falleció, como consecuencia del cáncer que se le reprodujo de forma brutal y la llevó de forma fulminante al mundo de los que fueron. Estuvo unas semanas desorientado, entre el alivio de la tensión por una enfermedad que se había portado cruel pero efectiva, y el desconcierto que perder a la persona con la que había compartido casi todo en más de treinta años de casados.

Era un momento injusto, al fin y al cabo. El año pasado le habían echado de la empresa. Un despido improcedente, por supuesto.

El viernes a última hora de aquel día, un desconocido esbirro del director de personal se acercó al despacho, le saludó cortésmente, y le entregó la carta con el mensaje, firmada por el ausente: “Por tres faltas seguidas de puntualidad y la reiterada negligencia en cumplir sus cometidos, la dirección ha decidido, por grave indisciplina, su despido inmediato. Reconociendo, sin embargo, la improcedencia del despido, se le ofrece la compensación a que tiene derecho debido al tiempo trabajado, de veinticinco años y siete meses. Debe devolver su ordenador, aunque, si lo desea, puede mantener su número de móvil. A partir de este momento deberá abstenerse de utilizar cualquiera de los poderes que tiene concedidos”

Cuando llegó con la carta de despido y el rostro lívido, a casa, a Irene le entraron ganas de llorar. Quizá ella se dio cuenta mejor que él de lo que significaba aquello. Con cincuenta y tres años nunca encontraría trabajo otra vez. Se puso mucho peor. Pablo tenía la seguridad de que ese golpe bajo había acelerado el curso de su enfermedad.

Recogió otra moneda, ésta de un euro. La inversión en el buscador de metales no tenía el aspecto de haber sido rentable, al menos, hasta el momento. Había detectado que los mejores sitios para encontrar cosas eran aquellos donde la gente se retiraba para hacer sus necesidades. Los llamó los “caladeros”.

– ¡Señor, señor! ¿Me puede ayudar? -oyó que le decía una voz infantil.

Era un niño rubio de unos once o doce años, vestido con camiseta de tirantes y un bañador, al que acompañaba un perro de pelaje blanquinegro. Lo identificó como un border collie, un animal nervioso y que pasa por ser inteligente, que meneaba la cola en reconocimiento inmediato de simpatía.

-¿Qué quieres, muchacho? -contrapreguntó Pablo, levantándose. El collie se lanzó a escarbar en el hueco abierto, como si hubiera captado el mensaje de que se trataba de cavar más hondo.

-Mire -explicó el niño- Le he visto con el detector y pienso que tal vez con él pueda descubrir donde mi mamá perdió ayer un anillo de oro. Si viene conmigo, le indico el sitio.

Pablo accedió de buena gana, y con curiosidad. Siguió al joven hasta el sitio que le señaló (“Es más o menos por aquí. Estuvimos buscando durante un buen rato, pero parece que se lo tragó la arena.”)

Le cedió el aparato, ajustándole la empuñadura. “Busca tu mismo. Solo tienes que mover el detector de un lado a otro, y localizar cuando suena. Lo he puesto en modo oro”.

El niño movió el disco con excesiva brusquedad.

-No, házlo más despacio, y tienes que batir toda esa área donde crees que tu mamá perdió el anillo. Sin resquicios.

Fue una suerte, porque apenas unos minutos después, el aparato empezó a sonar. La señal electromagnética prometía. Cavaron y, en efecto, apareció el anillo. Pablo lo recogió y, mientras lo limpiaba de arena, acertó a ver un nombre y una fecha grabados en el interior: “Elena. 12.08.96”

– ¡Qué contenta se va a poner mamá! -gritó el niño.

El collie ladró, con un ladrido seco, único.

Dando apresuradamente las gracias, el pequeño se fue, corriendo, seguido por el perro, para perderse entre las casas del paseo marítimo.

La playa empezaba a llenarse de gente. Pablo recogió el equipo, lo metió en el coche, y, volviendo a la playa, se concedió un baño. El agua estaba fría. No había sido un gran ejercicio, ni la cosecha de monedas había sido buena. No necesitaba el dinero y aquello solo era un pasatiempo, una distracción que le enfrascaba durante algunas horas. Pude que hubiera alguien que lo considerara infantil, pero la vida tiene una gran dosis de juego de niños.

El baño resultó relajante. Le entró un apetito feroz, recordando que estaba en ayunas. Con el pantalón mojado, se acercó al chiringuito junto a la playa, que había abierto hacía poco, y pidió al camarero un café y un bollo. Cogió sin mucho interés un periódico local. Leyó los titulares, sin que ninguno consiguiera captar su atención para conocer más detalles. Accidente en la autopista bloquea el acceso al Norte durante tres horas. Seguimos sin verano verdadero. La reactivación económica se hace esperar. El Jefe de Estado inicia sus vacaciones familiares. El Inter busca delantero centro en España.

-Ese es el señor, mamá. -Oyó que decían a sus espaldas.

Era el niño de la playa, que venía acompañado de su madre. La mujer era delgada, alta, con una mirada dulce, que traslucía madurez e inteligencia. Llevaba un vestido ligero. Es muy atractiva, pensó Pablo, que se volvió con una sonrisa.

-Jorge me ha contado que le ayudó a buscar el anillo que perdí ayer y que lo encontró. Se lo agradezco muchísimo. -expresó la mujer, con un acento que se le antojó extranjero.

-Ha sido suerte -se excusó, humilde, Pablo. El chico me indicó el sitio con gran exactitud y, por fortuna, la arena no había sido muy removida. La zona estaba tan cerca de la línea de pleamar que, en poco tiempo, se hubiera ido mucho más hondo y entonces ya no sería fácil de detectar.

La mujer, sin reparar al parecer en que Pablo se encontraba en traje de baño y aún le goteaba, le estampó un beso en la mejilla.

-No tiene idea de lo que este anillo significa para mí.

Pablo esperaba una concreción, pero se produjo un silencio.

-Lo supongo, porque vi que tenía una fecha grabada en él. Imagino que es el recuerdo de su boda o un acontecimiento feliz. Ya ve que estoy desayunando. ¿Quiere Vd. tomar algo o tal vez el chico? Yo no tengo ninguna prisa.

-Tomaría un café descafeinado, pero, si no le importa, invitaré yo. Estoy muy agradecida.

Pablo no pudo contenerse más, y aventuró ser objetado de indiscreto.

– ¿Se llama Vd. Elena, que es el nombre que se leía en el anillo?

La mujer pidió el café antes de contestar, e invitó al chico a dar un paseo con el perro. El muchacho se resistió solo verbalmente (“Ya paseamos hoy bastante”), y se fue.

Ella puso la taza sobre una de las mesas vacías, y le pidió que se sentara, señalando la silla de enfrente a la que ocupó de inmediato.

-Me llamo Elena, es cierto, pero no soy yo la persona a la que está dedicado ese anillo. Y, como se habrá dado Vd. cuenta, el anillo no es solo de oro. Es de oro y diamantes. Ese anillo está hecho con las cenizas de mi suegra, que se llamaba como yo, y la fecha es la del día en que falleció. Después de incinerarla, se envió a una empresa suiza un kilo y medio de cenizas y al cabo de dos meses nos devolvieron dos anillos, cada uno con un diamante engarzado de ese azul tan bonito. Me queda algo grande, porque no está hecho a mi medida, sino a la de mi ex, su hijo. Por eso me lo pongo en el dedo gordo del pie.

Levantó el pie izquierdo para que pudiera admirarlo. Era un pie pequeño y hermoso. El anillo lucía, con su piedra enigmática, en su dedo grueso.

– ¡Ah! -solo acertó a decir Pablo.

Y luego:

-Supongo que hay poderosas razones de afecto y solidaridad para llevar el anillo hecho con cenizas de la madre de la persona de la que Vd. se ha separado y que, por lo que me cuenta, ha sido, además, el poseedor y destinatario de esa joya tan peculiar.

-En efecto, -ratificó Elena- hay poderosas razones, aunque no son fáciles de explicar, ni las he comentado con nadie. Pero Vd. ha rescatado ese anillo cuando lo creía perdido para siempre y le siento acreedor a conocer algún detalle de la historia que lo rodea.

Pablo pidió otro café, y se lamentó de hallarse en traje de baño, sintiéndolo impropio para una confesión que se vislumbraba solemne.

La mujer dejaba enfriar el suyo sobre la mesa, sin haber probado un sorbo.

-Mi exsuegra, la Elena del anillo, era una mujer singular. Tenía poderes especiales. Era, en realidad, una visionaria, capaz de predecir el futuro e, incluso, de hablar con los muertos, pues estaba en contacto permanente con su esposo, fallecido hacía años.

Pablo trataba de escabullirse mentalmente. Miró detenidamente a la mujer y no advirtió asomo de falsedad, mentira o tomadura de pelo en su rostro, aunque el relato empezaba a parecerle pura fantasía.

-Cuando falleció en la fecha que figura en el anillo, hicimos con sus cenizas dos diamantes y los engarzamos en anillos. No fue un capricho nuestro, sino el cumplimiento de su deseo expreso. Quería estar con nosotros de esa manera. Uno, el que ahora tengo en mi poder, se lo quedó mi esposo, del que me divorcié hace tres años. El otro, hecho a mi medida, lo tenía yo, y lo guardaba como lo que es, una joya que refleja, al mismo tiempo, presencia, afecto y valor.

-Ya me está Vd. intrigando. ¿Cómo fue que intercambiaron los anillos?

-No nos los cambiamos. El anillo a mi medida yo no me lo ponía, porque me cansé de dar explicaciones, pero lo guardaba en una cajita. Le tenía devoción. Cuando necesitaba algún tipo de ayuda o me veía en una necesidad, le pedía a mi suegra su intervención, y, lo crea o no, lo conseguía todo. Era un talismán.

La mujer prosiguió.

-Un día, al abrir la cajita, descubrí que el anillo no estaba allí. Le pregunté a mi marido y me dijo que lo habría perdido, que quizá lo había guardado en otro sitio. Pero no podía ser así, porque yo nunca había sacado el anillo de la caja.

Tomó un respiro.

-Para no hacer la historia muy larga, le contaré que, unas semanas después de la desaparición del anillo, me encuentro con que mi mejor amiga, Luisa, lleva en su dedo índice ese anillo. El brillo de la piedra es inconfundible. La talla es espléndida. Ese azul y ese fulgor no existen en la naturaleza.  Lo detecté sin error alguno.

La llamada Elena torció el gesto.

-Mi amiga se estaba entendiendo con mi marido y, el muy cretino, en un arranque de ingenuidad mezclada con desfachatez, había retirado mi anillo de la cajita en donde lo guardaba y se lo había regalado a su amante.

La historia parecía a punto de terminar.

-No perdoné la traición y pedí la separación. El divorcio no fue sencillo, porque teníamos un hijo. Miguel tenia entonces nueve años, y había un fuerte patrimonio en gananciales. Los abogados hicieron su agosto. Mi ex defendió que los dos anillos formaban parte de su herencia, porque eran cenizas de su madre. Pero el juez le condenó a restituirme el anillo. Como su novia, de la que se separó rápido, había desaparecido entretanto, llena de vergüenza, supongo, con el anillo y quién sabe qué otras cosas, se me adjudicó éste.

Pablo miró a la mujer y la encontró, en su aparente simplicidad, coherente y, desde luego, atractiva. Por un momento, acarició la idea de quedarse más tiempo y ser más interactivo, pero el bañador húmedo le estaba molestando. No quería sufrir un resfriado. Además, el niño entró con el perro, pidiendo un refresco.

Se levantó, pues.

-Me disculpa, pero me estoy sintiendo incómodo con el bañador mojado, y no estoy acostumbrado a este ambiente frío.

-Oh, si quiere, le puedo ofrecer mi casa para que pueda secarse y cambiarse. Está aquí cerca.

No era eso.

-No, no. Me ha dado Vd. una prueba magnífica de sinceridad y confianza, que no se si merezco. Le agradezco su relato que, no por insólito, deja de parecerme apasionante. Me gustaría haber estado vestido de una forma más adecuada a su altura dramática.

La mujer le miró con aquellos ojos melancólicos que tanto parecían decir. Calmó a su hijo, indicándole que pidiese en la barra lo que quisiera.

-Pero mi historia no termina ahí, al contrario. Puede decirse que empieza. Porque, cuando me encontré propietaria del anillo que perteneció a mi ex y que contenía la esencia corporal de su madre que, como le dije, era algo bruja, sucedió que…

Pablo se levantó sin aparentar la menor contrariedad, pero demostrando decisión.

-Mire, le propongo que me siga contando su relato en otro momento. Voy a estar aquí varios días. Le sugiero que nos veamos otro día, a la hora del almuerzo, o de la cena, si le conviene mejor. Puedo pasar a recogerles a Vd. y al niño. Tendré mucho gusto en invitarles a un restaurante de los alrededores. Me ilustraré de cuál es el mejor.

-Se lo agradezco mucho -verbalizó la mujer-. Por el niño. Y por mí claro. En este pueblo tan pequeño no hay muchas posibilidades de la menor distracción para una mujer divorciada y su hijo, que, además, están viviendo en la casa que perteneció a la familia de su ex. Todo el mundo nos conoce.

-Este es mi número de móvil -escribió ella, en una servilleta de papel.

El garabateó varios números en otra servilleta, equivocándose adrede en una cifra, y se lo entregó.

Se despidieron con un apretón de manos, muy efusivo, incluso pareció que ella hizo ademán de besarlo otra vez. Pablo se dirigió al coche, se quitó el pantaloncito de baño mojado desde el asiento de atrás del vehículo, se enfundó los pantalones secos, arrancó y, cuando ya llevaba conducido un buen trecho, arrugó la servilleta en la que ella había escrito su número de móvil y lo arrojó a la carretera abriendo un poco la ventanilla.

No tenía intención de volver.

FIN

—

Nota

Presenté este Cuento, bajo el Lema Bonasa Bonasia (el nombre científico del grévol, cuya foto ilustra esta entrada) al XI Concurso de Escritores Ingenieros de Minas. Obtuvo Mención de Honor, diploma que recogí el 20 de noviembre de 2018 en la Ceremonia organizada por el Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste de España.

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Cómico o ridículo (14)

17 febrero, 2017 By amarias Dejar un comentario

A lo largo de la vida, son muchas las personas a las que perdemos de vista. No precisamente porque hayan fallecido (que, por supuesto, crecen en número a medida que nosotros vamos cumpliendo años de supervivencia), sino, simplemente, porque desaparecen de nuestro entorno: compañeros de estudio, de la milicia, del master, de alguno de los trabajos o tareas que hemos ido acometiendo. Incluso, familiares más o menos próximos a los que vimos en no se que boda, funeral o bautizo y de los que dudaríamos, si nos los encontramos casualmente por la calle, si son presentadoras de televisión, jugadores de fútbol o el primo segundo ése que se fue a hacer el Erasmus a Eslovenia.

Como expatriado regular de mi región favorita, Asturias, cuando vuelvo de cuando en vez a la tierrina, no puedo menos de sorprenderme con las reacciones que recojo, sobre todo en Oviedo, si me cruzo con alguno de esos antiguos colegas de lo que sea, a los que, a lo mejor, no he visto en treinta años, y su reacción, supongo que después de las inevitables dudas respecto a la identificación -recíprocas, en general- es, exteriorizar, simplemente: “¡Hasta luego!”. Es decir, en traducción ramplona, “Hasta dentro de treinta años”. A mi estas formas de abreviar tajantemente un posible intercambio de breves noticias personales, siempre me ha intrigado: “¿Sabrá Fulano más de mi vida que yo mismo para despacharme, al cabo de tanto tiempo, con tan breve saludo?

Entre los personajes más curiosos que reaparecen en nuestras vidas, seguro que están, por el contrario, aquellos que, habiéndoles perdido la pista durante décadas, reaparecen de repente, con una llamada telefónica: “¡Hola, Angel! ¿Qué tal te va? Resulta que estaba repasando la lista de compis del colegio de segundo grado de Primaria” -es un ejemplo ficticio- ” Y me pregunté, ¿qué será de Angel? Así que llamé a todos los que encontré con tu nombre en la guía telefónica de Madrid, hasta que di contigo. ¿Te acuerdas del Hermano Jesús, el que nos daba Historia Sagrada?”

No, no nos acordamos. No existía ningún Hermano Jesús en nuestra vida, y el segundo grado de Primaria lo hicimos en Albacete. Me ha sucedido esto cuatro o cinco veces en mi vida. La secuencia y final de estas situaciones, es siempre la misma: después de varios días de fastidiosas llamadas, con tendencia a concentrarlas en horas intempestivas, con el objetivo desplegado con rapidez de contarnos su vida, pedirnos dinero o, también, llenar las horas de aburrimiento, desaparecen como han llegado.

He cambiado muchas veces de lugar de trabajo, dentro y fuera de España, y conocido a miles de personas. De muchas de ellas -digamos, unas cinco mil- guardaba tarjetas de visita de aquellos con los que me había cruzado, hasta que mi diligente cuidadora de inutilidades, hizo desaparecer todas para siempre, salvo el par de decenas que corresponden a las personas con las que mantengo actualmente contacto y siguen utilizando ese obsoleto medio de ratificar la posición y existencia, aún usada por comerciales y detentadores de puestos de la Administración pública, que son las tarjetas de visita.

La variedad de puestos de trabajo me ha permitido disfrutar o padecer de una amplia relación de despachos, sillas y sillones, mesas y mesitas que fueron los elementos de mobiliario que fueron puestos a mi disposición. El más cutre, con distancia, fue una mesa sin desbastar, llena de agujeros y manchas de grasa, que podría haber estado con anterioridad destinada a ménsula de despiece en una carnicería, y que fue el sitio de apoyo que compartí con mi querido colega César en una subestación de Ensidesa, en donde estaba instalado el departamento de Investigación Operativa, que dirigía por entonces Julio Figueras. El más snob, la mesa aerodinámica que me enjaretaron en Düsseldorf, con sillas de querencia de cuero, que se prolongaba un par de metros más allá con una de reuniones con diseño italiano, de mármol, y que se completaba con un par de cuadros en fibra de amianto de un afamado artista que, quiero creer, no falleció de asbestosis.

Jamás he modificado el despacho que me legaron mis antecesores en el puesto. No es esa virtud, seguramente, sino pereza y, por supuesto, una seria tendencia a no despilfarrar dineros. Pero sí he podido contrastar, con reiterada persistencia, que lo que suelen hacer, como primera medida, la inmensa mayoría de quienes se hacen cargo de un puesto o puestecillo en el que tienen disposición sobre una partida presupuestaria para reformas, es cambiar los muebles del despacho, ponerse en el habitáculo un servicio, y ampliar los metros cuadrados tomando sitio del destinada a secretarias o sala de reuniones, incorporándola al recinto propio. Eso sí, lo que también es objetivo, si la cartografía lo permite, es la puerta alternativa para escapar de las visitas molestas o disfrutar de unas horas de asueto autoconcedidas.


El pequeño carbonero garrapinos (Parus ater) se protege, entre el comedero y el tronco del árbol en donde este se ha colgado, del ataque de los gorriones (passer domesticus) que tienen un tamaño notablemente mayor. Los 11,5 cm de envergadura del diminuto párido frente a los 14,5 o 15 cm de los machos de la familia de los Ploceidae (Gorriones).

Doy fe que el carbonero es obstinado. Tan pronto los gorriones -u otras aves que acuden a la llamada del alpiste- abandonan su sitial, vuelve la pareja de páridos -indistinguibles para mi los géneros, aunque no la especie, que tiene la coronilla negra con una mancha blanca en la nuca- a picotear el alimento; eso sí, siempre por el lado en el que los gorriones no pueden acceder.

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Tortura y muerte de los Colegios profesionales

16 diciembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Si cabe calificar de alguna forma la actual situación vivida por las Juntas de Gobierno de los Colegios profesionales sería la de desaliento. En especial, para aquellos Colegios que basaban sus ingresos en la obligación de la colegiación y en los visados de proyectos (los de arquitectura e ingeniería, en particular), el momento no puede ser más crítico.

A la situación de incertidumbre se añaden los continuos aplazamientos de la aprobación de la Ley de Servicios Profesionales. Desde hace ya más de un año, se hace circular, provenientes de organismos nunca identificados plenamente, borradores de esa Ley que daría la puntilla a los Colegios, al reducir a carácter testimonial los proyectos que deben ser visados, proclamar la colegiación voluntaria y obligar a que los cobros por los servicios sean ajustados al coste de los mismos. Tanta información contradictoria ha provocado, como es natural, la desorientación y el desánimo, al comprenderse desde los órganos rectores de los Colegios que no se está atendiendo, en absoluto, a sus observaciones.

Porque los Colegios desearían que la situación anterior se mantuviera y, eso sí, estarían dispuestos a hacer la declaración de un firme propósito de enmienda. Más transparencia, más servicios a los colegiados y más conexión con la ciudadanía en general. Por supuesto, también defienden que son un instrumento de la sociedad civil, que cumplen una función de control deontológico y que, en el caso de los proyectos, el visado implica una garantía, que podría mejorarse, desde luego, de la identidad del firmante, la cobertura de sus responsabilidades y, en una medida no bien concretada, de la calidad del proyecto.

Con el hacha del verdugo administrativo bien afilada, la amenaza del problema se ha convertido en real, sin necesidad de que se ejecute ninguna sentencia. La realidad es que las colegiaciones han disminuido en casi todos los Colegios profesionales, las bajas son un goteo incesante y los, en general, vetustos y nobles edificios en los que desarrollaban sus actividades se van cubriendo de un cierto polvo, mezcla de apatía, falta de ideas, y obsolescencia de sus actuales dirigentes.

Claro que hay excepciones. Pero son pocas, y las que hay, no por ello dejan de estar amenazadas. La supervivencia de los Colegios pasa por un profundo análisis de sus objetivos, una revisión de su oferta y la incorporación masiva de jóvenes que enderecen un rumbo que, con Ley o sin ella, está anquilosado por la artrosis de un bienestar que no estaba fundado en el servicio concreto que estaban prestando a los colegiados y a la sociedad, sino en unos ingresos garantizados por la colegiación de profesionales que, en muchos casos, no sabían para qué les servía el Colegio, ni habían pisado su sede jamás.

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Sobra energía, falta fuerza (y 8)

25 noviembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

(Termino con este Comentario la reseña informal del Congreso sobre la Energía como recurso económico celebrado en Sevilla en noviembre de 2013)

Jiménez Beltrán, en su intervención, se refirió a la divergencia de precios de gas natural en Estados Unidos respecto a Europa (5 veces superior) o Asia (8 veces). Desigualdades como ésta afectan sustancialmente a las posibilidades de acceso a la energía; estimó en 2.600 millones de personas el número de las que no tienen en sus casas cocina o calefacción.

Para Jiménez Beltrán, la estrategia de un país que depende de las importaciones, a la hora de planificar sus fuentes energéticas, debería orientarse con preferencia “a firmar contratos con países pequeños, con poca población”: es mejor contar como suministrador con países como Qatar o Noruega que Irán o Inglaterra, que tienen problemas para autoabastecerse (“no dan abasto”, fue su concreta dicción).

El territorio español está “perforado pero no explorado”. La previsión técnica es que, para que una cuenca se considere explorada, deben haberse realizado 5 sondeos por cada 1.000 km2; en España (con más de 500.000 km2) se habrán perforado unos 600 pozos, lo que da idea del escaso conocimiento del subsuelo profundo. (Ramón Romero ha realizado el gráfico de la proporción relativa de sondeos en España). “No hemos hecho los deberes en los hidrocarburos convencionales”

Jiménez Beltrán puso de manifiesto que el consumo actual de gas natural en el mundo se encuentra en el entorno de 70/75 Mill barriles equivalentes/día (1 barril igual a 165 l)

¿Dónde perforar preferentemente?. El conferenciante recordó que “si hay petróleo en un yacimiento es porque hay roca madre”, y el shale gas aparecerá también donde hay o ha habido petróleo. Los países del Middle East no participan en la corriente actual que vuelca su interés sobre este recurso, porque tienen aún importantes reservas de petróleo.

Desde los años sesenta del pasado siglo se está perforando en Andalucía, habiéndose descubierto los primeros yacimientos de gas en los ochenta: “son porosos y permeables, por lo que no se necesita fracturación hidráulica. Solo se recupera un 15 a un 20% del gas, salvo en el de Casablanca, de tipo water drying, en el que se alcanza el 60%.”

La producción española es mínima: “lo que producimos de gas nos lo consumimos en un día; y el petróleo que extraemos, con dos. Solo 240 millones de barriles se han producido desde el origen, fundamentalmente en Casablanca. La factura en hidrocarburos es similar a la de ingresos por turismo (un 4,5% del pib)”

Las propuestas de Jiménez Beltrán se acumularon al final de su intervención: “El potencial mayor lo tiene España en Canarias, con 1.900 mill de barriles. Pero a los que quieren invertir, en este país les ponemos piedras en el camino: Repsol lleva diez años en discusiones para que le dejen perforar”. “La formación de los funcionarios debe atenderse: conocen la minería, pero no el sector de hidrocarburos. ¿Por qué no hacer como en Inglaterra, en donde se ha creado la figura de civil server, con 2 años de intercambio con las empresas privadas, en donde se forman” “Pongámonos las pilas. Mientras aquí nos demoramos en las decisiones, Marruecos está haciendo perforaciones cerca de Canarias”

Soy perfectamente consciente que dejo sin comentar ponencias que fueron tanto o más interesantes que las expuestas. Las glosaré otro día. Pero me reclaman otras tareas.

FIN

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La gente del fracking

18 marzo, 2013 By amarias2013 2 comentarios

¿Habremus fracking?. Las señales del Consejo de Ministros del 15 de marzo de 2013, parecen indicar que sí, y en corto plazo. El gobierno ha autorizado con plausible celeridad la tramitación de un proyecto de Ley en el que se contempla un apartado relativo al control ambiental de las técnicas de extracción de gas no convencional mediante fracturación hidráulica.

Han sido tantos los comentarios dedicados en los últimos meses en todos los medios de confusión a este procedimiento para aprovechar un recurso energético que era, hasta entonces,  absolutamente desconocido salvo para contados investigadores y especialistas , que seguramente habrá pocos españoles que carezcan hoy de opinión al respecto. Por supuesto, negativa; y añado: obviamente, nacida sin preocuparse por su fundamentación técnica.

Como en tantas otras cuestiones, en lugar de un debate técnico-económico, ponderado, del que resultase una conclusión que se basara en atención a necesidades, costes de oportunidad o estrategias, se ha formado un guirigay, en el que, como suele decirse, “el que más chifle, capador”.

Por ello, estamos sometidos a ráfagas de versiones viscerales, emocionales, intuitivas, nacidas del principio de más sencillo sostenimiento: todo lo que no se entiende, es malo, contamina, es seguramente peligroso y, además, previsiblemente, oculta intereses de unos pocos aprovechados.

Y, como un tema que ocupa la atención de la calle es, por definición, cuestión política, el pronunciamiento al respecto supone asignar banderas a diestra y siniestra.

Si el Partido Popular apoya el fracking, el Partido Socialista tiene que negarlo, o, al menos, dejar avisos de sospecha. El País del 17 de marzo de 2013, confronta, al menos visualmente, dos artículos de “Análisis”, uno de ellos titulado “¿Una nueva burbuja?” firmado por Teresa Ribera, ex-secretaria de estado de Cambio Climático en el último Gobierno de Zapatero, y ahora, directora de desarrollo estratégico de Isofotón, empresa de energía solar.

La cuestión del fracking es un reducto adecuado para ejercer la afición generalizada por pontificar acerca de lo ignoto, convirtiendo la ignorancia propia en amplificador consciente de los argumentos esgrimidos por otros.

Y, gracias a internet, no hay problema alguno en alimentar cualquier opción con citas abundantes, porque, sabido es que en toda ceremonia se puede expresar alguna discrepancia, ya que nada de lo humano deja de tener el color con que se mire, y el anonimato de la red permite inventarse un nombre, una opinión, expresar tanto una verdad como una tontería, y lanzarla a recorrer el mundo de la estulticia colectiva.

Hay ya, en efecto, en torno al fracking, una amplia referencia literaria muy conveniente para alarmar, sobre todo al que no sabe, sobre las consecuencias ambientales de la implantación del fracking en España, abordando la cuestión desde la vertiente más populachera, que es también la genuinamente ecologista, aquella que a todos nos gustaría abordar si viviéramos solos en el mundo y el coste de disfrutarlo fuera nulo.

Siendo lo ecológico de car, por propia naturaleza, muy amable, no faltan, por supuesto, expertos más o menos ocasionales, que esgrimen títulos universitarios que suenan a saber de la cosa y que les permiten, aupados en ellos y en selectiva información ajena, incorporar conocimientos prestados como si fueran fruto de la experiencia propia.

Diagnóstico precoz: el fracking es peligroso, porque existe riesgo de filtraciones de metano y contaminación química de los acuíferos, puede provocar el aumento de los riesgos sísmicos, y supone el despilfarro de un recurso escaso como es el agua. Y, además, ya se puede uno imaginar, existen intereses económicos oscuros, lobbies que presionan a los que generan leyes, gentes del fracking, en suma. que andan moviéndose por los despachos para sacar tajadas y llevárselas a sus rincones apartados para comérselas.

El Consejo Superior de Ingenieros de Minas, con indiscutible sentido de la oportunidad. pero una sorprendente voluntad de constituirse en este caso en paladín de esta causa (cuando son contadas las veces que ha salido a la palestra para defender cualquier otro tema) , ha aparecido públicamente como defensor de una técnica aún no experimentada en España.

No es exactamente así, pero así suena. Lo que sucede en realidad es que este venerable sanedrín ha costeado y, por tanto, incorporado su nombre como Editor, la publicación de los artículos, resúmenes y conclusiones nacidos de la jornada sobre el fracking que tuvo lugar en el último CONAMA (2012) , y en eñ que participaron algunos de los pocos técnicos españoles que han tenido relación con esta técnica o, más propiamente, con su hermana mayor, la prospección petrolifera profunda.

El libro se presentó a la opinión pública el 11 de marzo de 2013 y se comprende que la coincidencia de fechas con el anuncio de la tramitación del proyecto de Ley haya vinculado ambas actuaciones, lo que no era, en realidad, más que casualidad.

Desde mis modestos conocimientos sobre el tema, solo puedo decir que ahí, en ese documento de 150 páginas, no se debe pretender encontrar las respuestas.

Hay -junto a una presentación general de la cuestión-, eso sí, propuestas razonadas de selección de lugares más convenientes para prospección, exposición elegante y somera de las formas de explotación del gas de esquisto, extrapolación de resultados de prospecciones singulares ya realizadas o de las posibilidades derivables de los mapas geológicos de ciertas zonas y, en fin, sugerencias sensatas y prudentes sobre lo que debería hacerse para aprovechar ese recurso en España.

Son, pues hipótesis y propuestas surgidas de estudios teóricos, experiencias de campo y similitudes con otros casos, realizadas por gente que sabe o tiene por qué saber de lo que está hablando, y a los que guía el propósito de exponer públicamente una posibilidad atractiva de  aprovechamiento de un recurso hasta ahora inutilizado.

El informe ha sido coordinado por dos catedráticos, respectivamente, de las Escuelas de Madrid (Angel Cámara) y Oviedo (Fernando Pendás) y en él han participado más de una decena de ingenieros de minas. Puede encontrarse en esta dirección de internet; http://www.ingenierosdeminas.org/documentos/130312_informe_gas.pdf.

No estamos, por tanto, al final del camino del fracking, sino al principio. Y cuanto menos emocional sea el debate y más técnico y fundamentado, mejor. Sin pretender, sin embargo, que el fracking no tenga sus puntos oscuros, ni admitir como axioma que todos los ingenieros de minas estemos de acuerdo con las bondades de esa técnica o que suscribamos de pé a pá el informe de Pendás, Cámara y compañía.

Pero lo que no deberíamos admitir es que la postura mejor sea sentarse a la puerta de la inmovilidad viendo a los demás pasar con sus oportunidades aprovechadas. Y ese es el positivo mensaje que he encontrado en ese libro virtual que se titula, modestamente: “.El gas no convencional. Una oportunidad de futuro”.

Mensaje que sigo, con la total convicción de que merece la pena explorar sus posibilidades y de que quienes lo emiten, son honestos y serios al plantearlo como una opción muy válida.

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Cuadro comentado: Reparto de droga en el recreo

8 febrero, 2013 By amarias2013 1 comentario

jovenesderecreoalapuertadeuncolegio

Pinté este Cuadro a partir de un apunte a lápiz realizado en 2005. Una ciudad, un colegio, el momento del recreo. Yo estaba disfrutando de mi imprescindible café de media mañana, único cliente en aquel momento en la terraza de un bar, situado justo enfrente de la puerta principal del centro de estudios.

Deliberadamente, preferí que las imágenes aparecieran confusas, los colores irreales, la escena prácticamente indescifrable. Era la traslación de lo que yo estaba sintiendo, mientras observaba. Cuando conseguí desentrañar lo que provocaba aquella aglomeración de adolescentes a la entrada del lugar en donde recibían las enseñanzas que deberían servirles para forjar su madurez, me invadió la tristeza.

Porque en el centro del grupo, otro joven distribuía paquetitos por los que recibía de los demás cantidades de dinero. Aunque la calle era céntrica y la hora nada intempestiva, no se ocultaban. Tampoco formaban algarabía, ni guardaban cola. No había entusiasmo, más bien métido. Por las evidencias, era algo que se realizaba allí a menudo. Quizá todos los días.

Hice un dibujo rápido y lo titulé: “Reparto de droga a la entrada de un colegio“.

Cuando, meses más tarde, trasladé a una tabla, con colores acrílicos, aquel apunte, respeté las tonalidades del lápiz, la imperfección de las siluetas, el amasijo de tonos. Me resultaba todavía increíble lo que había visto.

No estaba escandalizado. Solo desilusionado. Desde lo que pretendí reflejar en la pareja de cuadros “Adolescentes preparándose para correr” (1) a esta imagen, había una larga distancia, un recorrido que me llevaba por paisajes sinuosos.

En la Exposición que en agosto de 2008. la casualidad me dió oportunidad de celebrar en Oviedo, en lo que era entonces la sala de Exposiciones del BBVA, colgué también el cuadro, que figuró entre los que más gustaron. Las interpretaciones que los visitantes hacían de lo que veían eran múltiples, antes de leer el título del Cuadro. Hoy creo que, haciendo abstracción, está representado en él cualquier tipo de reparto: comisiones, dádivas, prebendas, droga, verdades, mentiras,…

Lo regalé al clausurarla, sin remordimiento ni lástima. Quité, eso sí, la pegatina con el título original, dejando al Cuadro ayuno de intención. Conservo de él esta fotografía, además del apunte original.

Algún día volveré a merodear por el Colegio, a ver qué pasa. Y la persona a la que se lo regalé, ¿qué habrá hecho con el Cuadro? ¿Lo conservará? ¿Le dará valor? ¿Qué explicación se habrá hecho de lo que representa?

—

(1) Este Comentario enlaza con la serie “Cuadros comentados” que tengo publicados en el Blog de Angel Arias. Bajo la sección “Dibujos”, el que el lector curioso puede encontrar el relato de porqué elegí los motivos de unos cuarenta dibujos y pinturas de mi producción y, en la mayor parte de los casos, la técnica utilizada

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