Transcurrida la hora menguada para las calles, en que, por faltar la luna, el momento había resultado término redondo de todo requiebro lechuzo, el piélago racional español continúa trabando la batalla de cada día, cada uno con propósito y negocio diferente, en la pretensión de engañarse los unos a los otros. (1)
De lo que algunos no parecen darse cuenta, fingiendo que aquí no ha pasado nada es que, en esta noche pasada, el Diablo Cojuelo ha estado alzando los tejados de ciertas casas escogidas, levantando una polvareda de embustes y mentiras que nos dejó boquiabiertos.
Retornados hoy a la luz del día, no atinamos a descubrir, aturdidos como estamos, una brizna de verdad, ni por un ojo de la cara, en cuantos nos dicen ser de otra ralea bien distinta a los bichejos con los que se encuentran juntos en las rendijas.
Andan los pobres y pobras escarapelados viendo la justicia en su garito, y mientras con parsimonia proverbial desgrana como puede la madeja de los hechos, interferida o intervenida como can sujeto con correa por intereses de gran pelaje y superior calado, tememos los de a pie que el Cojuelo nos ponga de manifiesto más y más tramposos, porque prosiguiendo su labor de destape nocturno, al descubrirnos, a cada luz del día, más sujetos de tal calaña, nos deje a los restantes por confusos, inermes, por escandalizados, corridos, por confiados, más ayunos.
Dicen ahora los que creen saber lo que se cuece después de haber comido, que el Cojuelo actúa por despecho al haber sido expulsado él mismo del bienestar de un Paraíso donde moraban los demonios principales, y que, vuelto esclavo liberado de la redoma a donde le había confinado un astrólogo desnortado -que es, como decir, licenciado en economías de provecho-, se ha hecho amigo de un tal Cleofás, estudiante en la profesión de provocar el cataclismo en lo que toque -becario de un medio de difusión, por todas señas-.
Pues ya lo tenemos aquí, un desaguisado más. El diablo alzando velos, como quien levanta el hojaldre de un pastelón, dejando ver la carne pútrida que ha generado nuestro país en la fiambrera de la desidia colectiva, y convertida en pasto de risión ajena, nuestra arca nacional. Sin que sea de ignorar cuanto sirve de catarsis el asunto para otros mentirosos, aún por descubrir, que se creen a salvo de la corriente de destape, afirmando que nunca tuvieron ni un catarro ni supieron jamás de nadie qe tuviera el menor moquillo, atentos solo como estaban a mirar solo de frente, por donde alguien cualesquiera les guiaba, y ellos, obedientes.
No es de envidiar siquiera el papel de los que nos vamos acercando al socavón de silencios movedizos por donde se hunde nuestra ingenuidad a tierras llenas. Mirando moverse patas arriba la variedad de sabandijas, batracios y culebras, que antes se ocultaban en los áticos y ahora se retuercen como pueden, no atinamos a dónde mirar que no sirva de espanto, ni sabemos bien qué hacer con tanto bicho , y no porque, habiendo entre ellos alacranes, corramos peligro de quedar emponzoñados también con su veneno, sino porque corridos ya estamos, inocentes culpables de consentir tanta vergüenza.
Volviendo de la realidad literaria a la ficción social, ha dicho y redicho el presidente Rajoy, cuando la claridad del día ya era cegadora, que no le temblará la mano para cortar por donde haya que cortar, pretendiendo atajar de esa manera carnicera el mal de corrupción en grado sumo que puso el diablo al descubierto en uno que tuvo toda la confianza del conento, siendo consciente de que las escopetas cazadoras, cargadas ahora de fuego verdadero, apuntan al núcleo de la financiación irregular de su célebre partido, disparando allí donde tejió su nido la gaviota y se pusieron los primeros huevos.
Lo peor para él es que no le creemos, acostumbrados de más a su silencio para que ahora hable, de puerta en puerta, en cortijos y masías. No le vemos con fuerza para acuchillar, ni con ganas demancharse con sangre ajena las manos para tenerlas más limpias, y ya notamos que se parapeta detrás de otros pobres y pobras más bregados en hacer, con las palabras, de las suyas.
Siendo el riesgo grande, para el que teme que le alcancen los disparos, mejor quedarse agazapado. Porque, aunque hemos visto esta noche anterior algo de lo que se mueve bajo algunos tejados, cuando vuelva la oscuridad y Cojuelo vuelva con las suyas, es posible que se nos ponga en evidencia lo que está sucediendo igual en otros habitáculos y que lo que aflora ahora en pisos altos, alcance a otros más bajos, enmerdando a empresarios y a emprendidos.
Presionado por la misma desazón que embarga a este Gobierno, ha dicho el candidato a ser alternativa para gastar lo que entregamos, el otrora ingenioso Rubalcaba, liebre corredora, caída del guindo o de una higuera, que es necesario un acuerdo político de todos los partidos contra la corrupción. Y sentimos en el alma atormentada no poder creerle más que al otro, y hasta dudemos de los que están aposentados a su izquierda, inseguros de que muchos de quienes nos convencen con mieles se hallan encumbrados, debajo de los caparazones de su género ideológico, por las mismas lindezas, idénticos espumarajos productivos, y están ocultos también en sus partidos, con parecidas añagazas, responsables independientes o para beneficio colectivo, de desvaríos y desmanes, detrás de convenientes mascarillas para que los rostros resistieran, pétreos, embates de sospecha.
Ya al completo el festival de fuegos, con todo ardiendo, sospechamos, con suficientes muestras de que el jamón está podrido, que otros castillos y torres de poder se encuentran presas del mismo mal, y que todo fallece víctima de la misma calentura. Abierta la veda del destape, otros diablillos, más o menos cojos o traviesos, levantarán, de noche o de día, más pestillos, y se alzarán más cornejas y lechuzas que estaban anidando en los almiares; saldrán más sabandijas cuando se destruyan o desplacen tapas de agujeros, y en cuantos sean los resquicios por donde penetre nuestra vista y actúe el filo escudriñador de la sospecha, se recoja de cosecha una fauna completa de alimañas.
Solo queremos que nuestra vergüenza termine, no la suya. Sin ánimo para escuchar las explicaciones rebuscadas, deducimos en juicio sumarísimo, que todo era asunto consentido, porque no cabe ignorar lo que hacen con las manos quienes están sentados con nosotros a la mesa.
Matar a Pitón necesita el surgimiento de un Aquiles, y no podrá serlo quienes han campado, admitiéndolas o ignorándolas a base de rodeos, por las mismas miserias, o disfrutaron de las victorias que otros les brindaron, repartiendo entre los suyos prebendas y plazas con las dádivas que fueron peaje por mercedes públicas.
Como la casualidad es maravilla, en estos mismos días, del mundo del deporte ha llegado, campante, una respuesta. Lance Armstrong, mito heroico, adalid de un deporte para sufridores extremos, ejemplo de manual para explicar valores a la infancia, ha confesado que su personaje increíble era, en efecto, una ficción, fruto de mentira. Que hacía trampa, en fin, que se drogaba, que tomaba ventajas, todo ello para no competir en igualdad con los otros, porque quería ganar por encima de cualquiera.
Su aterradora verdad ha despertado otras, y son, en pocos días, multitud los que reconocen que venían haciendo lo mismo, para aparentar ser mejores. Como en un cuento burdo, en el que se acaba descubriendo que todos cuantos participaban en el juego con opciones de ganar, trampeaban, han dejado patente que engañaban a los ingenuos que, por seguir las reglas, carecían de la menor oportunidad para vencer, y, por tanto, a los que disfrutábamos con el espectáculo de ver ganar a quienes, creyéndolos heroicos, mentían más qe nadie.
Catarsis, sí, Pero dejando que otros, limpios, nos permitan volver a ilusionarnos de que ningún Cojuelo tendrá nada vergonzante que mostrarnos la próxima vez que le de por levantar los tejados de las casas, dejándonos a todos, los que manden y mandados, dormir a pierna suelta, tan tranquilos.
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(1) Comienzo el Comentario de esta forma, con rendida devoción a Luis Vélez de Guevara, autor de El diablo cojuelo (1640), que tengo a la vista en la magnífica edición de Ramón Valdés (Biblioteca clásica, 1999), cuya lectura de texto original y glosas recomiendo. Son varios los momentos del texto en que utilizo, con ligeras transformaciones, frases de Vélez.