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Elogio de la intolerancia

29 noviembre, 2021 By amarias 2 comentarios

No pretendo poner el énfasis en la necesidad general de ser intolerate. Al contrario, como pacífico, mi actitud general es de tolerancia; prefieron no verme involucrado en disputas sin sentido. Por ello, no comprendo en lo más mínimo a esos individuos que se dicen defensores a ultranza de los colores de un club deportivo y llevan su enajenación al terreno de enzarzarse a porrazos con los partidarios de otro equipo, al que ven como contrario.

Una vez establecido el marco general de invocación y fidelidad a la tolerancia como principio general, quisiera meterme en la harina de las conscuencias de la excesiva tolerancia, que lleva a aquél al que se la dispensamos, sin estar obligados a ello, a creer que tiene la razón, que le asiste el derecho para auparse sobre el nuestro.

En el tema de las vacunas para superar la pandemia, encuentro un ejemplo claro de tolerancia excesiva. Cierto que ni los expertos oficiales ni las autoridades han ayudado mucho establecer un régimen de confianza respecto a la manera de combatir el virus, pero, en este momento, se ha aclarado de forma científica y con suficiente respaldo que las vacunas ayudan de manera decisiva a defendernos individual y colectivamente y que la mascarilla es una forma de protección, elemental, pero segura, para evitar contagios.

Por consiguiente, no entiendo la tolerancia para aquellos que no se vacunan ni se ponen la mascarilla, porque “no se fían”. Deben implantarse de inmediato medidas claras de restricción de espacios públicos para esos negacionistas que, amparándose en nuestra tolerancia, aumentan nuestro peligro de ser contagiados. (Ah, y por supuesto, no entiendo por qué no se están enviando masivamente dosis a los países menos desarrollados para que vacunen a su población. Hemos oído miles de veces que el virus no admite fronteras, ¿a qué se espera, pues, desde los países más ricos, o también hay negacionistas en la cúpula del poder mundial?)

Voy con otro ejemplo de tolerancia excesiva, siempre en mi opinión, claro está. El debate político en el hemiciclo (me refiero al Congreso, ya que ignoro si en el Senado existe algún debate) se concentra en poner en prueba la capacidad de tolerancia del pueblo llano, hurtándonos la discusión y acuerdo en aspectos cruciales para nuestra convivencia y nuestra economía y distrayéndonos en otros. que no sería admisible plantear, como presión para llegar a acuerdos de gobernanza.

No es tolerable el planteamiento sobre el desmembramiento de España. No hay ninguna razón ni histórica, ni cultural, ni linguística, para abrir ese debate en el Congreso y mucho menos, para convertirlo en fundamento para la toma de decisiones políticas. No hay más frontera entre determinadas regiones y el resto del país, que las propias de la conveniencia administrativa general. Todas las regiones forman parte de la unidad indisoluble de España.

Tampoco hay que tolerar la falta de respeto por algunos de los que ostentan cargos públicos, pagados con el dinero de todos, para insultar o vejar a la Monarquía, que es la forma de Estado legítima, el símbolo de esa unidad. Algunos parecen estar persuadidos de que, cuando se pretende hacer a un lado a Felipe VI, solo se dirigen contra él. No, van contra todos. Porque hemos elegido mayoritariamente, con aplastante mayoría, tener como forma de Estado la Monarquía.

No necesito disculparme, porque ya he dicho muchas veces, en este foro y en otros, que entiendo que la República es la forma teóricamente mejor de conformar la autoridad máxima de un Estado. Pero no encuentro que, para este momento de España, sea la mejor. Seguro que todos podemos encontrar razones, sin que sea necesario explicitarlas. En ese contexto pragmático, quien encarne la figura de Jefe de Estado, desprovisto de poderes reales más allá del simbolismo y cuestiones de puro refrendo, es lo de menos. Y si lo está haciendo bien -muy bien, diría yo- pasa a se parte de “lo de más2.

Hay muchos otros temas en los que nos podemos estar mostrando demasiado tolerantes. Basten éstos. Por eso, desde mi pequeño atril, permítaseme el elogio de la intolerancia. Porque hay actitudes, posturas y movimientos que no deberían ser tolerados. Para no convertirnos en cómplices del desaguisado.

 

Publicado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado como: Constitución, covid, felipe VI, forma de Estado, independentismo, Monarquía, negacionista, regiones, República, tolerancia, vacuna, virus

Generar alternativas

22 junio, 2021 By amarias Deja un comentario

No tengo dudas en negar que el mayor problema de España en este momento sean los efectos del indulto a los secesionistas catalanes o la amenaza que puedan suponer los desplantes y exabruptos desde el sarpullido regional republicano y las huestes separatistas a la unidad del Estado. Tampoco me preocupa la persecución constante desde las instituciones revolucionarias catalanas -sobre todo- de la Monarquía constitucional, magníficamente encarnada en Felipe VI y su esposa plebeya, mi paisana la reina Letizia.

Son ruidos barulleros, carentes de más fuerza que la que pueda presentar un petardo de feria, a pesar del alcance mediático que se les dispensa, con el objetivo soterrado, por parte de los informadores adictos al régimen de Sánchez, de desviar a la opinión pública y a la oposición política de los verdaderos problemas que urge abordar.

Me preocupa, sin embargo, la dificultad con la que se encuentran las alternativas al gobierno de Sánchez para consolidar un programa que aglutine y anime a los votantes, -incluidos, claro, los de las regiones en las que ha crecido la simpatía hacia la corriente independentista, alimentada sin pudor por los gobiernos autonómicos-.

Creo que la unidad de España, defendida como elemento básico de la Constitución vigente, no tiene, por sí misma, suficiente fuerza de convicción para exigüas mayorías locales, que, adoptando la forma de diversos partidos del espectro ideológico -sin importar que se trate de opciones de derecha o de izquierda- se unen para formar coaliciones regionales que solo atienden a sus intereses particulares, tensando continuamente la cuerda de la solidaridad entre regiones. Ese Cid Campeador está muerto, amojamado, y resulta carente de atractivo para vencer a los opositores, por mucho que lo paseen, una y otra vez, por el campo de batalla de los desencuentros regionales.

El meollo tiene entra enjundia. Los independentistas vascos o catalanes, por citar a los más vocingleros, no corresponden a facciones ideológicas, sino a la convicción de que les irá mejor a sus regiones si disminuyen su contribución al bienestar general, aumentando hasta el límite las cantidades que aporten al fondo común. Ese es el aglutinante: la idea de romper la unidad, para llevarse la mayor tajada a su reducto. Algo que en Asturias, Andalucía o Galicia (por citar solo tres regiones) sería inimaginable, triunfa en las dos regiones más favorecidas de España (junto con Navarra). El modelo de desarrollo regional se nutre de construir fronteras, barreras económicas e ideológicas, solidaridades internas, mafiosas, que sirvan de defensa contra la competencia exterior y, al mismo tiempo, perfeccionen el reparto interno de los beneficios.

Fracasa, por tanto, en España, la idea crucial de la solidaridad. Ha renunciado a su defensa el Partido Socialista, traicionado en su esencia por Sánchez y sus seguidores de los restos de la maltrecha socialdemocracia. Pero el Partido Popular carece de programa creíble -creo que ni se lo ha planteado- que defienda la ventaja económica y social, e incluso la obligación ética, de mantener la unidad de España e impulsar objetivos comunes.

Acabo de escuchar, en el magnífico programa de Alsina (“Más de uno”, Onda Cero, 22 de junio de 2021) la entrevista a Pablo Casado. El político de derechas me dio la imagen de hombre inteligente, enterado y concienciado del deterioro que sufre el país. No dice tonterías, no se va por las ramas, no lanza exabruptos. Solo que está demasiado polarizado por la obsesión de criticar las actuaciones de Pedro Sánchez. Lo veo como un error de estrategia. En dos años -si no antes-, el gobierno de coalición cosechará su siembra de fracasos y despropósitos. Por eso, es ya momento de olvidarse de ser oposición -ni leal ni contestataria- y pasar a ser alternativa.

No se engañe el Partido que ahora acaricia la mayoría parlamentaria, si se realizasen los comicios en este momento. Habrá, desde luego, que reconstruir o deshacer algunas cosas que este Gobierno, en su carrera a la trágala, dejará como herencia. Pero lo más importante es lo que se hará cuando se consiga la jefatura del Gobierno. Y, para que eso llegue, también hay que contar con el voto suficiente, la adhesión complaciente, de las mayorías no independentistas catalanas y vascas.

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: Alsina, Casado, catalán, elecciones, independentismo, Pedro Sánchez, vasco

Impuestos e imposiciones

13 mayo, 2021 By amarias Deja un comentario

Si hubo algún conato de debate entre los principales candidatos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que tan brillantemente ganó Isabel Díaz Ayuso a principios de este mayo, la cuestión relevante gravitó respecto al asunto de si era necesario elevar a mantener (e incluso bajar) los impuestos.

Aunque la eventual polémica se limitó entonces al reducido campo de los gravámenes que se encuentran bajo el campo de acción del Gobierno regional, el asunto adquiere toda su importancia cuando se traslada al ámbito estatal. ¿Se deben aumentar los impuestos, y a qué sujetos obligados, para incrementar con ello los ingresos del Estado? ¿Y con qué fin?

Puede creerse que la controversia está resuelta académicamente: la derecha liberal no debe aumentar impuestos (en el marco ideológico de que la presencia del Estado en la vida económica ha de ser  mínima), en el convencimiento  de que una menor carga fiscal -sobre todo, a las empresas- se traduce en activación de la economía,  y la izquierda se acoge al axioma de que los impuestos deben grabar las rentas y los beneficios empresariales , especialmente los más altos, para que el Estado pueda asumir con solvencia la mejora continua de las prestaciones sociales e impulsar la creación de empleo y actividad económica con subvenciones y estímulos localizados.

En mi opinión, el debate es estéril ya que, en términos más concretos, está planteado con falsedad. Un Estado eficiente y socialmente responsable puede justificar un incremento impositivo, siempre que se explique a la ciudadanía cuál es el destino de la recaudación, de forma clara y precisa. Un Estado eficiente mantiene un equipo funcionarial justo, limita a lo imprescindible el número de Ministerios y cargos públicos y evita la redundancia de cometidos entre las Autonomías. Un Estado eficiente es transparente en cuanto a las actividades desarrolladas por las entidades de dependencia pública (Universidades y otros centros de enseñanza, Hospitales, centros de investigación, etc.) y , obviamente de aquellas empresas de capital público o mixto que operan en sectores estratégicos (defensa, tecnologías que deben ser desarrolladas para alcanzar rentabilidad, prospección espacial, etc.). Un Estado eficiente, en todas las manifestaciones públicas de su presidente de Gobierno, Ministros y miembros cualificados de la Administración, ofrece tranquilidad a la ciudadanía de que se está actuando con conocimiento, solvencia y seriedad, en la gestión y mejora de los bienes y servicios comunes.

No tenemos un Estado eficiente, ni en lo que se refiere a la Administración central ni tampoco a las Administraciones autonómicas y locales. No hay por que negar la voluntad de querer hacerlo bien, pero se echa en falta coordinación, vigilancia y control, así como transparencia. En muchos de  sus representantes, asoma la escasa formación, brilla la prepotencia y se echa de menos la ilusión y el empuje, en tanto sobra el clientelismo, la devoción sin fisuras al líder, la sustitución del programa de actuación por la improvisación y el abuso de poderes. Habría que echar la culpa a muchos factores, propios de nuestra falta de tradición de buen control administrativo y de la forma como se seleccionan los que arriban a la política. De forma más importante que a los elementos ideológicos.

Las últimas elecciones regionales han alimentado una peligrosa deriva sentimental, que ha avivado el sentido localista en detrimento de la idea de comunidad estatal. Quizá por efecto contagio, la recién nombrada delegada del Gobierno, María González, en una presentación conjunta con el alcalde de Madrid, de las medidas de coordinación para que las fiestas de San Isidro de este año de 2021 se desarrollen sin problemas, argumentó, en réplica a la argumentación de José Luis Martínez Almeida acerca de la marginación de Madrid por el Gobierno central, y que debería criticar, como “alcalde de todos los madrileños”, que ella “siempre defendería al Gobierno”.

He aquí, en fiel caricatura, una de las claves de la actual situación política: al elegir el gobierno de Madrid como objetivo de las críticas, demorando actuaciones y restándole apoyos económicos, ha sensibilizado al pueblo madrileño del ataque.

La regionalización de la política nos está haciendo mucho daño colectivamente. La situación catalana, de extrema ravedad y difícil solución, tuvo orígenes triviales.  Lo comenté hace ya más de dos años, al referirme a una inscripción que ví en uno de los observatorios ornitológicos de la Bassa de l´Alfacada, 

Ni Cataluña afecta solo a los catalanes ni Madrid es reducto de los madrileños. Ambas comunidades son tierra de acogida y no existe espacio para un nacionalismo reduccionista. Ni España nos roba, ni Madrid está siendo atacada, ni Cataluña será mejor independiente y libre, porque esos términos no tienen realidad fuera de la política. De la mala política. No pueden, ni deben tenerla, además. Significaría desligarse de la solidaridad que está expresa en nuestra Constitución como un mandato ineludible, marcando el camino de la vocación de un futuro mejor conjunto, como un solo Estado, un solo país, una sola dirección.

 

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: Almeida, Cataluña, delegada del Gobierno, España nos roba, españoles, fora, hijos de puta, imposiciones, impuestos, independentismo, liberalismo, Madrid, María González Fernández, Partido Popular, política, PSOE

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