Las disputas por el agua pocas veces surgen en relación con el agua para beber. Quienes no tienen acceso a esa cantidad mínima que necesitamos para la vida propia, o la ingieren en mal estado, sencillamente, se mueren. No hay grandes movimientos económicos en torno a ese agua para consumo vital que, como expresé, supondría disponer de la ridícula cantidad de 12.000 Millones de litros al día (12 Hm3 diarios, menos de la mitad de la que se capta anualmente para abastecimiento de una ciudad como Gijón).
Los beneficios económicos derivados del empleo del agua provienen de la agricultura. Disponer de agua para regar los campos supone alcanzar cifras muy altas de rentabilidad, si se elige el tipo de producto adecuado a cada suelo, se utilizan abonos y pesticidas y se dispone de las horas de insolación precisas. También algunas industrias consumen o necesitan mucha agua (en los sectores siderometalúrgico y en aquellos procesos en donde se trabaja a altas temperaturas con equipos refrigerados por ese líquido), en particular), o la contaminan gravemente (empresas lácteas, mataderos, granjas porcinas, químicas, etc.)
Estamos asistiendo, con una tranquilidad impropia de la gravedad del momento, a cambios intensos respecto al control del agua. Es intolerable, por supuesto, que hoy existan seres humanos que mueran de sed o por no disponer de agua potable de calidad, o carezcan de los sistemas mínimos de alcantarillado -no digamos ya de depuración- que impidan que sus recursos hídricos se deterioren irreversiblemente. Es intolerable que la tierra agraria se haya convertido en un elemento de especulación a nivel de países, y que existan compras de grandes extensiones de terreno por parte de agencias extranjeras en zonas social y económicamente deprimidas.
Es urgente un compromiso internacional respecto al agua, que solucione el abastecimiento del recurso a toda la población mundial, y debe hacerse con infraestructuras que tengan en cuenta la necesidad de vertebrar los países, deslocalizando en lo posible las grandes urbes y generando nuevos focos de asentamiento que sean viables.
Como parte de ese compromiso internacional debe figurar el análisis de los rendimientos de la tierra agraria, la regulación más rentable de la producción agrícola, atendiendo a su variedad y al abastecimiento suficiente de las poblaciones. La cuestión del precio del agua puede parecer importante, pero no lo es. Lo importante es difundir la correcta gestión global del recurso, extraer al agua del campo de la especulación interesada, y considerarla un bien esencial para la solidaridad y la cohesión internacional, regulando según normas de derecho compartido el uso y cuidado de los acuíferos transfronterizos, los cursos de agua que discurran por más de un país, los lagos y humedales de interestatales, etc.
Ya, ya sé. No se va a hacer nada. Los expertos seguirán reuniéndose para hablar de cómo ajustar los precios a los costes, debatir sobre si las concesiones hídricas son o no regulares, argumentar sobre la viabilidad o improcedencia de los cánones, y acerca de si la gestión pública es mejor que la privada, o al revés.
Pero debería hacerse mucho. Y pronto.