La decisión del presidente de Gobierno Pedro Sánchez de realizar el último Consejo de Ministros del año 2019 en Barcelona ha concitado inevitable revuelo.
La tensión separatista, mantenida por un gobierno de la Generalitat bailando tanto con la ilegalidad constitucional como con la ausencia de respeto institucional, supone que este hecho, que debiera ser tenido como normal, y hasta como un honor o una deferencia con la administración regional y su población, es visto como una provocación por los independentistas y como una situación de máximo riesgo por los constitucionalistas y, en especial, por el gobierno de España.
La combinación del temor oficial español y del rechazo catalanista, llevado a nivel de la calle, implica la presunción de que el 21 de diciembre habrá manifestaciones a favor y en contra, algaradas, vuelco de contenedores y autos, rotura de escaparates, lanzamiento de piedras e impedimentos contra las fuerzas del orden, cargas policiales, golpes, heridos y, tal vez, algún herido grave y, ojalá no, muertos.
Hace tiempo que no entiendo nada de lo que pasa en la sala de calderas de Cataluña y, como tiendo al realismo pesimista, cuando contemplo estupefacto que no se corrigen los desvíos -no, desde luego, con promesas de diálogo, líneas rojas, declaraciones incendiarias de unos y de amagar y no dar de otros- tiendo a imaginar que el problema catalán va a acabar mal.
En realidad, ya ha acabado mal. Tenemos a varios políticos de Catalunya en la cárcel, ciertamente por sus ideas, pero sospechosos, con poco margen para su defensa legal, de haber insuflado y alimentado ánimos de revolución, desde sus pedestales mediáticos, al pueblo llano.
Tenemos un gobierno del Estado en una precaria posición minoritaria, en funambulismo persistente. Tenemos, por tener, un aumento de los simpatizante de las posiciones identificadas, desde el poder ocasional y los comentaristas de estos pagos, como extrema derecha (Vox), opción emergente que recoge ideas al gusto de las “gentes de orden” (mezcladas con otras aberrantes o inasumibles desde la decencia social). Es verdad que el programa del partido que ha desequilibrado Andalucía mezcla churras con merinas, pero…¿no han caminado todos los partidos que juegan a la política en España por sendas del confusionismo programático?
Estaremos atentos al comportamiento de quienes quieren manifestar algo el día 21 en Barcelona.
Yo estaré, desde luego, con los que deseamos expresar que sólo desde la calma se puede avanzar sin trompicones. El derecho a expresarse no tiene que ver con el ejercicio de la violencia. Estamos en una democracia (negarlo es, no solo falso, sino una provocación intolerable) y hay que respetar las leyes y, por encima de todas, la Constitución, que es Norma Suprema.
Con los que quebrantan las reglas de juego, y se mantienen en su infracción, no se dialoga. Porque demuestran con ello que no quieren dialogar, sino jaleo, enfadarnos, hacernos de menos o ridiculizarnos a los que, mientras les exigimos que cumplan lo pactado, les recordamos que, si quieren cambios sustanciales (como es el caso separatista), midan sus fuerzas como hacen los demócratas, -votando todos y consiguiendo la mayoría suficiente entre todos y no solo entre los que les apetezca.
Si se quiere cambiar a una nueva Constitución y modificar algunas reglas sustanciales de la convivencia pacífica que estamos disfrutando, ese es el camino. Otros, significarían debilitar a los que se acerquen a la mesa que los secesionistas tienen dispuesta, para entrar en la farsa de un diálogo imposible, por ilegal e ilegítimo.
Foto secuencial de otras que tengo ya publicadas, esta garza acababa de atrapar una buena pieza y había comenzado la ceremonia compleja de colocarla en la dirección adecuada para engullirla de un solo bocado, lo que le estaba llevando varios minutos y, de pronto, le cayó al río.
Me sorprendió ver cómo el ardeido agarraba una rama y, con ella en el pico, comenzó a darle golpes al pez, para aturdirlo más. Cuando estimó que el lucio-perca estaba suficientemente atontado para no complicar más la deglución, el depredador volvió a cogerlo con su largo pico y terminó sin más problemas la operación, retirándose con un par de densos aleteos a un lugar más tranquilo para digerirlo.