El ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque Duque, tiene un bagaje personal excelente (e insólito), en la compleja y singular actividad profesional de aeronauta, concretada en una dura preparación científico-física y acrisolada en dos vuelos espaciales de éxito. Ha sido, además, profesor asociado en la Universidad de Valladolid, y empleado y presidente de la compañía Deimos Imagen, filial de una empresa canadiense dedicada a la detección de incendios por satélite.
El Ministro es un hombre jovial y hasta dicharachero. La naturaleza no parecer haberle proporcionado, junto al don de la locuacidad, el de la elocuencia, en el sentido de la capacidad de dotar de claridad a sus declaraciones, entrevistas, conferencias o discursos. Despierta simpatía, por su sencillez y proximidad, entre quienes admiran su trayectoria espacial y la proyectan sobre su imagen pública, pero genera cierta perplejidad y hasta angustia en quienes temen los itinerarios imprevisibles a que le lleva su capacidad de improvisación -seguramente nacida de la seguridad de haberlo visto todo desde arriba con una escafandra en la cabeza y un formidable tablero de mandos al alcance-.
El ministro tiene ahora bajo su autoridad una nave especial de muy difícil manejo, para la que no existen instrucciones, que es el CSIC, acróstico por Centro Superior de Investigaciones Científicas. Un monstruo complejísimo, oscuro, denso, que cobijaba en 2013, la fecha en la que se confeccionó el Plan Estratégico 2013-2017, y quiero suponer que mantiene (más o menos) a 13.000 empleados y cerca de 3.000 investigadores.
El Presupuesto anual para aquel año era de 1.000 Millones de euros, pero arrastraba una caída vertiginosa al confrontarse con la realidad de los ingresos verdaderos, que no superaban los 600 Millones. El Informe/Programa lamentaba que esta escasez de recursos había obligado a reducir los gastos drásticamente y se había comido todas las reservas de tesorería.
He buscado datos más recientes sobre el Organismo que constituye la entidad de mayor envergadura de la investigación pública en España, dispersa en más de centenar y medio de centros de investigación e impulsado por varios cientos de grupos de trabajo, concentrados en las disciplinas que la historia, las subvenciones y los programas internacionales, junto con los intereses particulares han juzgado preferentes.
Como segura consecuencia de mi torpeza y la deficiencia del buscador que utilizo para alcanzar las fuentes de información correctas (incluida la web del CSIC), no encontré ni la valoración del cumplimiento del Plan, ni datos más recientes sobre la financiación, líneas de trabajo, indicadores de resultados y, en fin, cualquier otro elemento de juicio que me permitiera valorar la realidad actual del Centro en esos puntos.
Por eso, me leí con atención y avidez, como interesado en el tema de la investigación técnico-científica en España y sus efectos sobre el desarrollo, la entrevista con el Ministro responsable del CSIC que publicó el diario El País el 4 de noviembre de 2018.
Extraigo de esa corta entrevista, dos declaraciones de entidad. La primera en interés mediático es la afirmación de que si le dieran al Ministerio 700 o mil millones (de euros) más al año, el ingeniero Duque “sabría cuánta gente puede regresar”. Es decir, cuántos investigadores, desplazados a centros en el extranjero, podrían disponer de equipos, instalaciones, laboratorios y salarios, adecuados para que continuaran su trabajo.
La otra afirmación que me llamó la atención es que pretende desde su Ministerio dotar de mayor autonomía, vinculada con más control, a las Universidades, de forma que se responsabilicen de la calidad de sus títulos.
Saco la conclusión (fácil) de que el Ministro trata de aterrizar en la realidad de los singulares y dificultosos espacios de la enseñanza universitaria -machacada por el principio de libertad de cátedra, la diversidad de titulaciones imaginarias, las ambiciones politiqueras regionales- y de la eficacia de la investigación -falta de correcta definición de objetivos, control de resultados y ayuna de medios financieros que permitan ilusionar y fijar a equipos de élite.
La mejora de ambos aspectos teórico-prácticos deberían servir para potenciar la investigación y la enseñanza públicas, imprescindibles para el desarrollo, y favorecer su encaje con el tejido empresarial actual, potenciando líneas de éxito.
Doctores tiene el CSIC, y personalidades de relieve no le faltan en muchos ámbitos. Si mi intuición me permite un cálculo aproximado y sin intención de remedar al Ministro, creo que 1.000 Millones de euros anuales extras, servirían, a falta de objetivos concretos y férrea disciplina de control y exigencia, para crear otro monstruo boqueante a corto plazo.
Porque, entre los asuntos a resolver prioritarios, ya detectados hace cinco años por quienes confeccionaron el Programa estratégico para 2017, estaban la organización y funcionamiento interno inadecuados, la insuficiente cultura de control administrativo y de personal, la escasa transferencia tecnológica, y, en fin, las dificultades de coordinación del complejo instrumento.
Temo, en fin, desde mi curiosidad insatisfecha, que todos esos problemas viejos, hayan sido correspondientemente agudizados por el tiempo transcurrido sin tomar decisiones relevantes, y conformarán hoy un escenario de marasmo y confusión para el que, además de tener las ideas claras, hace falta contar con la espada bien afilada.