Al llegar cada primavera, Alergia salía de su letargo. Los muchos días que había pasado en su guarida invernal, sin apenas comer ni beber, le desarrollaban un feroz apetito, que procuraba saciar como podía. Le gustaban mucho, en especial, algunas partes sensibles de los humanos, siendo las narices, los ojos y la piel de las mujeres y niños, el bocado o exquisitez por antonomasia.
Síndrome era un joven apuesto y versátil -para ser lo que era-, que habitaba también en el Paraje, llamado de Las Molestias, Enfermedades y Catarros Apestosos por los humanos. Contrariamente a lo que pudiera parecer a primera vista, no era un Paraje siniestro -a pesar del nombre- pues había multitud de lugares encantadores, en los que se podía disfrutar de momentos muy apacibles y satisfactorios.
Uno de esos lugares era, sin duda, el Paraíso de la Inocencia, en el que se encontraban habitualmente la inmensa mayoría de los niños humanos. También pasaban por allí, de cuando en vez, algunos adultos, que se olvidaban, chapoteando en las tranquilas aguas de la Ignorancia Supina o de la Laguna de la Buena Fe, de sus problemas y dificultades.
Alergia estaba buscando niños en el Paraíso de la Inocencia, con la intención de tocarles un poco las narices y ponerse morada llenando de granos la cara a unos cuantos infelices, cuando se encontró con Síndrome.
-¡Eh! ¿Qué haces aquí? -le chilló, con su voz bastante desagradable- ¡Esta zona es mía! ¿No me ves que estoy cazando y me estás espantando mis presas?
-Aquí no hay exclusivas -explicó Síndrome, que la miró con desprecio (había oído hablar antes de Alergia y no le caía simpática, y se había hecho a la idea de que era barullera y enredadora)-. Además, no somos incompatibles. Podemos chuparles la sangre y las ideas a los mismos, aunque lo normal sería que tú, que eres casi omnívora, te dedicases a otros animales y me dejases a mí libre el campo de los humanos , que es. en realidad, mi especialidad. Además, he quedado en verme con Tourette, Asperges, Down, West y otros sabios en Estocolmo antes de que caiga el día, y tengo prisa.
-Tururú, corneta. No quiero compartir víctimas contigo , por si te cabían dudas, te diré que me gustan, como a ti, los humanos más que a una mosca la mierda. Mi fórmula de trabajo es, además, similar a la de las hormigas cuando crían con los pulgones. Cuando me dedico a una víctima, la ordeño. La tengo ya como cliente para toda la vida -se explicó Alergia, que tenía una idea más bien confusa de cómo sucedían las cosas en el Paraje de las Molestias, o había sido contagiada por la Ignorancia Supina, sin saberlo (y, además, como se habrá podido comprobar, era un tanto bruta y mal hablada).
-Mira, Alergia, soy yo quien no quiere discutir -dijo Síndrome-. Al fin y al cabo, somos colegas, si bien cualquier que nos vea de forma objetiva, reconocería que, si fuéramos equipos de fútbol, tú jugarías en regional y yo en primera división -(Alergia torció la cabeza)-. Voy a tomar para mí cuatro o cinco grupos de niños de este Paraje y me dedicaré, el resto de mi tiempo, a alimentarme fundamentalmente de los adultos.
-Haz como quieras -concluyó Alergia-. Después de todo, a mí no me faltan recursos, porque a cada instante se me ocurren nuevas formas de apropiarme de la salud de los humanos, hasta el punto que hoy por hoy casi nadie deja de ser cliente, quiero decir, víctima, mío.
Dicho y hecho, Síndrome se dio un paseo por el Paraíso de la Inocencia y, sin importarle un comino el daño que estaba haciendo, tomó unos cuantos niños y se implantó en ellos, causándoles terribles daños a algunos y a otros, una notable desorientación que se derivó en un gran disgusto para sus papás, cuando fueron a recogerlos.
Y luego de haber clavado su mala uva en aquellos infantes a los que marcó para siempre, se fue tan campante hasta las Marismas de la Mala Suerte, en donde se lió con Complejos, una arpía de finísimo olfato y gran actividad sexual, con la que tuvo una descendencia casi infinita.
Esta es la razón por la que en el Paraje de las Molestias, cada vez hay más variantes de Síndromes, Complejos y Alergias. Aunque los humanos se esfuerzas en poner barreras de tranquilidad en algunos sitios -uno de los más defendidos es el Castillo de las Pastillas y Placebos-, no han conseguido gran cosa, relativamente hablando, pues lo que recortan por un lado, los monstruos malignos amplían con creces por otro. Por cierto, enfrente de ese Castillo está situado la Fortaleza de las Intervenciones Quirúrgicas, y los guardianes de ambas tienen, a veces, unos encontronazos de tomo y lomo, defendiendo cada uno su parcela.
De cualquier manera, más tarde o más temprano, todos los humanos (como los demás seres vivos), llega un momento en el que, al menor descuido, caen en las garras de monstruos mucho más dañinos, de rostros variadísimos, a los que han puesto los nombres de Tumor Maligno, Infarto de Miocardio, Choque Anafiláctico, Septicemia, etc., que les conducen, de manera más o menos acelerada, a los umbrales de La Muerte, que rodea, sin que nadie haya encontrado hasta ahora la salida, todo el Paraje.
FIN