Al socaire

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Adónde vamos a parar

26 febrero, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

No lo planteo como pregunta -faltan los signos de interrogación en el título- aunque tampoco me jactaría de mantenerlo como respuesta. “Adónde vamos a parar” debe ser entendido entre señales de admiración, o más apropiadamente, de asombro y hasta menosprecio.

Me imagino que hacer de relator (con título o no en las Universidades de Ciencias de la Información, antes Periodismo) de lo que está pasando, con la cantidad de material disponible, debe ser una gozada. Cada tarde basta seleccionar cualquiera de las cerezas enmerdadas que la actualidad nos ha tirado en el cesto de la basura social, y los artículos glosando el suceso elegido, e incluso extrayendo posibles consecuencias a diestro y siniestro y rasgando algunas vestiduras para que se vean los trozos de carne ensangrentada, son cosa hecha. Como coser y cantar, pan con queso, miel sobre hojuelas.

Menos -o ninguna- atención merece la cuestión del posible final a todo esto. A la escala que nos importa más, que es la nacional, los que más presencia tienen en las calles señalan, camuflados entre la multitud absorta, dos puertas de salida: la República (no se bien dónde se tejen las banderas tricolores, pero debe ser negocio, porque cada día hay más, y doy por seguro que no van a faltar ni en la Feria de abril en Sevilla ni en las procesiones de Semana Santa, si este año no llueve) y la dimisión del gobierno del Partido Popular, enfangado en su incompetencia, no ya para dar la remontada al país (lo que se disculparía, dada la dificultad de la encomienda y la endeblez de los mimbres), sino en explicar con algo más que con balbuceos, desplantes y tonterías, las torpezas y pecados que se le van descubriendo a tropel en su trastienda ideológica, donde guardaban el pendón.

Puertas de salida no hay muchas, es cierto, y por ello, no faltan quienes se empeñan en estrellarse contra las paredes, dándose trompazos que les aturden la cabeza. Una pared muy sólida (para romperse en ella las narices) es la de acusar a los responsables del partido teóricamente contrario (ya no sé en qué) en haberlo hecho, hacerlo,y propornerse hacerlo muy mal, intenten lo que intenten. Pues allí van, una y otra vez, en soledad o en grupúsculos de amigos, los que comen y beben de la política, dando juego a los cómicos que han vuelto a salir de sus casitas y disfrutan imitándolos, porque dan risa con solo hacer lo mismo, pero en serio.

Aunque oficialmente (y en la práctica) España ha dejado de ser católica, se me ocurre que podíamos mirar a Roma para encontrar un posible modelo que nos ilumine sobre lo que convendría hacer en caso tan extremo. No me refiero a las elecciones generales italianas que han tenido lugar en estos días (y que ya ni siquiera nos sirven de referencia, pues estamos tan próximos en el codo a codo por llegar primeros al esperpento, que haría falta el fotofinish para dilucidar qué sociedad está más desencajada, si ellos o nosotros).

Me refiero al Vaticano y al procedimiento de elección de Papa.

La Iglesia católica, el mejor mecanismo ideado por el hombre (solo o en compañía de Dios) para combinar los negocios del espítritu y de la carne, ha ideado que los cardenales, cuando deben elegir sucesor al Papa difunto o dimitido, se reunirán en Cónclave y no saldrán del recinto vaticano hasta que no se pongan de acuerdo en quién ocupará la sede vacante.

La fórmula me parece excelente. Encerremos a los que plantean discrepancias sobre una medida y, hasta que no se pongan de acuerdo en lo que hay que hacer, que no salgan.

Así, al menos, no tendremos tanto ruido los que, sencillamente, deseamos trabajar tranquilos.

Archivado en:Religión, Sociedad Etiquetado con:adonde vamos a parar, bandera republicana, Cónclave, dimisión, elecciones, gobierno, Italia, Papa, Partido Popular, procesiones de semana santa, puertas, reproche generalizado, Vaticano

Bring on the empty horses

3 febrero, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

“Traigan los caballos vacíos” es el título enigmático que David Niven dió a uno de sus trabajos literarios. No creo que los jóvenes recuerden a ese magnífico actor secundario de Los cañones de Navarone, una película de las llamadas de guerra con las que los adolescentes de lo que se llamó la España imperial fuimos educados en la admiración a lo norteamericano, (sus hazañas inventadas, sus héroes honorables y actrices, casi todas, extranjeras, que aparecían fugazmente en la pantalla para besarse con tres o cuatro tipos guapetones, hasta que se decidían por el personaje que interpretaba quien tenía las letras más grandes en los títulos de crédito).

De aquella película, se me ha quedado incrustada entre las imágenes memorables de mi vida la espalda desnuda de Gia Scala, recién descubierta como espía. Ese debía ser el motivo -supongo- por el que la censura de principios de los 60 del pasado siglo la había calificado como “solo apta para mayores de 16 años” -edad que yo no tenía (por poco) cuando la pusieron por primera vez en el Cine Santa Cruz, en Oviedo.

El feroz portero que se encargaba de pedir los carnés acreditativos a aquellos a quienes nos temblaba el labio mientras sosteníamos la entrada, me rechazó una vez,  y cuando, al día siguiente, camuflado entre varios compis más fornidos, se me ofreció la posibilidad de desentrañar las razones por las que el obseso de la tijera había restringido el uso de aquella medicina de divertimento a chavales con bozo ya asentado y a hembras con años de menstruación acreditables, me propuse no volver a afeitarme el bigote, lo que cumplí sin mayores interrupciones hasrta hoy.

Traigan los caballos vacíos es una frase sin sentido, que Niven atribuye al director húngaro Michael Curtiz, quien tenía un dominio precario del inglés, y que, en realidad, quería decir “traigan los caballos sin jinete”, esto es, desmontados.

Parecerá al lector de este Comentario inconsistente, pero, leyendo ayer los periódicos con las desgracias del día, asimilé llas tristes novedades a la necesidad de que, en lugar de tanto tropel de jinetes montando a la carrera caballos enjaezados de mentiras, se nos trajeran al plató  “los caballos vacíos”, esto es, sin entrañas, despojados de sus tripas.

A ninguno de los colaboradores del director Curtiz se le ocurrió ofrecerle, en lo que hubiera sido el cumplimiento exacto de lo que había expresado, rocines destripados, pero hoy nuestro caso es diferente.

No queremos hechos simulados, sino verdades desnudas; y, por favor, dejen de tomarnos por niños. Aunque protagonizada por mayores sin reparos, esta película real deben verla todos los públicos, para vergüenza de los que la hicieron posible y ejemplaridad de cuantos tengan tentaciones de seguir tomándolos como modelo.

Archivado en:Política, Sociedad Etiquetado con:caballo, Cañones de Navarone, David Niven, desmontado, economía, empty horses, españa imperial, ética, gobierno, justicia, películas, política, reproche generalizado, verdad desnuda

Explorando la cueva del Minotauro: de Filesa a Gürtel

1 febrero, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

La historia se repite, con una tenacidad implacable. Al contrario que en el dicho popular, cambian los perros pero los collares, no. El cuento de Filesa se parece, como una castaña a otra, a este nuevo de Gürtel.

Aquel escándalo le costó a Felipe González, la presidencia del Gobierno de España, y a su partido, un descalabro emocional y político del que no ha podido recuperarse, a pesar del espejismo socialista de las dos legislaturas de Rodríguez Zapatero, que contaron con el empujón inicial de los islamistas radicales y la incompetencia tenaz de Angel Acebes y continuaron con la inercia de un espejismo de bonanza.

Este escándalo le costará a Mariano Rajoy el reconocimiento de su descontrol sobre las cuentas del partido, el descrédito de demasiados principales del Partido Popular -entre fumigadores, aturdidos y viciosos- y, tan pronto como entiendan allá en Ferraz (si es que no lo han entendido ya) que no cabe más defensa negando la mayor y que hay que abandonar el campo, la caída de Icaro de un Gobierno que prometió salvar a España de la crisis, y la dejará sumida en otra aún mayor, para corta enseñanza de este pueblo de castrados intelectuales.

Los perros -en sentido figurado, por supuesto- están claros. Una parte importante de personajes de la política, no importa su aparente signo ideológico, que ven una oportunidad para enriquecerse (o para mejorar un poco sus sueldos oficiales) en gestionar el Patrimonio y servicios públicos.

No están solos, en sus movimientos por la cueva misteriosa del Minotauro, allí donde habita el cíclope monstruoso que se alimenta de credibilidades, trabajos probos, emprendimientos sanos, ilusiones, ingenuidades y esfuerzos de todo tipo.

Su pervivencia exige que se le alimente continuamente, y en esa función sacrificial se empeña una combinación afanosa que vincula o parece vincular -santo Dios- a miembros de la familia que ocupa la Jefatura del Estado, militantes y simpatizantes de los partidos políticos y responsables de las principales empresas del país que necesitan contratos públicos para aumentar facturación y beneficios.

El cuidado en el lenguaje que se ha impuesto en esta sociedad de fantasía, exige que se hable de presunciones, sospechas. Pero el hilo de Ariadna, esta vez, no está conduciendo al interior de la cueva, no nos detecta al Minotauro. Ese hilo, tirando de las libretas de ese contable aplicado pero que no sabría si calificar de avieso o lerdo, nos conduce, en un periplo vicioso, de Gürtel a Filesa. Una y otra vez.

Porque los collares son los mismos: la avaricia, la ambición desmedida, el desprecio a lo que es común, la mentira, la desfachatez, la vanidad, la confianza en que los que llevan alimento al Minotauro jamás serán devorados por él.

Habrá que verlo.

Archivado en:Empresa, Sociedad Etiquetado con:Ariadna, Bárcenas, corrupción, economía, escándalo, ética, Filesa, financiación irregualr, Gürtel, indignados, Minotaruo, partidos, reproche generalizado, responsabilidad

El Club de la Tragedia: Explicados

31 enero, 2013 By amarias2013 2 comentarios

A medida que el territorio local se va poblando, en una transmutación inquietante, de ciudadanos que pasan de respetables a sospechosos, implicados, imputados, presuntos culpables, liberados, procesados, condenados, exonerados, reclusos, fugados, apelantes, excarcelados e incluso, indultados, nos podemos preguntar –legítimamente, como se ha tomado por costumbre indicar aunque no venga al caso- si no debería revisarse lo que se entiende por el concepto de “irregularidades“, dándole un significado que sea incuestionable, admitido por todos.

Los dos casos mediáticos (y procesales) de mayor calado con los que hacemos la digestión empachosa de nuestra realidad actual, se refieren a “irregularidades” en la financiación del Partido Popular, actualmente en el Gobierno de España y a “irregularidades” en el incremento de la fortuna personal de los duques de Palma y de su socio y manager económico.

El Presidente del Gobierno ha declarado que “si alguna vez tengo conocimiento de irregularidades en el Partido Popular o conductas impropias de miembros del Partido, no me temblará la mano”. Por su parte, la Casa Real, por mediación del Conde de Fontáo, ha expresado que ya tenía advertido a Ignacio Urdangarín, en 2005, que las actividades mercantiles que pretendía realizar con una fundación o asociación a la que no correspondía ánimo de lucro, constituirían “irregularidades” (1).

No hace mucho tiempo (mayo de 2012), quien, por la naturaleza de su cargo e irreprochable formación jurídica, conoce el alcance del término en el ámbito legal, el ex Presidente del CG Poder Judicial, Carlos Dívar, expresó, cuando se sintió hostigado para explicar algunos gastos o dispendios que había cargado a las arcas públicas, que no había cometido “irregularidades“. Que se tratara, además, de una persona de expresa religiosidad, añade, -involuntariamente-, a su declaración, una componente que apunta hacia la autovaloración ética de su conducta.

No quiero abrumar al lector con ejemplos del diferente alcance del término “irregularidades” y la tremenda inseguridad, no ya jurídica, sino social y moral, de la que se ha dotado el término. ¿Hasta dónde llega la “irregularidad” y qué es lo punible, y en qué forma?

Si yo no pago impuestos, presentando en paralelo una declaración responsable por la que expreso que no daré un solo euro más al Estado hasta no quede demostrada su eficiencia y se me convenza de que no se despilfarrará el dinero, que me cuesta mucho conseguir, en inútiles infraestructuras o sostenimiento de incapaces, ¿estoy cometiendo una irregularidad, o soy un ejemplo de civismo?

Si, sensibilizado por la cantidad creciente de pordioseros que encuentro en mi camino al trabajo, reúno a todos los de mi ciudad con algún pretexto, convenciéndolos para que se introduzcan en autobuses que habré contratado previamente (ofreciendo, como dirección de facturación y para tranquilidad transitoria de la empresa transportista, la de algún ejecutivo del Real Madrid CF) y hago descender a esos cuantos miles de personas junto al estadio Santiago Bernabeu, en día en el que se juegue un partido fundamental para la historia (al menos, del fútbol), para que comprueben con sus propios ojos que existen unos cien mil seres de la misma especie, capaces de dilapidar, en época de crisis galopante,  más de 140 euros por cabeza (2) por dos horas de espectáculo intrascendente, ¿habré cometido una irregularidad o seré merecedor de un aplauso de la mayoría silenciosa?

Si…

—

(1) Lo que abre un pavoroso capítulo nuevo, que es el de dilucidar si comete irregularidad quien, habiendo prevenido, en función de garante o controlador de legalidad, a un su pupilo o protegido,  de lo deficiente de la conducta que pretende realizar, la acaba tolerando, por omisión, dejación o falta de autoridad real para atajarla.

(2) La sexta parte, aproximadamente, del salario mínimo. Dos horas de espectáculo son, aproxidamente, el 0,02% del tiempo anual del que se dispone para hacer algo útil.

Archivado en:Derecho Etiquetado con:corrupción, derecho, explicados, implicados, imputación, indignados, irregularidades, Partido Popular, reproche generalizado, responsabilidad

Adjetivos y objetivos

30 diciembre, 2012 By miguelarias Dejar un comentario

Es una trivialidad afirmar que los adjetivos calificativos se dividen, atendiendo a su relación con el sujeto que los expresa, en subjetivos y objetivos.

La vida diaria está repleta de los primeros, y algunos, por la entidad de quien los emite, alcanzan extraordinaria difusión ocasional, aunque no hay que abandonar la capacidad de análisis para valorar su alcance. Llamar a un juez “pijo ácrata”, por ejemplo, revela más de quien utiliza esa combinación de sustantivo-adjetivo (enmarcada en el ámbito del variado elenco de justicieros) que de la persona a quien va destinada, a poco que se conozca su trayectoria particular, y los amigos y enemigos que la misma le ha granjeado.

Una “sentencia inicua” es, con toda probabilidad, la valoración que merece cualquier decisión judicial por parte de quien le es desfavorable, pero, aunque lo fuera, no habrá beneficiario de la misma que la considere como tal, aunque vulnere el derecho vigente, que, por cierto, si no fuera interpretable, no necesitaría de ningún exégeta.

La “situación insostenible” de la que se expresan como soportadores casi todos los colectivos que defienden sus presuntos derechos vulnerados será calificada como “medida inevitable” por quienes la defienden, esforzados en imponer su criterio como si fueran portadores del gen de la verdad absoluta. Y los “perjuicios irreparables” que pudiera causar una “decisión inaplazable”  son las “lógicas consecuencias” de la necesidad de corregir “excesos insoportables”.

Generalmente, se prefieren, para no entrar en polémicas, los adjetivos subjetivos inocuos: si calificamos como “belleza exuberante” la presencia corporal de una periodista emparejada con un futbolista famoso, no estamos haciendo daño a nadie ni restando objetividad a la contemplación de los atributos físicos de su detinataria, por más que también podamos calificar de exuberante un paisaje tropical o la exhibición de delicias gastronómicas en un banquete nupcial.

Hay quien concede “carácter sagrado” al menor despilfarro de los “caudales públicos”, aunque la intromisión ajena en lo que el afectado considera su “vida privada y religiosa” revele actuaciones merecedoras de “reproche generalizado”.

Son pocos, en fin, los adjetivos objetivos. Ni siquiera estamos de acuerdo todos en que estemos en una “crisis endémica” ni en que vivamos bajo los efectos de una “burbuja inmobiliaria”. Más bien me inclino a pensar que lo que estamos viviendo es una “fase convulsa” de pérdida de los “valores tradicionales”, lo que no es mucho decir, puesto que lo que para la mayoría es una “dura situación”, para algunos se convierte en una “oportunidad extraordinaria”.

La experiencia que concede la edad me hace manifestar, sin embargo, queson muy pocos los cambios que conducen a “mejoras sustanciales” y que, en realidad, reproducen “viejos escenarios” con las mismas “clases dominantes”. Porque, como debería ser cosa sabida, la “confianza ciega” en que quienes condujeron a la “histórica encrucijada”, sean los mismos que nos sepan sacar de ella, es de una “ingenuidad tan aplastante”, que dan ganas de ponerse a llorar ante esa “entrañable ingenuidad”.

Archivado en:Actualidad Etiquetado con:adjectivo, angel arias, corporal, decisión inaplazable, la verdad, los amigos, los enemigos, perjuicios irreparables, pijo acrata, reproche generalizado, subjetivos, sustantivo

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