Con una guerra en Europa que amenaza alcanzar una escalada de consecuencias terribles, las pequeñas historias del País del Gaigé (que, como sabe el lector es el nombre que he adoptado como trasunto de España, para dejar expresa su capacidad de Descordinación y Desorden) tienen muy poco interés. ¿Cómo concentrarse en poner la luz de la razón sobre las disidencias dentro del Gobierno, ahora plasmadas con total claridad en las discrepancias acerca de cómo actuar ante el exterminio de ucranianos por el Kremlin?
Pero así son las cosas, sin embargo. El día 3 de marzo de 2022 las huestes feministas se preparan para una nueva demostración de su falta de sintonía con la realidad, esgrimiendo argumentos sobre la pretendida falta de igualdad entre hombres y mujeres que son cada vez más impropios. No digo que no existan diferencias en los campos laboral, remunerativo y hasta de proyección social, aunque cada vez tengo más dudas de cómo se producen y cómo se resuelven.
Son cada vez más las mujeres que terminan brillantemente, ocupando los primeros puestos de sus promociones, las carreras que se creían solo aptas para los cerebros masculinos, presuntamente mejor dotados para ellas. ¿Quién duda hoy, ante tantos abrumadores ejemplos, que ya no son la excepción sino la norma, de mujeres que alcanzan puestos relevantes en las empresas, en la judicatura, en las cátedras, incluso en el Ejército? Aquí, en Gaigé, se sigue reclamando la igualdad sin capacidad para mirar que en prácticamente todos los demás países del globo, las mujeres sufren de una marginación verdadera, de un menosprecio injustificable. No se manifestarán, no, por la igualdad de las mujeres afganas, turcas, marroquíes, sirias o egipcias… No protestarán por la opresión de las nacidas hembras en países fallidos en donde se sigue practicando la ablación de los clítoris. No, las protestas proclamarán la necesidad de atajar los llamados crímenes machistas (execrables, desde luego), el derecho de la mujer al trabajo (sin apreciar que la incorporación masiva de la mujer al trabajo ha disminuido los salarios medios y ha venido a favorecer a las grandes empresas),…
Se ha sabido hoy, 7 de marzo, que el Rey de antes ha cursado un intercambio de cartas oficiales con el Rey de ahora, expresando su voluntad de reincorporarse al país que nunca debió abandonar, una vez que las demandas que se habían cursado contra él han sido archivadas por insuficientemente probados los delitos investigados, o desestimadas por diversas causas legales, incluida la prescripción o la inimputabilidad. No tendrá fácil su vuelta, sin embargo, pues la tensión mediática, alimentada ferozmente por el republicanismo inherente al país del Gaigé, no cesará. Hemos perdido, sin duda, una parte de dignidad histórica colectiva. El feroz Echenique (Pablo) aupado en su egregio vehículo de minusvalía física que parece capacitarle para utilizar la lengua más viperina de la falsa izquierda, ha aprovechado la ocasión para reiterar que el Rey Juan Carlos es un delincuente convulsivo, ignorando conclusiones judiciales.
Me ha gustado muy poco la entrevista que realizó el periodista en decadencia, Ebole, al más digno de nuestros anteriores presidentes de Gobierno (con el permiso de José María Aznar). Ha significado desaprovechar una ocasión magnífica de escuchar opiniones de un experto en temas de Gobierno, obsesionado el inquisidor en pregutar a Felipe González por nimiedades familiares sin relevancia ni interés alguno y tratar de buscarle las cosquillas, contando con una resistencia, elegancia y saber estar por la otra parte que se me antojaron excepcionales.
Núñez Feijoo ha sido aclamado por los destrozados fieles del Partido Popular como salvador de la debacle causada por la estúpida querella infantil que sepultó a Casado (Pablo) y a Ejea (Teodoro García) y ha causado graves daños, con apariencia de irreparables a Ayuso (Isabel) y a Almeida (José Luis Martínez).
No se puede ignorar, al contrario, que la vida seha puesto más difícil, más cara, y el futuro más oscuro. La guera en Ucrania provoca ya la subida escalofriante de los combustibles, de los productos agrarios y, en suma, del coste de la vida. Vivir se ha hecho más problemático, más peligroso, menos feliz. No necesitábamos este golpe bajo. Así nos vino y habrá que sortearlo de la mejor manera posible, que ojalá exista y la encontremos pronto.