Rogelio Solventado, jubilado amante del disfrute cabal del tiempo libre, decidió organizar, por su cuenta y riesgo, un Servicio de atención a intoxicados.
No fue una decisión sencilla. Inicialmente, había tomado la terrible determinación de situar a casi todos sus amigos en la perniciosa categoría internáutica de “emisores de correos no deseados”. Era constante, e insoportable para sus nervios, el asistir diariamente al bombardeo de mensajes de sus viejos amigos, ya todos jubilados, incorporando presentaciones de hermosos paisajes de los lugares más recónditos del globo terráqueo, digresiones de dudosa calidad literaria e insulso contenido atribuidas -erróneamente, como constataba con regularidad- a figuras del mundo de las artes, a insignes poetas o a genios de cualquier disciplina.
Muchos mensajes venían acompañados de frases como “No te lo puedes perder” o “Muy interesante” o “Me ha gustado mucho”, y, no era extraño que las direcciones de correos de los destinatarios estuvieran vistas para todos, y que el propio mensaje fuera un reenvío de otro u otros, en los que también se podrían detectar los (in)felices receptores del mismo.
La medida venía obligada por la circunstancia de que Rogelio Solventado, aunque tenía tarifa plana, disfrutaba de un magnífico iphon que le permitía leer los correos en itinerancia, pero, como tal cúmulo de envíos, con la metralla que les acompañaba, implicaba el uso de varios megas de memoria y tráfico, se le agotaba rápidamente el cupo que tenía contratado, limitando así la velocidad de recepción de otros mensajes, que al tal Rogelio le eran de mucho mayor interés, pues se dedicaba a otras actividades, además de a leer los insustanciales mensajes de sus viejos amigos.
Solventado, que no quería perder amigos y, sobre todo, no deseaba le tomaran por mentiroso cuando se encontraba con algún conocido que se interesaba por lo que le había parecido uno de sus envíos últimos (“Porque ya sabes, Rogelio, que yo solo te reenvío lo que me parece realmente importante o curioso, de los muchos que recibo”), volvió, temporalmente, a rescatar del pozo del spam a sus amigos, para descubrir, con horror, un problema aún mayor.
Sus amigos habían perdido el criterio de valoración de lo que es verdad, globo sonda, especulación maliciosa o solemne tontería. Se encontró así con que había algunos que creían que se había descubierto, al fin, una liebre carnívora, un árbol arco iris, una tribu antropófaga en Australia, un virus que propagaba pornografía que era invisible para el emisor pero causaba obvia sorpresa en el receptor respecto a la rijosidad sobrevenida, etc.
Fue entonces cuando tomó la determinación que da título a esta historia. Creó el Servicio de Atención a Intoxicados (por internet). De momento, por lo que me cuenta Solventado, en la oficina solo trabaja él mismo, pero piensa ampliarla en breve, dado el cúmulo de actividad.
Cuando recibe un correo con una tontería o una comunicación estrambótica que él no ha deseado, el programa que ha desarrollado la detecta automáticamente (o el propio Solventado, en segunda derivada, le hace el placaje pertinente) y envía un mensaje de vuelta al emisor con estas palabras:
“Servicio de Intoxicados por internet. Ud. ha sido detectado como intoxicado, y para valorar la gravedad de su mal, hemos sometido sus correos a cuarentena. De repetirse el diagnóstico en el plazo de un mes, le daremos de alta como Crédulo, con todas las consecuencias”.
FIN